FÁBULAS Y LEYENDAS DE CHINA, Norman Hinsdale Pitman

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NORMAN HINSDALE PITMAN, Fábulas y leyendas de China, Quaterni, San Fernando de Henares, 2016, 216 páginas. Traducción de Eva González Rosales.
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EL ARRIERO Y LA TEJEDORA

   El arriero era muy pobre. Cuando tenía doce años entró al servicio de un ganadero para ocuparse de su vaca. Después de un par de años, la vaca estaba grande y gorda, y su pelaje brillaba como el oro amarillo. Debía ser una vaca sagrada.
   Un día, cuando la sacó a pastar a las montañas, de repente habló al arriero con voz humana.
   —Este es el Séptimo Día. Hoy las nueve hijas del Rey de Jade Blanco se bañarán en el Mar del Cielo. La séptima hija es hermosa y muy lista; hila las nubes de seda para los regentes del cielo y vigila el hilado que hacen las doncellas en la tierra. Esa es la razón por la que la llaman «la Tejedora». Si vas y te llevas su ropa mientras se baña, te convertirás en su marido y obtendrás la inmortalidad.
   —Pero ella está arriba, en el cielo —replicó el arriero—. ¿Cómo voy a llegar hasta allí?
   —Yo te llevaré —le respondió la vaca rubia.
   Así que el arriero subió a la grupa de la vaca y, en un momento, empezaron a salir nubes de sus pezuñas y se elevó en el aire. Mientras volaban tan rápidamente como el rayo, se escuchaba un silbido parecido al sonido del viento. De repente, la vaca se detuvo.
   —Ya hemos llegado —dijo.
   El arriero estaba rodeado de bosques de crisoprasas y árboles de jade. La hierba era de jaspe y las flores de coral. En el centro de todo aquel esplendor había un enorme mar de unos quinientos acres. Sus olas verdes subían y bajaban, y peces con escamas doradas nadaban en él. Además, había un sinfín de aves mágicas que lo sobrevolaban. Incluso a lo lejos, el arriero podía ver a las nueve doncellas en el agua. Habían dejado sus ropas en la orilla.
   —Llévate el vestido rojo, rápido —le ordenó la vaca—, y escóndete en el bosque con él. Por muy dulce que sea al pedirte que se lo devuelvas, no lo hagas hasta que te haya prometido que será tu esposa.
   El arriero bajó rápidamente de la grupa de la vaca, agarró el vestido rojo y huyó con él. En ese mismo momento, las nueve doncellas lo vieron y se asustaron mucho.
   —Oh, joven, ¿de dónde vienes y cómo te atreves a llevarte nuestra ropa? —exclamaron—. ¡Suéltala de inmediato!
   Pero el arriero no dejó que sus palabras lo afectaran y se agachó tras uno de los árboles de jade. Ocho de las doncellas salieron a la orilla rápidamente para vestirse.
   —Ha querido el cielo que nuestra séptima hermana esté destinada a ser tuya —le dijeron—. Te dejaremos a solas con ella.
   La Tejedora estaba aún metida en el agua, pero el arriero se presentó ante ella, riéndose.
   —Si me prometes que serás mi esposa —le dijo—, te devolveré la ropa.
   Pero a la muchacha no le pareció bien.
   —Soy la hija del mayor de los dioses y no me casaré si él no lo ordena. ¡Devuélveme mi ropa, rápido, o mi padre te castigará!
   —El destino ha querido que os pertenezcáis el uno al otro y para mí será un honor arreglar tu matrimonio —se ofreció la vaca rubia—. Tu padre no pondrá objeción alguna, de eso estoy segura.
   —¡Tú eres un animal sin raciocinio! —exclamó la Tejedora—. ¿Cómo vas tú a arreglar nuestro matrimonio?
   —¿Ves aquel viejo sauce allí en la orilla? Pregúntale a él. Si el sauce habla, entonces es que el cielo desea vuestra unión.
   Y la Tejedora preguntó al sauce.
   —¡Este es el Séptimo Día, el día en el que el Arriero hace la corte a la Tejedora! —contestó el sauce con voz humana.
   La muchacha quedó satisfecha con el veredicto. El arriero le devolvió la ropa y se alejó. La joven se vistió y lo siguió. Y, de este modo, se convirtieron en marido y mujer.
   Pero, siete días después, ella lo abandonó.
   —Mi padre me ha ordenado que me ocupe del telar —dijo al arriero—. Si me retraso demasiado, temo que me castigue. Aunque ahora tengamos que separarnos, nos encontraremos de nuevo.
   Tras decir estas palabras, se marchó. El arriero corrió tras ella pero, cuando estaba a punto de alcanzarla, la Tejedora se sacó del cabello una larga aguja con la que dibujó una línea en el cielo que se convirtió en el Río de Plata. Y así continúan ahora, separados por el río, observándose el uno al otro.
   Desde entonces se encuentran cada año en la víspera del Séptimo Día. Cuando llega ese momento, todos los cuervos del mundo de los hombres alzan el vuelo para formar un puente por el que la Tejedora cruza el Río de Plata. Y ese día no se ve un solo cuervo en los árboles debido a la razón que he mencionado. Además, a menudo cae una fina lluvia el atardecer. Entonces, las mujeres y las abuelitas se dicen unas a otras:
   —¡Esas son las lágrimas que vierten el Arriero y la Tejedora al despedirse!
   Y, por esta razón, el Séptimo Día se celebra en China el Festival de la Lluvia.
   Al oeste del Río de Plata está la constelación de la Tejedora, que consiste en tres estrellas. Y justo delante hay otras tres estrellas con forma de triángulo. Se dice que el Arriero se enfadó una vez porque la Tejedora no quería cruzar el río y le lanzó su yugo, que cayó justo a sus pies. Al este del río está la constelación del Arriero, formada por seis estrellas. A un lado hay un sinfín de estrellitas que forman una constelación afilada en ambos extremos y más ancha en el centro. Se dice que la Tejedora, en respuesta, lanzó su huso al Arriero; pero no lo golpeó y el huso cayó a su lado.

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