¡NOCAUTS! MICRORRELATO INTERNACIONAL DE BOXEO, Aldo Flores Escobar

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ALDO FLORES ESCOBAR, ¡Nocauts! Microrrelato internacional de boxeo, Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2015.

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Aldo Flores Escobar recoge en este feliz combate ochenta y cuatro textos (escritos en este nuestro siglo XXI) divididos en doce rounds. En el cumplido estudio que precede a la antología, El minicuento como el mejor libra por libra en la división de los pesos breves (pp. 9-21), partiendo de Algunos aspectos del cuento, trabajo en el que Julio Cortázar establecía la diferencia entre las estrategias del novelista (ganar a los puntos) y el cuentista (vencer al KO), señala que la pretensión del microrrelatista es lograr el nocaut desde el primer tañido de la campana.
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EPISODIOS ENTRE UN BOXEADOR Y UNA BELLA PROSTITUTA

   Anselmo, un boxeador frustrado, bebe café mientras busca un trabajo en el “Aviso oportuno”; cada mañana observa bañarse a su compañera de cuarto Miriam, a quien le gusta dejar abierta la puerta de la regadera, bella prostituta dueña del departamento y que aloja a Anselmo a cambio de protección. El joven atleta le prepara el café y la comida; Miriam acostumbra andar desnuda por el inmueble, también prefiere dormir desnuda por las tardes y se viste llegada la noche con ropas sensuales, a veces Anselmo quisiera amarla pero se conforma con brindarle cuidado. Los clientes buscan a Miriam a partir de las 22:00 horas, entonces el departamento se convierte en un hotel de paso; si algún abusador quiere sobrepasarse con ella el púgil le parte la cara.
   Esta tarde Anselmo recibió una carta que le ofrece una pelea para la función del sábado; él la acepta porque sabe que de ahí llegará a la cima.
   —Quisiera acompañarte, pero soy una puta —le dice Miriam la noche del combate—. Hay más clientes los fines de semana, tú sabes.
   Anselmo no la contradice y acude a la arena feliz, porque sabe que la victoria será suya y así lo es. Entonces quiere compartir el triunfo con su prostituta amada, pero el olor de su perfume está ausente, el departamento luce vacío, ella no está en casa... algún infame la arrojó por la ventana del noveno piso.

Benjamín Cruz

EL LUGAR DE LAS DESPEDIDAS, Mauricio Koch

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MAURICIO KOCH, El lugar de las despedidas, La Parte Maldita, Buenos Aires, 2014, 136 páginas.

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LA VISITA

   La abuela ha dejado de quejarse y respira tranquila. Parece que por fin se ha dormido, piensa él, y aprovecha entonces para ir hasta el pozo a buscar agua. El calor no se aguanta: ni las cortinas oscuras, ni la paja del techo, ni la sombra de los paraísos sirven de nada contra tamaño sol. Sólo el agua fresca del pozo puede dar algo de alivio.
   Llena el balde y camina hasta la galería. Busca un vaso, se sienta y se lo toma de un trago. Ve la tierra rajada del patio, los hormigueros que revientan; más allá el campo, igual de pelado, seco. Después mira el cielo. Sabe que no va a llover, no hay viento, aunque le parece raro no escuchar a las chicharras. Ni a las palomas.
   Todavía tiene sed, así que toma otro vaso. El resto lo usa para mojarse la cabeza, el cuello, el pecho. Deja que el agua corra por su cuerpo y recuerda, mientras tanto, que la abuela le machaca siempre sobre el peligro de mojarse con agua fría cuando hace mucho calor.
   Ahora se siente bien. Cierra los ojos; el calor y el silencio lo adormecen.

