EL GRAN LIBRO DE LOS CUENTOS ILUSTRADOS, Carine Picaud & Olivier Piffault
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CARINE PICAUD & OLIVIER PIFFAUT, El gran libro de los cuentos ilustrados, Lunwerg, Madrid, 2012, 226 páginas.
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La bella durmiente, Caperucita roja, El gato con botas, Cenicienta, Pulgarcito, La Bella y la Bestia, Juan y las habichuelas mágicas, Blancanieves, La sirenita y La Baba Yaga. «Los ilustradores son los nuevos cuentistas, que recrean variantes a través del sentido que otorgan al relato común», leemos en la introducción a este paseo por la evolución de la ilustración de estos ocho cuentos populares.
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CUENTO DE LA ABUELA
[VERSIÓN DE LA REGIÓN NIVERNESA ATRIBUIDA A LUIS Y FRANÇOIS BRIFFAULT]
Érase una vez una mujer que había hecho pan.
—Levarás una hogaza caliente y una botella de leche a tu abuela -dijo a su hija.
La niña se fue. Al llegar al cruce de dos caminos, encontró al lobo que le dijo:
—¿Adónde vas?
—Llevo una hogaza caliente y una botella de leche a mi abuela.
—¿Por qué camino vas a ir? —preguntó el lobo—. ¿El de las Agujas o el de los Alfileres?
—Por el de las Agujas —respondió la niña.
—Pues yo iré por el de los Alfileres.
La niña se entretuvo recogiendo agujas; y el lobo llegó a casa de la abuela, la mató y puso su carne en la artesa y una botella de sangre en la pila. La niña llegó y llamó a la puerta.
—Empuja la puerta —dijo el lobo—. Está atrancada con una paja mojada.
—Buenos días, abuela, os traigo una hogaza caliente y una botella de leche.
—Ponías en la artesa, hija mía. Coge la carne que hay adentro y una botella de vino que hay en la pila.
Mientras comía, había una gatita que decía:
—¡Aggh!... ¡Vil es quien come la carne y bebe la sangre de su abuela!
—Desvístete, hija mía, y ven a acostarte conmigo —dijo el lobo.
—¿Dónde tengo que poner el delantal?
—Tíralo al fuego, hija, que ya no lo vas a necesitar más.
Y para todas las prendas, el corpiño, el vestido, el refajo y las calzas, le preguntaba dónde las debía poner. Y el lobo respondía:
—Tíralas al fuego, hija, que ya no lo vas a necesitar.
Una vez acostada, la niña dijo:
—¡Abuelita, qué peluda eres!
—¡Es para calentarme mejor, hija mía!
—¡Abuelita, qué uñas más grandes tienes!
—¡Son para rascarme mejor, hija mía!
—¡Abuelita, qué hombros más grandes tienes!
—¡Son para cargar mejor los haces de leña, hija mía!
—¡Abuelita, qué orejas más grandes tienes!
—¡Son para oírte mejor, hija mía!
—¡Abuelita, qué agujeros más grandes que tienes en la nariz!
—¡Son para aspirar mejor el tabaco, hija mía!
—¡Abuelita, qué boca más grande tienes!
—¡Es para comerte mejor, hija mía!
—¡Ay, abuelita! ¡Qué ganas tengo de ir afuera!
—¡Hazte aquí en la cama, hija!
—¡Oh, no, abuela! Quiero ir afuera.
—Bueno, pero no tardes.
El lobo le ató un hilo de lana al pie y la dejó salir.
Una vez afuera, la niña ató el extremo del hilo a un ciruelo que había en el patio.
—¿Estás haciendo aguas mayores? ¿Estás haciendo aguas mayores? —preguntaba, impaciente, el lobo.
Cuando se dio cuenta de que nadie le respondía, saltó de la cama y vio que la niña se había escapado. Corrió tras ella, pero llegó a su casa justo en el momento en que ella entraba.
—Levarás una hogaza caliente y una botella de leche a tu abuela -dijo a su hija.
La niña se fue. Al llegar al cruce de dos caminos, encontró al lobo que le dijo:
—¿Adónde vas?
—Llevo una hogaza caliente y una botella de leche a mi abuela.
—¿Por qué camino vas a ir? —preguntó el lobo—. ¿El de las Agujas o el de los Alfileres?
—Por el de las Agujas —respondió la niña.
—Pues yo iré por el de los Alfileres.
La niña se entretuvo recogiendo agujas; y el lobo llegó a casa de la abuela, la mató y puso su carne en la artesa y una botella de sangre en la pila. La niña llegó y llamó a la puerta.
—Empuja la puerta —dijo el lobo—. Está atrancada con una paja mojada.
—Buenos días, abuela, os traigo una hogaza caliente y una botella de leche.
—Ponías en la artesa, hija mía. Coge la carne que hay adentro y una botella de vino que hay en la pila.
Mientras comía, había una gatita que decía:
—¡Aggh!... ¡Vil es quien come la carne y bebe la sangre de su abuela!
—Desvístete, hija mía, y ven a acostarte conmigo —dijo el lobo.
—¿Dónde tengo que poner el delantal?
—Tíralo al fuego, hija, que ya no lo vas a necesitar más.
Y para todas las prendas, el corpiño, el vestido, el refajo y las calzas, le preguntaba dónde las debía poner. Y el lobo respondía:
—Tíralas al fuego, hija, que ya no lo vas a necesitar.
Una vez acostada, la niña dijo:
—¡Abuelita, qué peluda eres!
—¡Es para calentarme mejor, hija mía!
—¡Abuelita, qué uñas más grandes tienes!
—¡Son para rascarme mejor, hija mía!
—¡Abuelita, qué hombros más grandes tienes!
—¡Son para cargar mejor los haces de leña, hija mía!
—¡Abuelita, qué orejas más grandes tienes!
—¡Son para oírte mejor, hija mía!
—¡Abuelita, qué agujeros más grandes que tienes en la nariz!
—¡Son para aspirar mejor el tabaco, hija mía!
—¡Abuelita, qué boca más grande tienes!
—¡Es para comerte mejor, hija mía!
—¡Ay, abuelita! ¡Qué ganas tengo de ir afuera!
—¡Hazte aquí en la cama, hija!
—¡Oh, no, abuela! Quiero ir afuera.
—Bueno, pero no tardes.
El lobo le ató un hilo de lana al pie y la dejó salir.
Una vez afuera, la niña ató el extremo del hilo a un ciruelo que había en el patio.
—¿Estás haciendo aguas mayores? ¿Estás haciendo aguas mayores? —preguntaba, impaciente, el lobo.
Cuando se dio cuenta de que nadie le respondía, saltó de la cama y vio que la niña se había escapado. Corrió tras ella, pero llegó a su casa justo en el momento en que ella entraba.
Kiki Smith
Julia Causson
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