LA MARCA DE CRETA, Óscar Esquivias

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ÓSCAR ESQUIVIAS, La marca de Creta, Ediciones del Viento, A Coruña, 2008, 176 páginas.
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Con estos dieciséis cuentos, de distinta extensión, que contiene La marca de Creta, Esquivias obtuvo el Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España en 2008.
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LA REINA DEL PURÉ

   Era la reina del puré. Purés multicolores, de toda clase, de toda especie. Reducía legumbres y verduras a potajes masticados, calientes, de sabores dudosos pero riquísimos en vitaminas, que la familia tragaba sin rechistar: ella, porque adoraba el puré, su marido, porque no podía dar mal ejemplo a los chicos, y ellos, porque desde la tiernísima infancia sabían que toda resistencia era inútil. Así, aquel hombre a quien el matrimonio y la paternidad habían hecho espejo de virtudes (ya no fumaba, no bebía, no eructaba en la mesa) no podía menos, al cavar su pequeño huerto, que tener la sensación de estar ahondando su propia fosa: aquellos calabacines tan hermosos, las alubias verdes, pintas o blancas, daba igual, las acelgas, las zanahorias, los puerros, sus patatitas de secano, todo-todo-todo iba a acabar triturado por las aspas de la batidora. La verdura que pierde el accidente y se sirve en su viscosa esencia, filosofaba a golpe de azada. A veces había que adivinar el secreto del sabor, decía la reina del puré, y ellos, que procuraban tragar sin sacar ningún gusto y que por nada del mundo retendrían aquello en la lengua, no podían descubrir los ajetes fritos, tan sabrosos, o los quesitos, que lo hacían tan suave, y la reina del puré servía entonces dos cucharones adicionales, para que lo notaran. Jamás la desalentó el silencio de desgracia que invadía en aquellos momentos la mesa: era irreductible.
   El paquete que nos dejó aquella mañana el cartero parecía inofensivo. Pero resultó una bomba atómica, conseguida, al parecer, con cien tapas de yogures: el papel de estraza escondía un libro, ah, un libro, pero qué libro, El mundo del puré y la compota se titulaba. Unas doscientas páginas. Todo fotos y recetas. Estalló cuando nos íbamos a sentar a la mesa: mi madre desenvolvió el paquete y, entusiasmada, nos leyó el título. Buuum: Hiroshima. Lo repitió: El mundo del puré y la compota.
   Nos quedamos todos en silencio. Mi padre se metió la mano entre dos botones de la camisa, napoleónico, y se rascó el ombligo. Mi hermana pequeña veía cómo naufragaba poco a poco la cuchara en el lago de puré de su plato. Mi hermano mayor suspiraba, como alelado. Entonces fue cuando, desde la atalaya de mi adolescencia, tuve la sensación de que éramos una familia de derrotados y que la vida nos iba a tratar mal, muy mal.
   —Qué interesante —decía mi madre, ajena a todo, al leer alguna línea del libro que, sobre su regazo, abría y cerraba al azar, como una Biblia—. Mira qué interesante, interesantísimo, oye.
   Ella es la reina del puré y su optimismo, en aquel momento, me pareció heroico.

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