LA LIEBRE QUE SE BURLÓ DE NOSOTROS, Andrea Camilleri

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ANDREA CAMILLERI, La liebre que se burló de nosotros, Duomo, Barcelona, 2019, 186 páginas.

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Paolo Canevari ilustra esta colección de relatos que componen, en opinión de Aramburu,  un libro delicioso.
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 LOS PAVOS NO DAN LAS GRACIAS

   En Estados Unidos cada cuarto jueves de noviembre es una gran fiesta porque se celebra el Thanksgiving Day, es decir, el día de Acción de Gracias. Los Padres Peregrinos, los que habían desembarcado del Mayflower, después de la primera cosecha abundante al año siguiente de su llegada, decidieron dar gracias al Señor sirviendo en la mesa un gran pavo, un animal hasta entonces desconocido para ellos pero muy apreciado desde que habían visto que los indios se lo comían.
   Desde aquel día, la tradición manda que, en esa fecha, cada mesa en las casas de los norteamericanos esté presidida por un pavo relleno gordo y dorado recién salido del horno. Pero no solo esto: la gran bandeja que lo contiene debe estar repleta de guarniciones, banderines y delicias varias. Cuando aparece en el comedor siempre estalla el aplauso entusiasta de los presentes. Es, en resumen, una especie de invitado de honor.
   Millones de pavos, pues, cada cuarto jueves de noviembre, se dejan literalmente, y no metafóricamente, la piel en esta celebración.
   Abro un pequeño paréntesis. También en América, en la época de la guerra entre los estados del norte y los del sur, se libró en Gettysburg un combate muy sangriento que dejó millares de cadáveres sobre el campo de batalla. Permanecieron mucho tiempo sin enterrar y, por consiguiente, se convirtieron en presa de los cuervos. Estos no olvidaron nunca más aquella comida abundante, hasta el punto de que, incluso sus descendientes, durante décadas y décadas, siguieron presentándose, cada mañana, en el campo que había sido el escenario de la batalla con la esperanza de encontrar más carne fresca. En fin, el recuerdo de aquel extraordinario banquete se había grabado de un modo indeleble en su ADN.
   Pero, cerrado el paréntesis, queda abierta una pregunta: ¿cómo es que en el ADN de los pavos, después de casi cuatrocientos años, no se ha grabado la fecha que marca anualmente su ineluctable matanza?
   Una vez vi en un documental centenares de miles de pavos esperando a ser sacrificados, desplumados y descuartizados.
   No tenían la menor idea del terrible destino que les aguardaba al cabo de pocas horas. En los ojos abiertos de par en par de muchos animales llevados al matadero he podido leer el terror por el final próximo, tal vez olían la sangre de las víctimas que los habían precedido. Los pavos, en cambio, no mostraban el menor indicio de inquietud.
   ¿Estupidez absoluta o suprema dignidad?
   Cuanto más reflexiono sobre ello más tiendo a pensar que puede tratarse de suprema dignidad.
   Porque, si aquel día los norteamericanos dan las gracias, los pavos no tienen nada que agradecer.
   Y, de hecho, que recuerden los norteamericanos, no ha habido nunca ningún pavo que, antes de ser sacrificado, haya pedido la palabra para declarar, ni en su nombre ni tampoco en el de sus colegas, que se alegra de inmolarse para contribuir a la felicidad de los norteamericanos.
   Alabada sea, pues, la dignidad de los pavos que mueren pero no dan las gracias. Mientras tanto hay numerosos jefes de Estado que, sentados a la mesa del poderoso aliado norteamericano como invitados de honor, terminan igual que los pavos. Y ellos, encima, dan las gracias.

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