GONZALO SUÁREZ, El asesino triste, Alfaguara, Madrid, 1994, 216 páginas.
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LA PIEL DE PLÁTANO
Resbaló. Pisó una piel de plátano, al parecer. Y, en el vértigo de la caída, se deslizó, de sábado a sábado, sin poderse retener, cumpliendo de pasada con necesidades y obligaciones, incluso con superfluas relaciones enojosas, cordiales o afectivas, que aderezaban su ininterrumpida caída. Juegos, risas y algún llanto, recados, impresos y llamadas telefónicas, lugar para el hastío y el desencanto, fugaces alegrías, mientras caía. Y, por fin, el batacazo. No por esperado menos sorprendente. Y tuvo conciencia, de repente, de ya no ser, sin haber sido. Sólo su nombre, sobre la lápida grabado, dejó constancia para otros de que, habiendo muerto, había nacido.
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