ROGELIO GUEDEA, Del aire al aire, Thule, Barcelona, 2004, 96 páginas.
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CARRETERA
A diario, o casi a diario, salgo a carretera. Con el pensamiento abierto al pensamiento, y la mano fija en el volante, mis ojos miran hacia delante y hacia atrás, como en la vida. No hay una mejor manera de revivir a los muertos ni una peor forma de mantener viva la esperanza. Durante el trayecto, uno puede perdonarse o tal vez convencerse de que no es fácil saber si el destino lo vamos haciendo metro a metro, kilómetro a kilómetro, o si él, por el contrario, nos va entrando piel a piel, hueso a hueso. La velocidad, lo sabe uno desde que arranca, no es el factor esencial, por eso no hay que preocuparse por llegar a la ciudad próxima, no hay ciudad próxima, sólo acotamientos, retenes, puntos de fuga. El que va siempre vuelve, porque viajar es volver, quedarse quieto. Esto me lo enseñó el hombre que a diario, o casi a diario, veo caminando a la orilla de la cinta asfáltica, descalzo, perdido. Ese hombre que, cada vez que paso, me dice adiós desde el otro lado, fuera ya de la carretera de la vida, con ese gesto del que pretende decirte que, si no te sales, seguirás en el rumbo equivocado.
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