TRES CUADERNOS Y UN DESTINO, Pako Aristi
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PAKO ARISTI, Tres cuadernos y un destino, Bassarai, Vitoria, 2007, 168 páginas.
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José Luis Padrón Plazaola traduce del euskera y edita esta antología en la que el lector encontrará poemas y breves ensayos que abren la puerta a lo narrativo.
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LA ESTACIÓN DEL VERANO
La luz del verano llega a nuestras vidas desafiando la blancura que deja la nieve sobre la tierra. El calor engulle la electricidad que se ha acumulado durante el invierno, llena el aire de motas secas como insectos invisibles. Ese corazón que vive el invierno con la esperanza de que termine pronto es el mismo que desea que el verano se prolongue eternamente.
El poeta Kirmen Uribe afirma que en junio el tiempo se repliega, hasta tal punto que todo parece entenderse como un nuevo comienzo. Y es que el calor nos descubre nuestro pasado más salvaje: el primate sabe que la supervivencia pronto será mucho más fácil.
Ese primate, sin embargo, se incorporó al sistema educativo, aprendió a expresar sus sentimientos de manera ilustrada y se atrevió a reflexionar sobre las distintas esferas del pensamiento. Tiempo, espacio, olfato, emoción, cálculo, lógica... advirtió que eran conceptos diferentes. pero también que nuestro débil cerebro los mezcla una y otra vez. Obedecemos a los impulsos físicos, y no hemos descuidado, al menos del todo, nuestra tendencia a la ensoñación.
El escritor austriaco Alfred Polgar cuenta que, aunque nunca llegó a visitarla, siempre guardó un hermoso recuerdo de la ciudad de Linz, porque por allí pasaba el tren que lo llevaba de vacaciones. Efectuaba una parada de diez minutos, que los viajeros aprovechaban para tomar alguna cerveza mientras llenaban de agua la locomotora, y dice Polgar que a partir de ahí el tren siempre arrancaba hacia el verano. El olor del campo inundaba el aire de los vagones. Los viajeros que se habían quedado dormidos preguntaban «¿Hemos pasado Linz?», y respiraban profundamente aliviados, como si ya hubieran superado lo peor. El verano trae la promesa de una vida más agradable. Si al escritor austriaco le hubiesen preguntado «Señor Polgar, ¿para usted cuándo empieza el verano?», él habría respondido: «¿El verano? El verano empieza cuando se cruza la ciudad de Linz; antes de llegar a Linz es invierno, después de Linz es verano».
La llegada de las cuatro estaciones no siempre las marca el calendario. A menudo están al alcance de los espacios que hacemos nuestros. Polgar nunca habría imaginado el invierno después de Linz. Cuentan los historiadores que en la Edad Media la gente vivía sin emprender ningún viaje que los alejara de su pueblo por más de un día, porque aca¬baban perdiéndose con facilidad, y al partir hacia la guerra luego ya no sabían volver, y que miles de vagabundos deambulaban sin rumbo por Europa.
Por eso procuro yo también no salir más de un día de mí mismo, no me gusta alejarme de la estación de Linz, por temor a que, si retrocedo demasiado en el tiempo, no pueda hallar a la vuelta el verano que habita mi ser.
La luz del verano llega a nuestras vidas desafiando la blancura que deja la nieve sobre la tierra. El calor engulle la electricidad que se ha acumulado durante el invierno, llena el aire de motas secas como insectos invisibles. Ese corazón que vive el invierno con la esperanza de que termine pronto es el mismo que desea que el verano se prolongue eternamente.
El poeta Kirmen Uribe afirma que en junio el tiempo se repliega, hasta tal punto que todo parece entenderse como un nuevo comienzo. Y es que el calor nos descubre nuestro pasado más salvaje: el primate sabe que la supervivencia pronto será mucho más fácil.
Ese primate, sin embargo, se incorporó al sistema educativo, aprendió a expresar sus sentimientos de manera ilustrada y se atrevió a reflexionar sobre las distintas esferas del pensamiento. Tiempo, espacio, olfato, emoción, cálculo, lógica... advirtió que eran conceptos diferentes. pero también que nuestro débil cerebro los mezcla una y otra vez. Obedecemos a los impulsos físicos, y no hemos descuidado, al menos del todo, nuestra tendencia a la ensoñación.
El escritor austriaco Alfred Polgar cuenta que, aunque nunca llegó a visitarla, siempre guardó un hermoso recuerdo de la ciudad de Linz, porque por allí pasaba el tren que lo llevaba de vacaciones. Efectuaba una parada de diez minutos, que los viajeros aprovechaban para tomar alguna cerveza mientras llenaban de agua la locomotora, y dice Polgar que a partir de ahí el tren siempre arrancaba hacia el verano. El olor del campo inundaba el aire de los vagones. Los viajeros que se habían quedado dormidos preguntaban «¿Hemos pasado Linz?», y respiraban profundamente aliviados, como si ya hubieran superado lo peor. El verano trae la promesa de una vida más agradable. Si al escritor austriaco le hubiesen preguntado «Señor Polgar, ¿para usted cuándo empieza el verano?», él habría respondido: «¿El verano? El verano empieza cuando se cruza la ciudad de Linz; antes de llegar a Linz es invierno, después de Linz es verano».
La llegada de las cuatro estaciones no siempre las marca el calendario. A menudo están al alcance de los espacios que hacemos nuestros. Polgar nunca habría imaginado el invierno después de Linz. Cuentan los historiadores que en la Edad Media la gente vivía sin emprender ningún viaje que los alejara de su pueblo por más de un día, porque aca¬baban perdiéndose con facilidad, y al partir hacia la guerra luego ya no sabían volver, y que miles de vagabundos deambulaban sin rumbo por Europa.
Por eso procuro yo también no salir más de un día de mí mismo, no me gusta alejarme de la estación de Linz, por temor a que, si retrocedo demasiado en el tiempo, no pueda hallar a la vuelta el verano que habita mi ser.
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