Cuentos esquimales (Los cuentos del iglú), Olañeta, Palma de Mallorca, 1990, 55 páginas.
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Recopilados por Edward L. Keithahn, estos cuentos de los "comedores de carne cruda", explica Louise Weiss en la Presentación (pp. 5-6), son "representativos del desolado mundo polar que tanto fascina en la actualidad a los felices habitantes de nuestras templadas tierras". Las ilustraciones interiores son reproducciones de obras procedentes de museos canadienses.
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EL NIÑO GLOTÓN Un niño vivía con su abuela en el iglú construido por el abuelo. A partir de la muerte de este último, el hambre campaba a sus anchas por la casa. Un día, la anciana sacó al nieto del iglú. Ya no podía alimentarlo más. Le rogó que buscara algo para comer.
El niño salió y se encontró un bacalao que había sido arrojado a la playa. Lo recogió, le arrancó la cabeza y se lo devoró de un bocado. Continuó su paseo y tropezó con un león marino. Se arrojó sobré él, le arrancó la cabeza y se lo comió. Pero aun así, seguía hambriento. Más adelante se topó con una morsa de largos bigotes que se calentaba al sol. Antes de que la morsa hubiera llegado al agua, el niño ya le había arrancado la cabeza y sin molestarSe en despiezarla, se la tragó.
Por último el pequeño glotón divisó una ballena blanca que acababa de ser arponeada por un pescador. De la misma manera que había hecho con el bacalao, el león marino y la morsa, le quitó la cabeza y se la comió entera, con piel, barba e intestinos incluidos. Entonces se sintió mejor. Por primera vez en su vida había conseguido devorar a su propia hambre. Se puso a cantar y le dedicó la canción a su estómago. Tuvo sed y se dirigió a un pequeño lago, donde bebió sin tomar aliento. El lago se secó y el niño volvió al iglú. Pero había engordado tanto, que no pudo entrar por la puerta.
—Entra por la ventana —le aconsejó la abuela.
La ventana era más pequeña que la puerta. Con todo pudo meter la cabeza, pero los hombros se quedaron atascados.
—Entra por el tubo del respiradero —le aconsejó la anciana. El tubo era más pequeño que la ventana, pero la cabeza y los hombros del niño pasaron, el estómago no.
—Pasa por el ojo de mi aguja —invocó la esquimal.
Levantó su aguja hacia el techo del iglú y el niño pasó y se cayó al suelo. En aquel momento la anciana se dio cuenta de que su nieto había engordado tanto sólo por comer demasiado.
—¡No te acerques a la lámpara!— le dijo con firmeza.
Pero el niño, que había perdido el equilibrio, rodó hasta la lámpara, ésta cayó sobre él y estalló. La anciana había tenido tiempo de escapar. Cuando volvió a reinar el silencio, la vieja se arrastró hasta el iglú y miró por la ventana. El niño y la lámpara habían desaparecido. En su lugar se hallaban un bacalao, un león marino, una morsa y una ballena que nadaban en un pequeño lago azul.
Muy interesante, me gustaria leer mas cuentos esquimales,
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