   Lo despierta un alboroto en el gallinero. Y Chispa, su perro, que empieza a gruñir.
   Se levanta y va hasta el final del corredor. Ve acercarse a una mujer que camina apoyándose en un bastón: la cabeza cubierta con un pañuelo oscuro, un vestido gris largo hasta los pies. Él, instintivamente, se arregla el pelo, busca su camisa. Buenas, le parece escuchar mientras le ordena a Chispa que no moleste, aunque no es fácil convencerlo. Cuando lo consigue, mira en dirección a la recién llegada para verle la cara. No la reconoce. Sabe que nunca la ha visto. La mujer mira en dirección al balde, que está casi vacío:
   —¿Me darías un poco de agua?
   —Enseguida busco —dice él y le acerca una silla—; siéntese, por favor.
   Ella adelanta el bastón y se esfuerza para moverse. Él reacciona y la agarra del brazo. Gracias —dice ella, y lo mira. Él también la mira, y los ojos de la mujer lo inquietan: un blanco apagado, lechoso, los párpados hinchados. Por un instante, él piensa que en realidad la mujer no puede verlo. En ese momento llega la voz de la abuela, tan clara y enérgica, que lo sorprende: echala, dice. Él se detiene a prestar atención: echala, repiten. Es mi abuela —explica él—, está enferma, disculpe. La mujer no parece sorprendida, sólo cansada.
   Enseguida vuelvo —dice él, y entra en la casa. Minutos después, reaparece con un plato con rebanadas de pan y pedazos de queso. Se lo alcanza a la mujer, agarra el balde y va a buscar más agua. Mientras bombea, mira hacia la galería y ve que ella está comiendo. Se acerca, llena un vaso y se lo da. Ella agradece. Él va a buscar una silla. La mujer come despacio; sin levantar la vista del plato, dice:
   —En todas partes igual; la gente se hace cruces, tocan madera o escupen si me ven venir; se esconden para no atenderme. ¿Vos no me tenés miedo?
   —Lo que pasa es que mi abuela y yo estamos siempre solos —dice él, mientras se sienta—, no es habitual ver extraños por acá...
   Entonces la mujer vuelve a mirarlo. Él nota que esta vez sus ojos brillan: está llorando, piensa. Le alcanza un pañuelo y decide que es mejor dejarla sola, no preguntar; se levanta y camina hasta el final de la galería: el vuelo bajo de un halcón peregrino lo cautiva, no es común verlos por el lugar. Lo sigue hasta que la reverberación del sol en las piedras de la loma lo envuelve y se lo traga. Cuando se da vuelta, ve que la mujer se ha parado:
   —Quédese otro rato, señora —dice—, es una locura andar por ahí con este sol.
   Ella iba a hablar, pero la voz de la abuela se le adelantó; esta vez un grito.
   —Ya vengo —dice él, pero ella levanta apenas el brazo y lo detiene.
   —Tengo que seguir, hijo, no puedo atrasarme en mis tareas. Un día volveremos a vernos y habrá tiempo de charlar. Lo que hiciste hoy por mí no se olvida; yo jamás olvido —dice, y empieza a caminar.
   Él ya no intenta detenerla, nada más la mira alejarse bajo el sol. Después piensa en la abuela, abuela, dice, y antes de girar para entrar en la casa, se hace la señal de la cruz.

EXCURSOS, José Manuel Camacho Vázquez

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JOSÉ MANUEL CAMACHO VÁZQUEZ, Excursos, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015, 104 páginas.

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Únicamente el claroscuro hace posible la vida consciente; la pura lucidez incapacita hasta la parálisis. Un auténtico clarividente tendría más en común con el reino vegetal que con el de los hombres. Su prototipo sería el de un sauce milenario o, mejor aún, el de una piedra preciosa.
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No contenta con todos sus expolios, esta época quiere robarnos también la soledad.
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El descanso físico es sólo una utilidad secundaria del sueño: asistir sin interrupción a la congruencia impasible del devenir, al más terco continuum, requeriría un corazón de proporciones cósmicas. Y hasta Dios, de seno infinito, sueña a menudo con un áureo insomne en quien delegar el sentido del mundo.
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Aquellos que dejan la cuestión del buen gusto en manos de otros carecen de alma. Y aquellos que dejan la cuestión del alma en manos de otros carecen de buen gusto.
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El verdadero poeta vuelve siempre con las manos vacías.

