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En el prólogo Reír para entender (pp. 5-8), Andrés Barba anota: "Los buenos humoristas, y Allais fue un grande, quien lo leyó lo sabe, lo son, entre otras cosas, porque no pueden dejar de amar aquello de lo que se ríen".
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UN MEDIO COMO OTRO CUALQUIERA
—Había una vez un tío y un sobrino.
—¿Cuál era el tío?
—¿Cómo que cuál? ¡Pues el más gordo, demontre!
—¿Entonces son gordos, los tíos?
—A menudo.
—Pues mi tío Henri no está gordo.
—Tu tío Henri no está gordo porque es un artista.
—¿Entonces no son gordos, los artistas?
—Me estás mareando... Si me interrumpes todo el rato, no voy a poder seguir con la historia.
—Venga, que ya no te interrumpo.
—Había una vez un tío y un sobrino. El tío era muy rico, muy rico...
—¿Cuánto dinero tenía?
—Unas rentas de diecisiete mil millones, y casas, y coches, y bosques...
—¿Y caballos?
—¡Cómo no iba a tener caballos, diantre, si tenía coches de caballos!
—¿Y barcos? ¿Tenía barcos?
—Sí, catorce.
—¿De vapor?
—Tres de vapor, los demás de vela.
—¿Y su sobrino se montaba en los barcos?
—¡Déjame en paz! No me estás dejando contar la historia.
—Vamos, cuéntala, que ya te dejo.
—Su sobrino, en cambio, no tenía ni un céntimo, y eso le traía de cabeza...
—¿Y su tío porqué no le daba?
—Porque su tío era un viejo avaro y le gustaba guardarse todo el dinero para él. Pero ocurría que el sobrino era el único heredero de aquel hombrecillo...
—¿Qué es heredero?
—Son las personas que se quedan con tu dinero, tus muebles, todo lo que tienes, cuando estás muerto...
—¿Entonces por qué no mataba a su tío, el sobrino?
—¡Vaya, pero que muy bonito, lo que dices! Pues no mataba a su tío porque no se mata a un tío, en ningún caso, ni siquiera para heredar.
—¿Y por qué no se mata a un tío?
—Por la policía.
—Pero, ¿y si la policía no se entera?
—La policía se entera siempre, el portero se lo cuenta. Y además, ahora vas a ver que el sobrino fue mucho más listo. Se fijó en que su tío, después de las comidas, se ponía colorado...
—A lo mejor estaba borracho.
—No, es que era así. Era apopléjico...
—¿Qué es apeplójico?
—Apoplejico... Son personas que se les sube la sangre a la cabeza y se pueden morir de una emoción fuerte...
—¿Y yo soy apopléjico?
—No, y no lo serás nunca. Tú no tienes ese temperamento.
Entonces el sobrino se había fijado en que lo que más enfermo ponía a su tío eran los ataques de risa, y que incluso una vez había estado a punto de morirse por una carcajada demasiado larga.
—¿Entonces te puedes morir, de risa?
—Sí, si eres apopléjico... Un buen día, resulta que el sobrino llega a casa de su tío, justo en el momento en que éste se estaba levantando de la mesa. Nunca había cenado tan bien. Estaba más colorado que un cangrejo y resoplaba como una foca...
—¿Como las focas del Jardin d’Acclimatation?
—Eso no son focas, son leones marinos, pero bueno. El sobrino se dijo: «Este es el momento ideal», y se puso a contar una historia divertidísima...
—¿,Sí?, ¿me la cuentas?
—Aguarda un poco, al final te la cuento... El tío escuchaba la historia, y se desternillaba de risa, tanto que antes de que terminase la historia, se había muerto de risa.
—¿Pero qué historia le había contado?
—Espera un poco... Entonces, cuando el tío se murió, le enterraron, y el sobrino heredó.
—¿Y se quedó también con los barcos?
—Se lo quedo todo, porque era el unico heredero.
—¿Pero qué historia le había contado, a su tío?
