domingo, noviembre 13, 2011

SEXO, COLORES Y CIANURO, Conrado Arranz, Twiggy Hirota, Mateo de Paz & David Urgull

 
CONRADO ARRANZ, TWIGGY HIROTA, MATEO DE PAZ & DAVID URGULL, Sexo, colores y cianuro, Edaf, Madrid, 2006, 176 páginas. 
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Este libro colectivo contiene microrrelatos de Twiggy Hirota y Mateo de Paz.
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VERDE
  
   Observa los nuevos diseños de moda que llevan sus iguales. Tiene dudas. Nunca le había pasado antes. Camina extrañado por esa nueva sensación de vacío. Esto tampoco le había pasado antes. Llega a Takeshita Doori y le molesta el cóctel de músicas, de colores, de zapatos y de piernas, vestidas y desnudas. La única que le atrae es una joven estudiante en minifalda que se llama Midori. Lo sabe porque su amiga no deja de repetir su nombre, de reírse y de taparse la boca con su mano blanca para esconder su risa adolescente japonesa.
   En estos momentos de su vida se siente privilegiado sabiendo que solo él puede ver las bragas verdes de Midori, pero eso no es suficiente para sentirse realizado. Nadie se extraña de que él vaya solo por la calle; debería acostumbrarse a ello.
   Midori y su amiga se paran en la entrada de una tienda de ropa para perros y entran para ver los nuevos modelos de la temporada. Él las sigue, a cierta distancia, tratando de pasar desapercibido. También entra en la tienda. Entonces Midori repara en él. Tímido. Desnudo. Con la mirada perdida en sus bragas y los ojos saltones de caniche de orejas puntiagudas. Ella se agacha y lo acaricia, entendiéndole solo y sin dueño.Aunque eso es lo de menos, porque ahora los perros de Tokio viven al margen de los humanos: tienen sus propias tiendas de moda, sus lugares de ocio y sus espacios de reunión. Midori lo viste con un traje de Peter Pan, verde. Él se siente un payaso, pero acepta el regalo. No le importaría ganar el festival anual de caniches de Tokio. Así, Midori podría sentirse orgulosa de él.

Twiggy Hirota
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EL POZO
       
   Después de muchos años, era su primera noche en el pueblo. Reconoció la estación de tren y la plaza en la que había jugado de niño, la iglesia basilical y las casas de sus vecinos. Poco después de la medianoche, desde su cuarto de siempre, que había permanecido intocable tras largos años de eterna peregrinación, Pablo escuchó voces que lo llamaban. «Qué extraño», pensó. No esperaba visita y      aquel era un pueblo desierto. «Pablo... Pablo...», decían. Como un alma en pena, bajó las escaleras arrastrando los pies hasta que salió a la penumbra del corral devastado por la mala hierba. Arriba permanecían las estrellas y, aunque estaba asustado, se hizo con un poco de valor, pues al asomarse al fondo del pozo vio que estaba su padre.
   —Papá gritó extrañado , ¿estás bien? Espera, que te tiro una cuerda.
   El padre se agarró a la cuerda y subió. Al verlo, dijo aturdido:
   —Pero tú, hijo..., pero tú estás muerto. ¡Te mataste junto con tu madre en aquel accidente...!
   —No, papá, quien está muerto eres tú. Nosotros te arrojamos al pozo. ¿No lo recuerdas?

Mateo de Paz

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