EL TESORO DE PUNTA HERMINIA Y OTROS TEXTOS SUMERGIDOS, Urbano Lugrís

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URBANO LUGRÍS, El tesoro de Punta Herminia y otros textos sumergidos, Alvarellos, A Coruña, 2017, 108 páginas.

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Olivia Rodríguez González subraya en Vuelve la literatura de Urbano Lugrís (pp. 7-18) la importante recuperación de estos textos del la importante recuperación de estos textos del pintor gallego.
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LOS CELTAS DE AYER (1950)

   Es en las horas de la tarde, cuando el restollo aldeano adensa el aire vespertino, y la torcaz inicia su tensón amorosa, que las viejas piedras de los viejos pazos expresan mejor su melancolía de rotas y lejanas hermosuras.
   El liquen de oro, y la vid silvestre, ciñen y decoran los sillares mordidos del tiempo, con las amargas adelfas amadas del romántico, y la zarzamora, con sustos de pájaros escondidos. Completan la nostálgica teoría floral los hinojos, con sus umbelas, quitasol de cigarras y cochinillas, los gráciles dientes de león, graciosos aeronautas del estío, mensajeros del campo en la ciudad, y las ortigas, jaramagos y centenos silvestres que adoraba Francis Jammes.
   Sobre el informe patín, donde sestea la lagartija, siempre ojo avizor, las armas de la casa muestran sus nobles atributos, limados por largos soles, lluvias y ventanías; tristes y bellas cicatrices que musgos y líquenes piadosamente amortajan y acarician.
   En las desiertas estancias murmura el viento su queja desolada, sus ancestrales suspiros sin descanso. Parece que llora —y en verdad lo hace— los nobles tiempos antergos desaparecidos, cuando del ámbito señoril de estas casas y torres derrumbadas, brotaba, como un agua fresca y sonora, la linfa purísima de la mejor cortesía.
   Pero no todo, afortunadamente, son ruinas evocadoras; no todo es soledad y abandono en los pazos gallegos. Muchos —quizá los más hermosos y representativos—, perduran todavía en medio de tantos azares y contratiempos, y conmovedoras supervivencias de un tiempo añorado y feliz, nos tocan alegremente el corazón cuando los percibimos, indiferentes al siglo y a los hombres, entre la fronda barroca de sus bosques y jardines. Comprendemos entonces que allí habita el buen gusto, y que son sus señores de aquellos verdaderos que en justicia merecen las ejecutorias que celan sus archivos.
   ¡Y qué nombres los de nuestros pazos! Trasariz, Pedrosa, Aguiar, Masid, Boán, Anzobre, Villoria, Des, Fefíñanes, Rioboo, Gondomar, Láncara, Ribadulla, Oca, Don Freán... Como una música lejana, mágica música inzada de vagorosas evocaciones, de no sabemos qué dolientes y, a la par, gozosas remembranzas, sus levantados nombres sonoros despiertan en nosotros, en la propia raíz del alma, la saudade del tiempo muerto; y un aroma de manzanas reinetas nos incensa de melancolía.
   Y eran los del otoño, los días gloriosos del pazo. Cuando es la vendimia, y montes y fragas y robledas se alegran con el paso festivo de los cazadores. Hirviente aún el mosto en los lagares, ya los vendimiadores, atezados de sol y de vino nuevo, cantaban y danzaban su pagana alegría en el patín señorial, entre jarra y jarra de oloroso Amela o Espadeiro, buenos amigos de la gaita grileira y de los incipientes idilios campesinos; en tanto los señores, desde la solana fresca y profunda, coronada de pámpanos seculares, asistían con cortesana aquiescencia a los divertimientos dionisíacos de la gente foral.
   ¡Cocina del pazo! Y no creáis que también, también su memoria nos punza y lastima, pues aquella gloriosa teoría de fórmulas hoy desdichadamente olvidadas, nos dice a su vez del buen vivir de antaño, y de los eufóricos, formidables estaribeles en que ollas, cazuelas, fuentes y asadores entonaban todavía la dickensiana —¡oh, Picwick!—, fanfarria cocineril de nuestros dichosos trasabuelos...

   Es la noche, y el pazo duerme. La luna, magnolia celeste, acalla aún más el gran silencio nocturno.
  Quizá los élitros monocordes de un insecto a quien Amor desvela, repiten su serenata —Glück, Paisiello, Cimarosa—, entre las platabandas del jardín estremecido por la brisa, donde una Flora de mármol adensa con su palor las sombras inquietas de los árboles.
   Murmura un agua escondida.
   Canta el ruiseñor.
 

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