LA RUTA NATURAL, Ernesto Hernández Busto

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ERNESTO HERNÁNDEZ BUSTO, La ruta natural, Vaso Roto, Madrid, 2015, 180 páginas.

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En la nota previa (p. 11), escribe Ernesto Hernández Busto: «Como un palíndromo: no tiene partes, léase como se lea, siempre dice lo mismo. Así circula la energía que pide la escritura.» En este volumen no sólo repara el autor en los orígenes de la escritura fragmentaria, sino también postula su práctica como restitución: la escritura como apología del kintsugi.
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   Cuando tiene que definir la tarea del traductor, Walter Benjamin recurre a la antigua metáfora de la vasija rota, cuyos fragmentos, para volver a juntarse, han de encajar a la perfección, aunque no sean idénticos entre ellos. «Así también es preferible que la traducción, en vez de identificarse con el sentido del original, reconstituya hasta en los menores detalles el pensamiento de aquel en su propio idioma, para que ambos, del mismo modo que los trozos de la vasija, puedan reconocerse como fragmentos de un lenguaje superior». El significado de una traducción, parece decirnos, no tiene que ser idéntico al original; es cierto efecto de totalidad (fragmentada) lo que debe buscarse. 
   En ese ensayo comentadísimo, interpretado, malinterpretado, sobreinterpretado, sigue brillando esa «metáfora de la metáfora»; toda traducción es, por supuesto, ruptura y fragmento, pero también el arte de componer los fragmentos, de reunificarlos. Para algunos intérpretes, Benjamín enfatiza el fragmento, la diferencia que no puede ser subsumida en una nueva totalidad. Para otros, se trata de una nueva armonía, de una reconstitución que apunta a la idea de un Lenguaje universal. Pero más que regreso a esa Lengua pre-existente, lo que hace el traductor es reinventar siempre una lengua: propone un nuevo hallazgo, no un regreso a la utopía. De nuevo: en el kintsugi, arte japonés de la cerámica rota y enmendada, podría estar la manera de trascender esta dialéctica. Porque ahí siempre están presente las dos condiciones. La taza reconstruida según esta técnica es la memoria simultánea de ambos estadios: fragmento, vasija. Y de la misma manera que los Victorianos procuraban una restauración perfecta en la que desaparecieran las fisuras, y los modernists aseguraban que «el fragmentó es bello», la tercera vía del kintsukuroi encuentra la belleza absoluta en el «poner-juntos-los-fragmentos».

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