UN POCO TRISTE PERO MÁS FELIZ QUE LOS DEMÁS, Rafael Chaparro Madiedo

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RAFAEL CHAPARRO MADIEDO, Un poco triste pero más feliz que los demás, Tropo, Zaragoza, 2013,

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En El sol ya no es el sol (pp. 4-9) Alejandro González Ochoa confiesa su devoción por Chaparro Madiedo, compartida por Mario de los Santos. Tropo edita estos veinte relatos periodísticos aparecidos en Consigna y La Prensa que se acompañan de las bellísimas ilustraciones del también colombiano Tobías.
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OCHO
   Nueve de diciembre. Martes nublado. Pitos de carros y bu­ses. Como siempre alisté mis libros y me fui para el colegio. Todo seguía su curso normal: iba ajado en matemáticas y el profesor al que le pinchamos el carro en el parqueadero del colegio sospechaba de mí. Un agudo tambor de lata me marti­llaba la cabeza. La razón: cuando uno quería entrar al mundo de la cultura, en el colegio donde estudié, se hacía un elegante coctel con aguardiente y vallenatos. Mientras iba muriéndome del guayabo, pero también de tedio, pensaba qué le iba a decir a esa china que no me dejaba ni dormir ni estudiar. Ocho de la mañana. La gente recién bañada. Los libros abiertos sobre los pupitres. Cartera. Llegó el profesor de Comportamiento y Sa­lud, la abreviatura era “C y S” y tenía una extraña pero cierta semejanza con el deporte. A esta clase le decíamos la clase del “ciclismo”. Las dos primeras horas pasaron como una inyección dolorosa. Llegó el recreo. Hára de salir a echarse un pucho en el baño. Hora de hacer la tarea de francés. Hora de un brownie y de una coca-cola. Hora de mirar al cielo porque la china ésta se había enfermado y las palabras cursis que le pensaba decir quedaron atravesadas en la mitad de la garganta.
   De pronto sentí como si tuviera un bombillo por allá dentro. Pequeñas gotas de lluvia empezaron a caer. No me dieron ga­nas de ir a jugar una veintiuna con los del C y tampoco terminé mi tarea sobre Rabelais. Nos tocaba la clase de gimnasia. En el calentamiento el profesor colocó en el equipo de sonido una música para desanquilosar el espíritu: de los parlantes salía la melodía de Let it Be, Help, Get Back, Dear Prudence y Julia. Ahí sí sentí que todo el sistema se me caía.
   No lograba explicarme qué me pasaba, pues siempre que es­cuchaba a los Beatles su música me elevaba, era un puente a la alegría. Pero ese día sus canciones sonaban como un tren triste en medio de una tormenta de nieve. El profesor de gimna­sia viendo que además de la cultura necesitábamos un poco de ejercicio, nos sacó al campo de fútbol a trotar: 20 vueltas.
   Mientras trotaba iba tarareando a los muchachos del puerto de Liverpool. La lluvia empezó a arreciar y el profesor nos dio la orden de seguir trotando.
   El día terminó. Cuando llegué a mi casa, a eso de las cuatro, cogí el periódico para leerlo. Casi se me caen los ojos: en la pri­mera página había un titular que decía:
   “Asesinado el ex beatle John Lennon”. Todo era lógico. Unas noches antes había soñado con unas gafas redondas que se rom­pían sobre la nieve.


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