martes, noviembre 08, 2011

TRASTORNOS LITERARIOS, Flavia Company

FLAVIA COMPANY, Trastornos literarios, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, 288 páginas.

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Cada uno de los tres bloques se presenta subtitulado con la naturaleza de estas piezas narrativas, enraizadas siempre en jardines del lenguaje: Trastornos literarios: Textos de ficción basados en una figura retórica; Frases (muy hechas): Textos de ficción basados en una frase hecha tomada en sentido literal, y La vida en prosa: Textos de ficción basados en un titular publicado en la prensa escrita.
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ROMPER EL HIELO

Por la mañana, cuando yo llegaba a la biblioteca, él ya estaba allí, esperando a que abriésemos. Al cabo de un par de días empezamos a saludarnos con la mirada. Sin sonreír. Solo miradas. Nada más. Miradas cada vez más turbadoras. Seguimos así durante tres semanas. Los días festivos se me hacían eternos. Y de repente, un lunes, tras uno de los domingos más insoportables de mi vida, llegué y él no estaba. El corazón se me cayó a los pies, me tropecé con él y lo hice papilla. Me pasé el día entero hecha polvo, mirando la silla que solía ocupar mientras tomaba apuntes del primer tomo de la Espasa (su trabajo era para mí un absoluto misterio). A la salida, sin embargo, me aguardaba la gran sorpresa: me estaba esperando. Llevaba unas cuantas bolsas de supermercado llenas a rebosar. Se acercó y me dijo que había comprado cosas para la cena, que empezara a caminar, que me seguiría hasta mi casa. Y yo, como una loca, accedí. Cuando llegamos a casa, y una vez dentro, me di cuenta de la situación. Ni siquiera sabía cómo se llamaba. «Rápido, una copa», pensé. Algo había que hacer. No podía echarle. Mejor dicho, no quería echarle. Serví dos whiskies. Abrí el congelador para pillar unos cubitos. No había forma humana de arrancar de allí aquellas malditas cubiteras. Estaban pegadísimas. «¡Mierda de nevera!», me maldije por no haber comprado ya una nueva. Empecé como pude a hacer palanca con un cuchillo. Él se aproximó por detrás, puso sus manos sobre las mías dentro del congelador. Estaban tan calientes que consiguieron romper el hielo y desprender las cubiteras al mismo tiempo que yo me daba la vuelta para besar sus labios. De ahí.

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