LONDRES, Julio Camba

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JULIO CAMBA, Playas, ciudades y montañas, Reino de Cordelia, Madrid, 2012, 344 páginas.

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Francisco Fuster García en La ciudad de la niebla (pp. 13-18) destaca: «Más que un asunto de modales o una diferencia de formas, lo que este cronista percibe es una incompatibilidad de fondo entre su españolismo y el carácter inglés, entre su espíritu aristocratizante y el pragmatismo acérrimo de un pueblo que trata de absorberlo, de asimilarlo».
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LA MORAL

   Un gentleman es un hombre bien vestido y que no tiene deudas. En cuanto un inglés deja de pagar la casa, ya no es un gentleman. Si un día se presenta con el traje estropeado, tampoco. ¡Qué diferencia tan grande entre el gentleman inglés y el caballero español! Porque el dinero no es condición indispensable de la caballerosidad española, y si lo fuera, España no hubiera pasado nunca por un pueblo caballeresco. El caballero español es caballero siempre, aunque no tenga dos reales. ¿Por qué? Por el alma, por el gesto. Un caballero español puede hacer todas las cosas que hace un pícaro español, sin llegar jamás a confundirse con él, y es que el caballero las hará de un modo caballeresco. No creo que en ningún otro país que España haya una manera caballeresca, de pedirle dos duros a un amigo o de marcharse de la fonda sin liquidar la cuenta. No. No la hay. Esa manera es la misma con que aquellos hidalgos de Toledo, de Burgos, de Ávila, caían desfallecidos sobre los mendrugos que el criado había pedido a las almas caritativas y se los comían todos con una admirable indignación. 
   —No me gusta que implores limosna, Juan, porque alguien podrá creer que la imploras para tu amo....
   Esta caballerosidad no será jamás comprendida de los ingleses, a quienes yo felicito por su incomprensión. «La moral —decía Taine—, buena o mala, es una moneda que todo el mundo debe poseer en Inglaterra». No. La moneda, mala o buena, es una moral que en Inglaterra debe poseer todo el mundo.
   Yo conozco aquí a una pareja de estudiantes rusos que el otro día se vieron obligados a hacer lo que en Pans se llama un déménagement à la cloche de bois — una mudanza a la campana de madera—, es decir, una mudanza silenciosa, a la chita callando. Estas mudanzas son pintorescas en todas partes, menos aquí. Aquí el quedarse sin casa es una cosa muy desagradable. Los rusos pasaron las de Caín. 
   —En medio de todo —decía él— esto no deja de ser divertido.
  —No se lo cuente usted a ningún inglés —le contesté yo—. En el Barrio Latino, sus aventuras harían mucha gracia; pero no aquí. Aquí, al oírle a usted, todo el mundo se pondría muy serio y muy triste. Decirles a los ingleses: «No he pagado la casa. He tenido que mudarme por e1 aire» y contarles todos los episodios subsiguientes; es hacerles pasar mal rato. Para un inglés, lo más gracioso es que le digan: «Ayer ha vencido mi alquiler, y yo lo pagué en el acto».
   Es admirable, no cabe duda, esta moral inglesa. Es lógica, es práctica. Cuando yo tengo dinero la comprendo perfectamente. Entonces pienso que toda nuestra hidalguía es ridícula e inmoral, y probablemente en estos contados momentos es cuando tengo razón.

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