100 COSAS QUE TIENES QUE SABER DE LA ÓPERA, David Puertas Esteve & Jaume Radrigales Babí

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DAVID PUERTAS ESTEVE & JAUME RADRIGALES BABÍ, 100 cosas que tienes que saber de la ópera, Lectio Ediciones, Barcelona, 2016, 232 páginas.

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En la Obertura (pp. 11-12) a este libro subtitulado Mitos y leyendas del espectáculo más grande de todos los tiempos, Puertas y Radrigales advierten: esta lectura no puede distraer de «lo que realmente importa: ¡ir a la ópera!» 
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Y LA ZARZUELA... ¿QUE?


   A parte de cuatro títulos mal contados, la ópera española no ha triunfado. Sí que lo han hecho, en cambio, óperas sobre temas españoles o ambientadas en España, como algunas de las más conocidas de la historia: Carmen de Bizet, El barbero de Sevilla de Rossini, Fidelio de Beethoven o Don Giovani de Mozart. Pero los compositores españoles se han dedicado a un género lírico más popular, la opereta autóctona, denominada zarzuela. Y no es que en España no guste la ópera: de hecho, siempre ha gustado... ¡y mucho! Primero nos gustó la ópera italiana y nuestros reyes y nobles importaban artistas de aquellas tierras, incluidos los compositores. Los Borbones llegaron a fichar a Farinelli, il castrato más famoso de todos los tiempos, y lo tuvieron viviendo en Madrid más de veinte años. Ya a finales del siglo XIX nos cogió por el wagnerismo y no había nada mejor que una buena dosis de ópera de Wagner para pasar la tarde. Pero de las óperas escritas por los compositores locales... nada de nada. Es sintomático que La vida breve (1913), una ópera escrita por Manuel de Falla, el compositor español más reconocido a nivel internacional. se tuviera que estrenar en París traducida al francés, a pesar de haber sido galardonada con el primer premio del concurso de la Real Academia de Bellas Artes de Madrid.
   Dicen que el nombre del Palacio de la Zarzuela de Madrid viene dado por la cantidad de “zarzas” que había en aquel paraje. Y también dicen que, como a los reyes que lo ocupaban en el siglo XVII les gustaba mucho distraerse con obras de teatro musical, las compañías iban al palacio a representarlas para ellos y su corte. Por eso aquellas obras de teatro musical, medio cantadas y medio habladas, empezaron a ser denominadas zarzuelas.
   Uno de los primeros autores dramáticos que puso su talento al servicio de la zarzuela fue Pedro Calderón de la Barca, que, en la segunda mitad del siglo XVII, ya había escrito una buena colección. Los aristócratas preferían las zarzuelas de temática mitológica o legendaria, pero este género había nacido para estar al servicio del pueblo y las zarzuelas de tema popular pronto fueron las de más éxito. Entre los años 1670 y 1700, la zarzuela disfrutó de un período de esplendor que hizo que las representaciones de zarzuelas se exportaran fuera de Madrid y se hicieran representaciones en Valencia, Zaragoza o Barcelona. La llegada de Felipe V, sin embargo, hizo entrar en crisis la zarzuela. El rey llegaba con una cultura muy italianizada —con Farinelli como estrella invitada— y para la zarzuela fue un golpe terrible.
   Después de este período de crisis en el que la zarzuela luchó en desigual batalla con la ópera italiana, el castizo género madrileño renació a mediados del siglo XIX y su brillo se extendió hasta muy entrado el siglo XX. Autores como Asenjo Barbieri, Pablo Sorozábal, Federico Chueca, Tomás Bretón, Jacinto Guerrero, Ruperto Chapí y tantos otros hicieron de este género el espectáculo musical con más seguidores de todo el país. Hombres y mujeres de todas las edades y condiciones corrían a presenciar los estrenos para disfrutar de las melodías pegadizas, las historias próximas y las dosis de buen humor que desprendían estas obras.
   A partir del último cuarto del siglo XIX apareció una nueva “modalidad” de zarzuela caracterizada por su brevedad. Debido al elevado precio que había que pagar para poder entrar en el Teatro de la Zarzuela otro escenario madrileño (el Teatro de Variedades) ideó el llamado teatro por horas: cada tarde se ofrecían consecutivamente cuatro obras de una duración aproximada de una hora cada una. Así, el público podía escoger entre presenciar una sola zarzuela (y pagar una entrada muy asequible), o pagar un poco más y ver dos, tres o las cuatro. Así nació lo que se denominó género chico, nombre que a menudo se ha asociado a las zarzuelas en general, aunque inicialmente sólo hacía referencia a las zarzuelas de corta duración, en contraposición al nombre zarzuela grande. A partir de 1910 renació otra vez “la grande”, pero la popularidad de la zarzuela como género se fue apagando poco a poco hasta mediados del siglo XX.

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