LAS 101 CAGADAS DEL ESPAÑOL, María Irazustra

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MARÍA IRAZUSTRA, Las 101 cagadas del español, Espasa, Madrid, 184 páginas.

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Anunciado como un breve bestiario que Reprende nuestro idioma y descubre algunas curiosidades este ameno libro, resulta ser, en palabras de Ramón Pernas (La voz y la palabra), "un monumental conjunto de vicios del idioma, suavizado por curiosidades costumbristas [...] y un pre catálogo de palabras en vías de extinción".
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¿EN TU CASA O EN LA MÍA?

   Hacer el amor es una expresión que nos prestaron los franceses, inventores del amor cortés, y que hoy día parece tener un único significado: ‘tener relaciones sexuales’. Sin embargo, en los doblajes de películas de los años cincuenta es frecuente oírlo con el sentido de ‘cortejar’ o ‘flirtear’.
   A primera vista, podría parecer un uso pudoroso o una imposición de la censura de la época, pero esa expresión —con el mismo sentido— se encuentra en doblajes mexicanos o franceses. Además, ¿por qué iba a usar un púdico doblador de aquellos años una expresión que se podía sustituir fácilmente por las más directas de cortejo o galanteo?
   Los cierto es que el uso de hacer el amor por cortejar, además de figurar como primera acepción en el diccionario de la RAE, es mucho más antiguo y, por supuesto, muy anterior al doblaje o a la censura: «Cuando mi interlocutor acabó de hablar, la niña rubia y el joven que le hacía el amor repasaban juntos un álbum de caricaturas de Gavarni» (Gustavo Adolfo Bécquer). Este uso de la palabra da lugar a divertidos malentendidos: «Y así como te leo ahora, te leí cuando me hacías el amor a estilo filosófico, pobre hombre…» (Benito Pérez Galdós).
   Esto por lo que se refiere al balzaquiano «hablar de amor, es hacer el amor», porque cuando se intenta pasar de la palabra al acto, esto es, del requiebro al pico, cabe el riesgo de que te hagan la cobra, esa manera tan gráfica de describir la reacción de rechazo a una aproximación furtiva indeseada, pero también de que la cosa acabe en el revolcón del siglo.
   Para la RAE ‘cortejar’ es la segunda de las acepciones de la locución hacer el amor, y la primera es ‘galantear’, que en el actual román paladino, es decir, en el lenguaje de la calle, vendría a ser tirar los tejos, frase de disputada procedencia. Hay quien relaciona esta expresión con el juego del tejo, consistente en tirar trozos de teja para derribar un palo, y con el hecho de fallar con la intención de que quede cerca de la chica a la que se pretende; otros, con la costumbre celta de colocar ramas de tejo en la puerta o ventana de la amada. Aunque quizá la explicación más plausible, por sencilla, sea aquello de arrojar chinas a la ventana de la chica a la que se ronda para llamar su atención. En cualquier caso, la frase ha derivado al actual tirar los trastos, que se parece demasiado a tirarse los trastos; no sabemos si porque del amor al odio solo hay un paso.

SIEMPRE LECTURAS NO OBLIGATORIAS, Wislawa Szymborska

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WISLAWA SZYMBORSKA, Siempre lecturas no obligatorias, Alfabia, Barcelona, 2014, 250 páginas.
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EINSTEIN EN CITAS

