DEL HECHO AL DICHO, Gregorio Doval

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GREGORIO DOVAL, Del hecho al dicho, Ediciones del Prado, Madrid, 1995, 424 páginas.

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Doval recoge aquí alrededor de dos mil quinientas frases hechas, dichos, modismos, locuciones, frases célebres y expresiones proverbiales.  
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LAS COSAS CLARAS Y EL CHOCOLATE ESPESO

Frase  proverbial  con  que  se  expresa  que  es  conveniente  u  obligado  llamar  a  las cosas por su nombre y no utilizar subterfugios, circunloquios o eufemismos, consejo muy en  la  línea  del conocido  refrán Al pan, pan; y al vino, vino. Pero ¿de qué proviene  concretamente  el  dicho? Veamos.  Cuando  el  monje  español  fray  Aguilar envió las primeras muestras de cacao a su congregación del Monasterio de Piedra y sus colegas cistercienses y de la rama reformada de la Trapa lo dieron a conocer en toda España, el nuevo producto no gustó, sobre todo por su sabor amargo y acre, lo que limitó su uso al terreno estrictamente medicinal, utilizándose como tonificante. Pero cuando, por una de esas casualidades que producen los grandes avances de la humanidad —y este del chocolate, sin duda, lo es—, a unas monjas del convento de Guajaca se les ocurrió añadir azúcar al preparado original de cacao que tomaban los indígenas  americanos,  entonces,  ese  nuevo  producto, el  chocolate,  causó  furor,  ya de  modo  irreversible,  primero  en  España  y  después  en  toda Europa.  En  aquellos primeros  tiempos  “chocolateros”,  mientras  la  Iglesia  debatía  si  esta  nueva bebida rompía o no el ayuno pascual, el pueblo consumidor —como siempre, más cercano a la realidad—,  debatió  largamente  sobre  cuál  era  la  mejor  manera  de  tomarlo: espeso o claro. Para unos, el chocolate se había de tomar muy puro de cacao, y por tanto  preferían  el  chocolate  espeso o socomusco; los otros, se decantaban por consumirlo claro, con poco cacao. Poco a poco, los primeros fueron imponiendo su criterio; de hecho, en Europa se llamó chocolate a la española al espeso y desleído en agua, y a la francesa, al claro y diluido en leche. Conseguido el triunfo definitivo por los partidarios del chocolate espeso e impuesto su consumo generalizado, surgió y se popularizó la frase que aquí se comenta.

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COMO PEDRO POR SU CASA

Con entera libertad o llaneza, sin miramiento alguno. Dícese cuando alguien entra o se mete de este modo en alguna parte, sin título o razón para ello. Esta  frase  comparativa  parece  derivar  de  la  expresión  más  antigua Entrarse  como Pedro  por  Huesca,  que  hace  alusión  a  la  toma  de  esta  ciudad  por  el  rey  aragonés Pedro I (h 1068-1104) en 1094. No obstante, el origen de la frase bien podría ser mucho más sencillo y Pedro podría ser solamente un nombre muy corriente elegido casi al azar para significar la irrelevancia del protagonista de este comportamiento.

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DECÍAMOS AYER

Frase ya proverbial con la que se da a entender que no tiene importancia el tiempo transcurrido entre dos hechos o acontecimientos que ha de ser entendido como una leve interrupción. Se trata de una famosa frase pronunciada por Fray Luis de León (1527-1591) al comenzar su lección en su cátedra salmantina después de los cuatro años  de  encierro  que  sufrió  en  los  calabozos  de  la  Inquisición de  Valladolid,  por haber traducido El Cantar de los Cantares directamente del hebreo sin pasar por la Vulgata  y  sin  autorización  de  sus  superiores.  El  hecho  ocurrió  el  26  de  enero  de 1577, cuando  Fray  Luis  de  León  se  hacía  cargo  de  la  cátedra  de  Escritura  que  le había  concedido el  claustro  de  la  Universidad  de  Salamanca,  al  rechazar  él  la  que anteriormente había ocupado. La primera mención escrita de la frase es tardía, pues se halla en la obra Monasticum augustinianum (Munich, 1623), de Nicolás Crusenio, aunque  se  considera  que  debió  pervivir  en  la  memoria oral  hasta  entonces.  No obstante, hay dudas sobre la veracidad de la anécdota o al menos sobre la exactitud de  la  frase,  habiendo  quien  opina  que  lo  que  realmente  dijo  no  fue: «Dicebamus hesterna die», “Decíamos ayer”, sino «Dicebamus externa die», es decir, “Decíamos tiempo atrás”. casi al azar para significar la irrelevancia del protagonista de este comportamiento.

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