PASIÓN, Brane Mozetič

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BRANE MOZETIC, Pasión, Dos Bigotes, Madrid, 2014, 128 páginas.

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En Almas mellizas (pp. 3-8) el escritor y traductor Lawrence Schimel destaca de los relatos de Mozetič: «son historias acerca de la pasión [...] pero más que nada son historias sobre el anhelo de conexión, y los efímeros momentos en los que esta se encuentra.»
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LA CALLE 

   Yo también estaba en la calle. Desde la caída de la fortaleza tenebrosa hasta los restos de las culturas más antiguas. Y, durante todo ese tiempo, no pasaba nada. Solo un desfile lento de seres casi irreconocibles. Me fijaba en los farolillos y globos multicolores que bailaban en el aire y en el vaivén de unas manos alegres saludando desde allí arriba, desde las ventanas de los áticos, y te percibía andando a mi lado y sentía angustia porque veía mi propio vacío y no sabía qué iba mal, por qué no sentía escalofríos, por qué no me dolía nada, sino que tan solo caminaba frío como un muerto por el asfalto. La oleada embestía y se paraba y la multitud avanzaba agitada, en ella se mezclaban los cuerpos y se tocaban las manos que ignoraban a quiénes pertenecían y que toda esperanza había sido inútil. Y yo ya no tenía esperanza. Solo me engañaba a mí mismo con una actitud siempre juguetona, como si no fuera todo tan evidente. Ah, qué libertad andar en medio de la calle, dejarse cubrir por las flores, cantar, encandilado, junto a miles de voces, de un modo tan ruidoso que la piel brillaba y el sol se retiraba tímido detrás de una nube. ¿Estás aquí? Te siento y sé que no te amo. Me preguntas por qué. Me gustaría mucho decírtelo, pero no tengo ganas, ya que estamos avanzando a través del río feliz de sangre caliente y, en el fondo, no sé qué decir. Tal vez esté feo, pero ¿de verdad crees que te debo una explicación? ¿No ves cómo se alzan nuestras manos, cómo se suceden los besos, cómo los cuerpos desnudos en las carrozas se empapan de aire, de este aire libre que desprende este desfile? Tú admiras todo esto, ¿verdad? Y te gustaría que los dos montáramos un espectáculo, o mejor tú solo, porque yo no cuento. Es verdad que no cuento, reacciono casi mecánicamente, con mi andar, mis dedos, mi risa, mi llanto, y entre todo este baile, este debe ser el dominio africano del cuerpo, o el cuerpo mismo, esta piel me impulsa a los ritmos impetuosos, pero dentro, dentro no se mueve nada y apenas lo siento —apenas siento que todo está tranquilo—; solo tengo un recuerdo vago de cómo, a veces, las cosas se despiertan.
   Apenas te recuerdo y, en la calle, uno se olvida de todo. Uno apenas es más que un cuerpo —trato de recordar tus facciones, tu voz, tus palabras, he probado ya todos los cuerpos, pero sin éxito—. Si no, volveré, y entiéndeme: ya no puedo retener nada, todo se hunde en cuanto lo suelto de las manos. Tal vez no tengas fuerzas suficientes para mantenerme con vida a mí y a todos mis amores, a todas las sensaciones que, al escurrirse de mis manos, se han sumergido. Apenas sabía que no me sentía bien, todos los pretextos aún servían, y la ciudad pertenecía a las divinidades antiguas, olvidadas. Como si en este silencio ruidoso desapareciese mi palabra, mi pensamiento, y quedasen solo los reflejos. Y, entonces, escuché una voz a mi lado: Perdona, ¿eres judío? Tuve dificultades en asimilarlo y mi cabeza quedó fría como si la pregunta fuera también una canción o un gesto al que no había que responder desde dentro de uno mismo, sino solo así, en la calle, cuando las extremidades del cuerpo se mueven solas. Pero la cabeza a mi lado repitió la cuestión y después, cuando no salía nada de mí, oí: Lo siento, me he equivocado. Y la ligereza que inundaba la calle continuaba cuando las carrozas concluían su trayecto y terminaba el desfile con una alegría cada vez mayor y cuando yo abría la boca para cantar a lo mejor por última vez. Pero ahora se desmoronaron las barricadas y mi cabeza se abrió de verdad, y allí dentro, dentro de ella, no había nada. No, busco en vano las raíces debajo de mis pies, parece que se han podrido, y poco a poco, muy lentamente, me voy secando, sin darme cuenta. Y no crezco y no sé de dónde he venido siquiera, por qué estoy aquí, hacia dónde quiero ascender y a qué aspirar. Presiento vagamente que en alguna parte queda algo de mí, tal vez en ti, quizás en los transeúntes, solo aquí, aquí no hay nada en absoluto, nada de lo que pueda decir esto soy yo. Siento que no soy, que nunca he sido, que aún y ya soy polvo.

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