Una hora con Einstein

   Era un genio, tenía aptitudes y un buen número de dones. Con su genialidad, solo los especialistas pue­den deleitarse. Nosotros, miserables profanos, ten­dremos que conformarnos solo con sus aptitudes y sus dones. Tenía dos grandes aptitudes: por una parte, para la música, como recuerdan aquellos que lo conocieron; y para la literatura, como nosotros mismos podremos convencernos leyendo este libro. Pero, además, había sido agraciado con multitud de dones. Cualquiera de ellos merecería nuestra atención, pero yo me quedo con su capacidad para filoso­far, su apasionado interés por el mundo, su maestría para expresar ideas de forma diáfana y su sentido del humor. Aún podría hacer más larga esta lista, por­que ser un amigo leal y saber rectificar los errores propios es algo así como un don también. Pero, an­tes de sumergirlo completamente en miel, debemos reconocer que había dos cosas para las que no reu­nía aptitudes: la política y el matrimonio. Sus ideas políticas son una mezcolanza de gran perspicacia y pueril ingenuidad. Además, sabía perfectamente que no eran su terreno. A la pregunta de por qué los cien­tíficos fueron capaces de inventar la bomba atómica, pero no de predecir su uso, respondió: «Es sencillo. amigo mío: porque la política es más complicada que la física». Durante los primeros años de existencia del Estado de Israel, Ben Gurion le propuso la presi­dencia (mientras en el fondo de su alma rezaba para que Einstein declinase la oferta). El gran científico siempre se sintió muy fuertemente unido a su pueblo, pero al mismo tiempo se sentía un ciudadano del mundo, y algo así como un gato que debía seguir su camino. Con un cargo así, todo habrían sido pro­blemas. Por eso, cuando rechazó la propuesta, Ben Gurion se quitó un peso de encima... Con la vida familiar tampoco acababa de congeniar. Se casó dos veces, aunque no debió haberlo hecho ninguna. De alguien tan ocupado y eternamente atareado no po­día salir un marido solícito ni un padre que llevase los niños al parque... Las citas incluidas en el libro proceden de numerosas entrevistas, cartas y artículos ocasionales. No soy una gran entusiasta de arrancar las ideas de su contexto, pero en este caso me doy por satisfecha. Pasar una hora con una personalidad tan extraordinaria también cuenta. Se le dedica relativamente bastante espacio a las ideas de Einstein sobre Dios, la religión y la filosofía. El mismo se definía como un «ateo profundamente creyente», y al mismo tiempo reconocía que las alturas a las que había llegado como investigador le colmaban de hu­mildad y admiración por la estructura del mundo, y que una fascinación así ya era una vivencia religio­sa. Y añadía: «Si Dios creó este mundo, con segu­ridad no le preocupaba si nos resultaría fácil o no comprenderlo». Y aún otra cita más, esta algo más ligera. Científicos y pseudocientíficos de todo tipo le enviaban montañas de trabajos con el ruego de que los evaluase o respaldase. Si se hubiese decidido a leerlos, no le habría quedado tiempo para nada más.
   Finalmente se agotó su paciencia y dictó a su secre­taria: «En lo referente a las publicaciones que usted ha enviado, el Prof. Einstein le pide encarecidamen­te que, durante un tiempo, lo considere fallecido».

 Recopilación de Alice Calaprice, traducción del inglés de Marek Kro~niak. Varsovia: Wydawnictwo Prószyríski i S-ka, 1977.

LA VIDA ES UN CUENTO, Alejandro Jodorowksky

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ALEJANDRO JODOROWSKY, La vida es un cuento, Siruela, Madrid, 2015, 280 páginas.

