martes, octubre 22, 2019

MAGACÍN RADIOFÓNICO, Sławomir Mrożek

SŁAWOMIR MROŻEK, Magacín radiofónico y «El agua (pieza radiofónica», Acantilado, Barcelona, 2019, 176 páginas. Traducción de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski.

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EL PERVERTIDO

   Corrió la voz de que un pervertido andaba pululando por el parque municipal. Se acercaba a los transeúntes al socai­re de la oscuridad, les entregaba un billete de quinientos złote a toda prisa y desaparecía sin dejar rastro.
   La primera víctima fue nuestro cajero. Llegó a la taber­na pálido como la cera, con un flamante billete de quinien­tos en la mano. Nos contó lo ocurrido y, acto seguido, nos pagó una ronda a todos para recobrar el ánimo. 
   La noticia sobre el incidente se propagó como un regue­ro de pólvora, causando el consabido revuelo. Los más alar­mados eran los padres. Temían que las correrías del per­vertido fuesen un mal ejemplo para la juventud y pusiesen en peligro su integridad moral. El individuo misterioso fue apodado «el Monstruo de la Alameda».
   El parque es un lugar desierto y mal iluminado, de modo que no resultaba nada extraño que acabara siendo el esce­nario de alguna cochinada. A pesar de todo, decidí jugár­mela y al día siguiente fui a dar un paseo. Al fin y al cabo, no soy un cobarde.
   La noche estaba oscura como boca de lobo, pero, desde la entrada misma, advertí que una gran multitud deambula­ba por allí. ¡Al fin y al cabo, somos una nación valiente y un pervertido cualquiera no nos va a meter miedo en el cuerpo! Por lo visto, quien se asustó fue aquel cerdo, porque, a pe­sar de recorrer el parque una y otra vez, no pude dar con él. 
   «Ya verás, miserable—pensé—. Tengo todo el tiempo del mundo. Esperaré a que se marchen todos y te daré una buena lección».
   Ya era pasada la medianoche cuando por fin me quedé solo. Frío, llovizna, una noche otoñal...: el ambiente ideal para un pervertido. Me sentía intranquilo. 
   Finalmente, miré, y vi una silueta que emergía entre los arbustos. Se me acercó.
   —¿Te gustaría tener quinientos złots?—me preguntó.
   —De acuerdo—dije—, pero que conste que estoy some­tido a violencia. 
   —Pues a mí también me gustaría—contestó—. ¡Suelta medio talego y lárgate!
   Me di cuenta de que estaba ante uno de nuestros ciuda­danos de pro, un hombre normal y corriente con su puño americano, nada que ver con un pervertido. El desconoci­do tuvo que conformarse con ochenta y dos złote y treinta groszy, porque aquello era todo lo que yo llevaba encima. 
   Pero no lamento haber perdido el dinero. Lo más impor­tante es que nuestra sociedad sea sana y que entre nosotros no haya pervertidos de ninguna clase.

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