PEQUEÑAS HISTORIAS DE LA CALLE SAINT-NICOLAS, Line Amselem
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LINE AMSELEM, Pequeñas historias de la calle Saint-Nicolas, Xordica, Zaragoza, 2012, 232 páginas.
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Line Amselem compone una novela con estas historias encontradas que permiten una lectura yuxtapuesta fragmentaria e independiente.
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LOS ARISTOGATOS
Esther tiene el álbum Panini de cromos de Los aristogatos. En
la portada se ve al mayordomo con gatos en las manos, en los brazos y
hasta uno en la cabeza. Un sobre de pegatinas cuesta cincuenta céntimos.
Esther los compra en la tienda de Lili, y después cambia los repetidos
con sus amigas. En televisión pusieron el tráiler de la película y dan
ganas de ver la película entera. Una vez fuimos al cine a ver Los diez mandamientos,
de Cecil B. de Mille. Aquel día, Papá había vuelto más temprano de la
tienda y habíamos salido los cinco juntos. A partir de entonces, para
Pésah, cuando el más joven de la familia tiene que preguntar por qué se
celebra la Pascua, Papá ya no se calienta la cabeza y contesta: «¿Miratis la película? ¡Wa
ya está!». Pero después, a pesar de todo, Papá cuenta un poquito cómo
los judíos salieron de Egipto con Moshé Rabbenu (así llamamos nosotros a
Moisés).
Otro día, mi amiga Magali Legal me invitó al cine a ver Blancanieves
con ella y con su mamá, pero cuando estábamos delante del cine me pidió
el dinero y yo no llevaba. Creo que no había entendido muy bien lo de
la invitación. Entonces me inventé algo y me volví para casa.
No sabemos por qué motivo Mamá aceptó llevarnos a los tres a ver Los aristogatos
un miércoles por la tarde. Era la primera vez que íbamos al cine con
ella. Echaban la película en la calle Lyon. Antes de ir compramos
chucherías en la panadería de enfrente y lo más gracioso fue que tenían
gatitos de regaliz. Nos plantamos en la taquilla del cine, Mamá ya había
abierto el bolso para sacar las entradas, pero cuando dijimos la
película que queríamos ver no nos dejaron entrar. Sería porque la sala
ya estaba llena o porque Mamá se había equivocado al leer la cartelera.
No podíamos esperar a que empezara la siguiente sesión, porque entre
pitos y flautas se nos hubiera hecho la hora en que Papá volvería del
trabajo. Entonces, dimos media vuelta y tomamos la avenida Ledru-Rollin
Nos sentíamos raros volviendo tan pronto después de haber salido tan
contentos y recuperando el curso de un miércoles cualquiera.
Menos mal que a Mama se le ocurrió pasarse por el cine del Faubourg
Saint-Antoine para ver si podíamos entrar. En la taquilla no nos
pusieron ninguna pega. La verdad es que quedaba mucho sitio en la sala,
escogimos buenos asientos en medio de una fila y empezamos a comer los
gatitos de regaliz. Estábamos en la gloria y tardamos en darnos cuenta
de que la película que estábamos viendo no era la de Los aristogatos
sino una historia del Oeste con gente que metía agujas en unas muñecas
de trapo. Después, los vaqueros se caían al suelo vomitando espuma
blanca. Vimos de cerca la cara de muchos señores que se morían
retorciéndose, empapados de sudor y echando baba.
Al final, salimos con la sensación de haber hecho una tontería con
Mamá. Durante mucho tiempo, a raíz de ese suceso, nos despertamos por la
noche con pesadillas. Pero, como podemos contárnoslas, dan menos miedo
que otras.
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