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En el Prólogo final a esta antología (pp. 269-277) se reproduce una entrevista de Marc de Smelt. En ella, Jodorowsky admite: "los cuentos me salvaron de morir cuando era niño". 
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EL PIOJO DEL CORONEL

   Un piojo, muy humilde, solo conocía la aridez de la cabellera de un soldado raso. No se quejaba de su suerte —sus antepasa­dos, durante generaciones, habían vivido en esos páramos— y, conociendo solo pelo apestoso, era incapaz de aspirar a un sitio mejor. Quiso el destino que el coronel pasara revista a la sudo­rosa tropa. El piojo, emocionado, levanta una de sus patas delan­teras para él también hacer el saludo militar; entonces un viento repentino lo sacó de su hediente albergue y fue a depositario en la cabeza del coronel. El insecto se llenó de orgullo. «¡La armada está bajo nuestro mando!», exclamó. Y una cálida sensación de poder embargó su corazón. Desde ese día despreció a sus con­géneres. Es más, rogó al cielo que su jefe los exterminara por sucios y feos. Aferrado a la fragante cabellera, se sintió dueño del inundo, obedecido por todos. De pronto estalló un motín y los soldados, con lanzallamas, quemaron al coronel. El piojo, a pesar de gritar innumerables veces «¡Soy inocente!», murió tan achicharrado como la cabeza que lo albergaba.

SON TREMENDOS, Victoria Bermejo & Miguel Gallardo

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VICTORIA BERMEJO & MIGUEL GALLARDO, Son tremendos, RBA, Barcelona, 2004, 96 páginas.
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Subtitulado 20 prototipos humanos apasionantes & el prototipo más corto de la historia, se completa con un Test (pp. 91-95) que le permite al lector encontrar su perfil: aventurero, iluso, excéntrico, Tonto el haba... 
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CURSI

   —Mira, hija mía, eres una cursi, a mí no me gusta nada ese pastel con tanto adornillo, tanta florecita... Es muy barroco, yo prefiero uno con chocolate y se acabó.
   —Pero mami, yo quiero que lleve florecitas, perlas de colores y mi nombre puesto en letras rojas y rosas. Es mi cumple y a mí me gusta así.
   —No, hija, no, eso es una horterada. Encargaré uno normal: un pastel es un pastel y basta.
   La madre le dejó al pastelero una paga y señal y quedó con él que al día siguiente iría a buscar el pastel.
   Ani se fue un poco triste por no tener el pastel que le gustaba. Pero, bueno, tendría su fiesta y eso le hacía mucha ilusión. Además, se pondría el vestido de corazones que le había regalado su abuela para Navidad y que no había estrenado todavía porque a su madre le parecía espantoso.
   Al día siguiente, su madre fue a recoger el pastel a las cuatro y me­dia. Llegó a casa justo a tiempo, exactamente un minuto antes de que empezaran a llegar los invitados. Llamó a Ani para que le ayu­dara a abrirlo. Lo colocó en la mesa, sacaron el envoltorio de cartón y.. Ani pegó un grito de alegría que se oyó hasta en el ático:
   —¡Yuppi, me han hecho mi pastel!, pero se han equivocado: han puesto Candi en vez de Ani.
  Nunca supo si fue un detalle del pastelero o si su madre al final había cambiado de opinión, pero el caso es que borraron la «c» y la «d» de Candi y Ani tuvo exactamente el pastel de cumpleaños que deseaba.
  Y, por cierto, la madre comprobó que lo cursi no está reñido con lo bueno.

ISMOS PARA ENTENDER EL ARTE MODERNO, Sam Phillps

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SAM PHILLIPS, Ismos para entender el arte moderno, Turner, Madrid, 2013, 160 páginas.

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En la Introducción (pp. 6-7) Sam Phillips advierte: "Este es un libro sin afán de exhaustividad". No obstante, por la maquetación, la capacidad de síntesis y las referencias, se convierte en un interesante primer peldaño para los que han comenzado a subir la escalera que da acceso a la comprensión del arte moderno.
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POSMODERNISMO

Término que describe las reacciones contra el pensamiento y la cultura propios de la época moderna o modernis­mo. Su uso no se extendió hasta la década de 1970. Bajo el rechazo a la modernidad subyace el concepto de que las ideas no pueden describir verdades fundamentales.

