UNA LENGUA MUY MUY LARGA, Lola Pons Rodríguez

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LOLA PONS RODRÍGUEZ, Una lengua muy muy larga, Arpa Editores, Barcelona, 2017, 260 páginas.
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Un segundo adverbio le sirve a Lola Pons para ofrecer otros cien «relatos sobre el pasado y el presente de nuestra lengua».
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PALABRAS CON IDENTIDAD TRANSGÉNERO

   La celebración del Día del Orgullo Gay reivindica la igualdad de derechos para las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, todas ellas recogidas en la sigla LGTB. La T de esa sigla, referente a la transexualidad y a lo transgenérico, bien podría aplicarse, con una mirada un poco amplia, a la historia de la lengua.
   El género es fundamentalmente algo gramatical (una ventana es de género femenino) y el sexo una cuestión de identidad (una ventana carece de sexo, pero es de género femenino). Las palabras del español que cabrían dentro de la T de transgénero de esa sigla LGTB serían todas aquellas que han cambiado de masculino a femenino o de femenino a masculino a lo largo de la historia. El español nos proporciona muestras de todo tipo de trasvases, ampliaciones y cambios de esta clase. De hecho, en esto del género vemos que en las palabras casi nada es para siempre y que en ellas, como en las personas, lo del género es más una opción que una obligación de naturaleza o nacimiento (lo que, para el caso de la lengua, viene a ser la etimología).
   Hoy separamos el calor, más benigno que la calor, pero otros cambios de género se dan sin que cambie el significado. Nuestros antepasados (y aún hoy algunos viejos del lugar) dijeron la dolor, la sabor, la humor, la honor y la sudor y tanto temían de la serpiente como del serpiente.
   Palabra con cambio de género fue valle. Fue femenina en latín y lo sigue siendo en catalán. Sin embargo, en el castellano, valle ha protagonizado un curioso cambio de género hacia el masculino. Si en catalán está la Vall d'Aran, en castellano se dice el valle de Arán. Cabe preguntarse: ¿por qué una palabra cambia de género? A diferencia de lo que ocurre en la sociedad, aquí no son, obviamente, las propias palabras las que deciden cambiar, sino los usuarios del idioma, los hablantes, los que reorientan el género original de la etimología, normalmente por influencia de otras palabras con las que se convive dentro de un mismo grupo. Si valle es complementario del masculino monte (del latín MONS-MONTIS, masculino), ¿pudo ser el monte el que se llevó al valle a su grupo? No es descabellado. No obstante, antes de cambiar de género, la valle dejó su rastro en español. Lo vemos poderosamente en todas esas localidades españolas llamadas Valbuena: formas de valle buena con eliminación de la terminación de valle por la apócope que se da en palabras de mucho uso. Hay Valbuena en Asturias y Salamanca, está Valbuena de Duero en Valladolid, Valbuena de Pisuerga en Palencia... Existen también pueblos y personas llamados Valbueno (Guadalajara, León), pero curiosamente son menos que los Valbuena primitivos.
   Sean hombres o mujeres, tengan sexo o no, los fantasmas han sido de género bastante fantasmagórico en español. Hoy los hacemos masculinos (decimos que hay un fantasma en un castillo), pero, como la palabra acaba en -a, en la lengua antigua los hablantes la interpretaron como femenina para decir la fantasma. Por la misma razón, hay quien se queja de la reúma a su médica, que llamará el reúma a este padecimiento. Profesora, tengo una problema, nos dicen muchos de los estudiantes extranjeros que aprenden español. Problema, cisma, reúma... son neutros griegos que se hicieron masculinos pero, como acababan en -a, los hablantes del español a veces reorientaron algunas de estas palabras hacia el femenino.
   Más raro es el recorrido de puente, palabra cuya identidad genérica ha sido muy trans-. Masculino en latín (PONS-PONTIS, desde aquí saludo a todos los Pons del mundo), femenino en castellano antiguo y de nuevo masculino en español moderno. El castellano medieval, como el portugués y algunos dialectos italianos y suizos, al femenino, la puente. El masculino original en español empezó a recobrarse en el siglo XVII, en una transición de identidad masculina hacia femenina y de femenina en masculina muy camaleónica. Ponte sigue siendo femenino en gallego y portugués, como se ve en Pontevedra (PONTE VETERA, «puente vieja»).
   Cambios de este tipo muestran cómo los hablantes somos bastante flexibles para modificar la herencia lingüística recibida. No es cuestión de antojo sino de la capacidad para el cambio que tiene una lengua viva. Y eso es para sentirse de lo más orgulloso.

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