EROSIÓN, Cecilia Aste

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CECILIA ASTE, Erosión, Macedonia Ediciones, Morón, 2017, 62 páginas.
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AHUMADO

   Me encierro en la cocina. Hoy a la noche: carne al horno con… sin papas. Imagino los comentarios que vendrán y me canso antes de empezar. Busco un CD de cuando yo era yo y nadie más. Pongo la música a medio volumen. Mientras canto preparo la carne en una asadera y la llevo al horno. Lavo y seco los platos del mediodía. Tiendo la mesa para no sé cuántos. Canción número tres. De las mejores. Es la voz furiosa la que me apasiona. Sus tonos bien bajos, guturales, casi primitivos. Subo el volumen y sé que no voy a escuchar ni el teléfono ni a nadie. Lo que pasa del otro lado de la puerta me tiene sin cuidado. Bailo y canto como antes, hasta transpirar. Veo mi reflejo en la ventana que da al jardín. Me desconozco. Canción número cuatro. Lenta como la manera en la que se debe asar la carne. Yo la cocino con el tiempo que tengo. Preparo un caldo y un puré artificial. Amas de casa eran las de antes, dirían las mujeres grandes de la familia. Lo repiten en cada reunión. Como defensa busco el libro Recetas Rápidas para la Mujer Moderna. Ojeo la receta. Dice que sazone a gusto la carne de tanto en tanto, con cuidado. A fuego lento. Dos horas de cocción. Me duele la cabeza. Cierro el libro. Levanto el fuego a temperatura bien alta. Quiero quemar la carne hasta secarla. Canción número cinco. La del pub del Bajo Belgrano donde me llevó el chico que manejaba sin registro. En casa se quejaban de mis novios con moto. Dejé de usar mis polleritas cortas para que no vieran las quemaduras de caño de escape en mi pantorrilla. Hay humo en toda la cocina. La carne. Se quema. Miro el track: canción número siete. Saco rápido la asadera del horno. Me quema en las yemas. La apoyo sin cuidado sobre las hornallas. Me enojo. Cierro la puerta del horno con bronca. El ruido que hago no sabe a comida. El olor es insoportable. Con una espumadera de metal reviso la carne. Puteo por el exceso de fuego. La base está negra y pegada. Miro la hora. Hay tiempo. Intento calmarme. La música hace todo tolerable. La pongo al máximo. Canto y abro la ventana para ventilar el ambiente. Enciendo el extractor a máxima potencia. Afuera, los perros vecinos ladran. Desde la casa del fondo me gritan que baje la música. Canto más fuerte; la diez es mi favorita. Me recuerda a las vacaciones más calientes que tuve en Brasil. Sonrío. Desonrío. Me ocupo de la carne. Raspo la parte quemada y la paso a una fuente de vidrio. Conozco el CD de memoria. Queda una sola canción. Lavo la fuente quemada, la seco y la guardo. La cocina ya no tiene humo. Apago el extractor. Se acaba el CD y yo dejo de ser yo y nadie más. Del otro lado de la puerta, escucho. Rutinas. Llaves que abren la puerta. Pasos que bajan la escalera rápido. Saludos. Un maletín sobre un sillón. Abro la puerta de la cocina, apretó STOP en el equipo de música y llamo a comer. 

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