EL TESTAMENTO DE AMOR DE PATRICIO JULVE, Antón Castro

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ANTÓN CASTRO, El testamento de amor de Patricio Julve, Destino, Barcelona, 1995, 222 páginas.

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Algunos de estos veinticuatro relatos adoptan formas breves.
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EL MILICIANO
(Teruel, otoño de 1937) 

   Alguien me lo dijo: «Sal a las calles que vienen esta tarde». Y claro que salí. Recorrí los alrededores de la catedral y los túneles oscuros de las torres. Luego me asomé a los jardines del Seminario y me oculté entre las higueras y la fronda de las adelfas nevadas. El cielo se había serenado y el puente se perfiló con toda su nitidez. Estaba imponente, desierto e inundado de escombros. Abajo se extendían los campos de remolacha, una columna interminable de árboles y las tierras roturadas del cereal. Aparecieron al instante. Había soldados, mendigas, reporteros, mujeres y pasajeros de ultramar: gente desconocida que cantaba y ondeaba una banderola al viento. Y en medio, venía él. No sé por qué me deslumbró. Era alto, lucía mostacho poblado, usaba una guerrera polvorienta y se reía a mandíbula batiente entre una gavilla de milicianas. Creo que se me trastabillaron las piernas o que el corazón se me estremeció de emoción y de pánico. Salí de mi escondrijo y le chisté. Me miró y se detuvo un momento; me acerqué a él y le ofrecí chorizos, mermelada de higos, longaniza y pan. El sonrío y me abrazó con fuerza como si quisiera descuartizar mis huesos entre sus manos. Me sentí como una alondra a punto de ser devorada por un cernícalo. Creo que me levantó del suelo y sentí su espeso aliento de lumbre y de tabaco. Esa noche escribí mi primera carta de amor y al amanecer, herida por el estruendo de los abuses y la pena, la arrojé a la hoguera.
   Muchos años después, cayó un libro en mis manos. Entre sus páginas, el narrador describía una escena semejante, aquella misma escena, sin duda, y dibujaba una hermosa adolescente que recibió en plena guerra, antes de la derrota definitiva, su primer beso de amor, de agradecimiento o tal vez de caridad. Cerré el volumen y leí el nombre de su autor: Ernest Hemingway.

   No quisiera engañar a nadie. Estamos ante una narración que no pertenece al autor de estos relatos. Una tarde fui invitado a la casa palacio de Las Tres Notarías en La Iglesuela del Cid con el médico de Cantavieja, Alfredo Sanz. En una habitación enorme, adornada con cuadros de vírgenes góticas y aljofainas barnizadas, al otro lado de una cama con dosel y con sobrecubierta de lino, había una cómoda con estantes repletos de libros. Curioseé los volúmenes y extraje un ejemplar en lengua original de la History of decline and fall of roman Empire (Historia de la decadencia y la ruina del Imperio Romano) de Edward Gibbon. Estaba datado en Londres a mediados del siglo XIX. En la página 33, resuelto con una caligrafía redondeada sobre papel delineado de carta, encontré este texto anónimo. No dije nada a nadie y, con total disimulo, me lo apropié. Ignoro a quién perteneció.

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