TRAGARSE LA LENGUA Y OTROS ARTÍCULOS DE OCASIÓN, David Trueba

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DAVID TRUEBA, Tragarse la lengua y otros artículos de ocasión, Ediciones B, Barcelona, 2003, 338 páginas.

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Juan Ramón Iborra en Penitencia a modo de prólogo (pp. 7-14), confiesa que sobre estas píldoras semanales del cineasta madrileño, publicadas por El Periódico de Catalunya, gravita «un Juan de Mairena adaptado a nuestro tiempo».
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LA MÁQUINA DE ODIAR


GENTE QUE ODIA: Hay gente que no da un paso sin su máquina de odiar. Es una especie de barbacoa rodante anexa a ellos donde las brasas al rojo vivo alimentan su rencor, su bilis, sus complejos, su falta de iniciativa, su miseria. La gente que odia preserva su posible energía de  diversión, de generosidad, de humildad, para fortalecer con con lo no gastado su ingenio para el mal. Los que odian consideran que quien ocupa un lugar lo hace a costa del sitio que le corresponde a ellos, que el que sobresale lo logra porque ellos no asoman, que el éxito del otro es la razón de su fracaso. Conciben el mundo como un sistema de cupos, ignorantes de que la vida ofrece infinitas oportunidades y que la satisfacción es un estado personal e intransferible. Los que odian se desesperan sintiéndose los desafortunados en un fantasmal sistema de vasos comunicantes. Y cuando alguna tarde se miran al espejo y comprueban que el lugar que ocupan es tal vez el que merecen, entonces ponen a funcionar la máquina de odiar.

PUESTA EN MARCHA: Todos poseemos una máquina de odiar, la diferencia es que sólo algunos la han escogido como aliada para recorrer la vida. Se suben a ella, se guarecen tras ella, porque saben que la lava que escupe a diestro y siniestro les protegerá. Que el humo de su crematorio les impide verse a sí mismos. Su salpicadura, aunque hiere, se cura con el tiempo. El odio, no. El odio permanece, crece, se gangrena. La máquina del odio es una trituradora de sentimientos, todo le vale para extraer la esencia paranoica, esa que le permitirá ejercer el daño creyéndose en posesión de alguna verdad. Esa que les lleva a confundir infantilmente justicia con egolatría. En un mundo que crece desmesuradamente, que propone modelos a veces inalcanzables, que fomenta las sensaciones de fracaso y soledad, algunos optan por lo más fácil: poner a funcionar la máquina de odiar como remedio de todos sus males, como corrección de los desperfectos comprensibles de un sistema imperfecto.

AUTODEFENSA: Si alguna vez les asalta alguno de esos individuos que accionan su máquina de odiar como si fuera un organillo, si les increpa ya sea desde el anonimato o amparado en su cobardía, si aprovecha un descuido en la defensa para clavarles el estoque, si consigue incluso formar un coro con quienes no le quieren bien o armar un batallón de odiantes profesionales, paciencia. El odio es una energía retroalimentaria, que acaba devorando a su propio dueño, que no tiene recursos frente al desprecio, que carece de futuro pues se nutre de pasado. Y sepan que aunque algunas veces, en el curso de la vida, vence el odio, el que odia siempre acaba por perder. 

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