CUENTOS DE HADAS, Angela Carter

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ANGELA CARTER, Cuentos de hadas, Impedimenta, Madrid, 2016, 628 páginas.

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En el Introducción (pp. 17-34) Angela Carter previene: «Pese a que este sea un libro de cuentos marravillosos o cuentos de hadas, entre sus páginas vas a encontrar realmente pocas hadas». Todos estos cuentos, procedentes de todas as tradiciones de todas las partes del mundo, han sido reelaborados, dado que esta es «una forma de entretenimiento que los pobres siguen actualizando perennemente».
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EL MOZO DE GRASA DE BALLENA

INUIT 

   Había una vez una chica cuyo novio se ahogó en el mar. Sus padres intentaron consolarla, sin éxito alguno. El resto de los pretendientes tampoco le interesaban: quería al mozo que se había ahogado, y a nadie más. Finalmente, cogió un buen pedazo de grasa de ballena y con el modeló el cuerpo de su novio ahogado. Luego, esculpió la cara del chico en el pedazo de grasa. Era su viva imagen.
   «¡Ay, ojalá fuese él de verdad!», pensaba la chica.
   Se frotó la grasa de ballena por los genitales, restregando en círculos una y otra vez, hasta que por fin cobró vida. En pie ante ella, estaba su novio de nuevo. ¡Y qué contenta se puso! Fue a enseñárselo a sus padres, diciendo:
   —Como veréis, no se ahogó, aunque diese esa impresión.
   El padre de la chica le dio permiso para casarse. Así que se mudaron los dos, la chica y su novio de grasa de ballena, a una pequeña choza a las afueras del pueblo. A veces, el interior de la choza se calentaba mucha. En esos momentos, el muchacho de grasa de ballena empezaba a sentirse fatigadísimo. Cuando eso sucedía, él le rogaba:
   —Frótame, cariño.
   Y la chica le frotaba todo el cuerpo contra sus genitales. Eso lo hacía revivir.
  Un día, el chico de grasa de ballena estaba cazando focas de bahía y el sol se ensañó con él. Mientras remaba en su kayak de vuelta a casa, empezó a sudar. Cuanto más sudaba, más menguaba. La mitad de él se derritió antes de que llegase a la playa. Entonces, salió del kayak y se dejó caer en el suelo: ya no era más que un montón de grasa de ballena.
   —¡Una pena! —comentaron los padres de la chica—. Era un mozo tan agradable...
   La chica enterró la grasa de ballena debajo de un montón de piedras, y comenzó su duelo. Se taponó la fosa nasal izquierda. Dejó de coser. No comía huevos de aves marinas, ni carne de morsa. Cada día, visitaba en su tumba a la grasa de ballena y hablaba con ella. Paseaba en círculos en torno a la tumba y le daba la vuelta tres veces siguiendo la trayectoria del sol.
   Cuando acabó la fase del duelo, la chica cogió otro pedazo de grasa de ballena y empezó a modelar nuevamente. Otra vez, le dio la forma de su novio ahogado y otra vez se restregó por los genitales el producto final. De pronto, vio a su novio erguirse ante ella y decirle:
   —Frótame otra vez, cariño...

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