—¡Pues bien! La que acabo de contarte.
— ¿Cuál?
—La del tío y el sobrino.
—¡Venga ya, cuentista!
—¡Y tú qué!
—Había una vez un tío y un sobrino.
—¿Cuál era el tío?
—¿Cómo que cuál? ¡Pues el más gordo, demontre!
—¿Entonces son gordos, los tíos?
—A menudo.
—Pues mi tío Henri no está gordo.
—Tu tío Henri no está gordo porque es un artista.
—¿Entonces no son gordos, los artistas?
—Me estás mareando... Si me interrumpes todo el rato, no voy a poder seguir con la historia.
—Venga, que ya no te interrumpo.
—Había una vez un tío y un sobrino. El tío era muy rico, muy rico...
—¿Cuánto dinero tenía?
—Unas rentas de diecisiete mil millones, y casas, y coches, y bosques...
—¿Y caballos?
—¡Cómo no iba a tener caballos, diantre, si tenía coches de caballos!
—¿Y barcos? ¿Tenía barcos?
—Sí, catorce.
—¿De vapor?
—Tres de vapor, los demás de vela.
—¿Y su sobrino se montaba en los barcos?
—¡Déjame en paz! No me estás dejando contar la historia.
—Vamos, cuéntala, que ya te dejo.
—Su sobrino, en cambio, no tenía ni un céntimo, y eso le traía de cabeza...
—¿Y su tío porqué no le daba?
—Porque su tío era un viejo avaro y le gustaba guardarse todo el dinero para él. Pero ocurría que el sobrino era el único heredero de aquel hombrecillo...
—¿Qué es heredero?
—Son las personas que se quedan con tu dinero, tus muebles, todo lo que tienes, cuando estás muerto...
—¿Entonces por qué no mataba a su tío, el sobrino?
—¡Vaya, pero que muy bonito, lo que dices! Pues no mataba a su tío porque no se mata a un tío, en ningún caso, ni siquiera para heredar.
—¿Y por qué no se mata a un tío?
—Por la policía.
—Pero, ¿y si la policía no se entera?
—La policía se entera siempre, el portero se lo cuenta. Y además, ahora vas a ver que el sobrino fue mucho más listo. Se fijó en que su tío, después de las comidas, se ponía colorado...
—A lo mejor estaba borracho.
—No, es que era así. Era apopléjico...
—¿Qué es apeplójico?
—Apoplejico... Son personas que se les sube la sangre a la cabeza y se pueden morir de una emoción fuerte...
—¿Y yo soy apopléjico?
—No, y no lo serás nunca. Tú no tienes ese temperamento.
Entonces el sobrino se había fijado en que lo que más enfermo ponía a su tío eran los ataques de risa, y que incluso una vez había estado a punto de morirse por una carcajada demasiado larga.
—¿Entonces te puedes morir, de risa?
—Sí, si eres apopléjico... Un buen día, resulta que el sobrino llega a casa de su tío, justo en el momento en que éste se estaba levantando de la mesa. Nunca había cenado tan bien. Estaba más colorado que un cangrejo y resoplaba como una foca...
—¿Como las focas del Jardin d’Acclimatation?
—Eso no son focas, son leones marinos, pero bueno. El sobrino se dijo: «Este es el momento ideal», y se puso a contar una historia divertidísima...
—¿,Sí?, ¿me la cuentas?
—Aguarda un poco, al final te la cuento... El tío escuchaba la historia, y se desternillaba de risa, tanto que antes de que terminase la historia, se había muerto de risa.
—¿Pero qué historia le había contado?
—Espera un poco... Entonces, cuando el tío se murió, le enterraron, y el sobrino heredó.
—¿Y se quedó también con los barcos?
—Se lo quedo todo, porque era el unico heredero.
—¿Pero qué historia le había contado, a su tío?
—¡Pues bien! La que acabo de contarte.
— ¿Cuál?
—La del tío y el sobrino.
—¡Venga ya, cuentista!
—¡Y tú qué!
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