DIARIOS INDIOS, Chantal Maillard

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CHANTAL MAILLARD, Diarios indios, Pre-Textos, Valencia, 2005, 120 páginas.

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Divididos en tres secciones (Jaisalmer, Banglore y Benarés) "los cuadernos que componen este libro no son crónicas de viaje. [...] Son los diarios de una conciencia observadora que acaba siendo el objeto de su propia observación, la historia de una mirada que progresivamente se invierte para dar cuenta de sí misma", señala la propia autora en el Prólogo (pp.11-14).

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   El horizonte en la llanura. El horizonte tras la llanura. La llanura, y luego el horizonte. Siempre venimos de donde estamos. Nunca llegamos donde estamos. Los camellos se alejaron con paso silencioso, sus grandes pezuñas bífidas esbozando con extrema levedad el signo de lo grávido. El peso de un camello: la articulada densidad del mundo configurándose en la presión exacta.
   Aprendo mis límites cuando con paciencia mido el peso de mi cuerpo, el ángulo que traza su sombra en las paredes y esas líneas que procuro borrar a fin de no perturbar el orden de lo visible. Aprendo mis límites proporcionalmente al deseo que tengo de convertirme en mirada y descansar en ella.

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    Se golpean el vientre. Los niños de Bangalore se golpean el vientre para que los hombres ricos se avergüencen y dejen de orinar sobre su rastro. Los niños de Bangalore se han dado cita en el descampado que sirve de horizonte a las ventanas de un hotel de lujo. Ahuyentan a los perros que cuidan la basura, olfatean el viento y aprenden a ser cuervos: los cuervos se alimentan al amanecer.

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   El viaje: cada vez más adentro, cada vez más profundo. Viajar es tomar distancia del . Viajar es relativizar, desterritorializar, desidentificar. En el viaje, uno se queda con lo que importa, prescinde de lo superfluo. Cada vez es más lo superfluo, cada vez es menos lo que importa. Cada vez es más lo que se deja, cada vez menos lo que uno lleva.
   El viaje es siempre una franja intermedia. Aquel que de nuevo se establece, aunque sea muy lejos de su lugar de partida, deja de viajar. Se inicia entonces, nuevamente, el ritual del yo, el montaje de la vida, la identificación, la nueva identidad. Hará falta otro viaje. Un volver, tal vez, O una nueva salida.
   Cada viaje ahonda en la extrañeza, en la erradicación de lo supuesto, todo aquello que no cuestionamos y sostiene la vida de todos los que se agrupan en el nos.
   En cada viaje adelgazo más: algo del se me pierde.
   Voy quedando menos.

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