EXTRAVÍOS O MIS IDEAS AL VUELO, Príncipe de Ligne
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PRÍNCIPE DE LIGNE, Extravíos o mis ideas al vuelo, Sexto Piso, Madrid, 2004, 128 páginas.
Todos los que escriben pensamientos o máximas son charlatanes que pretenden deslumbrar: nada más sencillo que escribir un libro de tal manera. Quiero intentarlo. A nada se está obligado; se abandona la obra y se regresa a ella cuando uno quiere. Eso me conviene mucho. Casi todos dicen cosas comunes, falsas o enigmáticas. No hay que ofrecer sobre qué disertar o interpretar, sino en qué pensar.
Los locos tienen a ratos momentos de lucidez que los hacen desdichados. No me refiero a los que se encuentran en los manicomios, sino a los que corren sueltos por el mundo, a los galanteadores, a los enamorados, a los militares: piensan a veces que la campiña, una pastora que ahí encuentran, y la vida apacible, valen más que la corte, que una mujer de gran mundo y que el ejército. Los tontos no son así; nunca examinan su conducta. Siempre están contentos consigo mismos y descontentos con los otros.
Me disgustan los sabios, a menos que lo sean sin querer serlo y sin saberlo. Nada hay tan sencillo como convertirse en uno. Basta encerrarse en casa durante seis meses para adquirir conocimiento, y se logrará. Vale más tener imaginación que memoria. ¿Qué son todos esos diccionarios ambulantes? Los sabios solamente conocen palabras. Jamás me topo con sabios de cosas, pues éstos no tienen la reputación de serlo. Los otros son siempre engreídos, pedantes, y viven a costa de la sociedad. El mundo es el mejor de los libros.
Hay síntomas del amor tan inequívocos como los síntomas de una enfermedad. Sentimos al mismo tiempo calor; tenemos frío. Compartimos sentimientos iguales. Coincidimos en la manera de juzgar. Damos nuestro consentimiento a las mismas cosas, tenemos los mismos gustos, nos agrada lo mismo, queremos a las mismas personas. Nos gustan los sitios donde comenzamos a amarnos, y todo ello sin que lo sospechemos.
Toda nuestra vida discurre, como mi libro, de error en error. Si hay una cosa que siempre parece la misma, significa que es certera. Si hay un hombre que, luego de recapitular desde cuándo lo conocéis, os parece el mismo, quiere decir que sigue siendo tal como lo habéis juzgado.
Un guerrero que ha ganado una batalla, ¿por cuánto tiempo disfruta de esa dicha que es tan rara y la más esplendorosa de a cuantas aspiramos? Al día siguiente, ya lo desgarran la calumnia y la ingratitud. El amante que obtiene una victoria sobre el pudor de una mujer, goza al menos hasta que otro lo reemplaza entre sus brazos. He ahí el tiempo ganado.
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Ignacio Díaz de la Serna en Príncipe color de rosa (pp. 7-18) repasa la biografía del contemporáneo de Rousseau o Voltaire.
**********Todos los que escriben pensamientos o máximas son charlatanes que pretenden deslumbrar: nada más sencillo que escribir un libro de tal manera. Quiero intentarlo. A nada se está obligado; se abandona la obra y se regresa a ella cuando uno quiere. Eso me conviene mucho. Casi todos dicen cosas comunes, falsas o enigmáticas. No hay que ofrecer sobre qué disertar o interpretar, sino en qué pensar.
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Los locos tienen a ratos momentos de lucidez que los hacen desdichados. No me refiero a los que se encuentran en los manicomios, sino a los que corren sueltos por el mundo, a los galanteadores, a los enamorados, a los militares: piensan a veces que la campiña, una pastora que ahí encuentran, y la vida apacible, valen más que la corte, que una mujer de gran mundo y que el ejército. Los tontos no son así; nunca examinan su conducta. Siempre están contentos consigo mismos y descontentos con los otros.
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Me disgustan los sabios, a menos que lo sean sin querer serlo y sin saberlo. Nada hay tan sencillo como convertirse en uno. Basta encerrarse en casa durante seis meses para adquirir conocimiento, y se logrará. Vale más tener imaginación que memoria. ¿Qué son todos esos diccionarios ambulantes? Los sabios solamente conocen palabras. Jamás me topo con sabios de cosas, pues éstos no tienen la reputación de serlo. Los otros son siempre engreídos, pedantes, y viven a costa de la sociedad. El mundo es el mejor de los libros.
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Hay síntomas del amor tan inequívocos como los síntomas de una enfermedad. Sentimos al mismo tiempo calor; tenemos frío. Compartimos sentimientos iguales. Coincidimos en la manera de juzgar. Damos nuestro consentimiento a las mismas cosas, tenemos los mismos gustos, nos agrada lo mismo, queremos a las mismas personas. Nos gustan los sitios donde comenzamos a amarnos, y todo ello sin que lo sospechemos.
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Hay personas tan enemistadas consigo mismas, que prefieren padecer una desdicha que previeron, a fuerza de predecirla, que disfrutar de una ventura inesperada.
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Toda nuestra vida discurre, como mi libro, de error en error. Si hay una cosa que siempre parece la misma, significa que es certera. Si hay un hombre que, luego de recapitular desde cuándo lo conocéis, os parece el mismo, quiere decir que sigue siendo tal como lo habéis juzgado.
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Un guerrero que ha ganado una batalla, ¿por cuánto tiempo disfruta de esa dicha que es tan rara y la más esplendorosa de a cuantas aspiramos? Al día siguiente, ya lo desgarran la calumnia y la ingratitud. El amante que obtiene una victoria sobre el pudor de una mujer, goza al menos hasta que otro lo reemplaza entre sus brazos. He ahí el tiempo ganado.
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