   Las palabras posmodemismo o posmodernidad se emplean desde los setenta para describir estados o condiciones opuestas a la modernidad. Algunos críticos han argumentado que estos cambios han traído consigo un periodo nuevo y todavía vigente conocido como era posmoderna.
   La mayoría de movimientos de arte mo­derno hasta finales del siglo XX afirmaban que, con los medios adecuados, el arte tenía la capacidad de presentar y explicar verdades esenciales. Estas certidumbres iban desde lo emocional (expresionismo abstracto) al potencial de las tecnologías (Constructivis­mo). El posmodernismo se basa en el rechazo de la existencia de esas verdades esenciales. En 1979 Jean ­François Lyotard definía el término como «la increduli­dad frente a las metanarrativas», es decir, la duda de que una sola ideo­logía pueda definir de forma precisa nuestra condición o conducir al progre­so. A finales de los sesenta Jacques Derrida desarrolló la llamada decons­trucción, que afirmaba que las ideas son impre­cisas, inestables, interdependientes e inherentemente contradictorias, por lo que pueden subvertirse.
   Aunque la deconstrucción fue muy influyente en la crítica literaria, su estilo subversivo está también presente en las artes visuales. Los artistas socavaron las prácticas del pasado para llamar la atención sobre la naturaleza contingente de las ideas y las imágenes. La fotógrafa Cindy Sherman, por ejemplo, empleaba disfraces y maquillaje para trans­formarse a sí misma en una serie de retratos, que subrayaban la naturaleza compleja de la identidad y también de los estereotipos. Sus compatriotas Richard Prince y Sherrie Levine fotografiaban anuncios publicitarios y la obra de otros artistas, desafiando así el concepto de originalrdad creativa.
   Neoexpreslonlstas como Julian Schnabel o Francesco Clemente exploraban la idea del gusto en obras intencionadamente «malas».
   Si ningún estilo era mejor que otro, enton­ces, ¿por qué no combinarlos todos? Las exuberantes pinturas del estadounidense David Salle buscaban dar respuesta a esta pregunta, con yuxtaposiciones de innumera­bles imágenes. Lo kitsch se saludaba como arte en las obras neopop del neoyorquino Jeff Koons, derribando así cualquier distin­ción entre alta y baja cultura.
   Estos artistas no se definían a sí mismos como posmodernistas, ya que la palabra des­cribe una tendencia a lo irreverente y subver­sivo antes que un movimiento o creencia. Muchas de estas actitudes están presentes en el conceptualismo y el arte pop, inclu­so, en el dadaísmo; por tanto puede argüirse que la posmodernidad es una continuación de la modernidad, la demostración de sus aspectos más complejos y contradictorios.



OBRA CLAVE en el Solomon E. Guggenheim Museum, Nueva York

Comedia, 1995, DAVID SALLE

Obras como este díptico son las que sitúan a Salle en el contexto del posmodernismo. En un gesto de rechazo de la coherencia estilística de las décadas anteriores, yuxtapone imágenes y técnicas de distintos momentos de la historia y de la cultura, El panel derecho incluye una copiada una fotografía de moda en blanco y negro rodeada por mariposas y sobreimpresa a una imagen sacada de un anuncio de los años cincuenta.


MI PRIMER GRAN LIBRO DE LA SABIDURÍA, Michel Piquemal

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MICHEL PIQUEMAL, Mi primer gran libro de la sabiduría, Oniro, Barcelona, 2009, 128 páginas.

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En el Prólogo (pp. 3-4) Piquemal justifica su antología: "Todo coleccionista reúne pacientemente lo que él considera riquezas". Las ilustraciones, que aproximan este libro a un lector infantil, las aporta Liora Grossman.
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Basta la ausencia de una sola persona para que el mundo te parezca deshabitado. 
Alphonse de Lamartine
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Dios es el único ser que para reinar no necesita siquiera existir.
Charles Baudelaire
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Me gusta el hombre que sueña lo imposible.
Goethe
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Ser feliz al incrementar la felicidad de los otros. Necesito la felicidad de todos para ser feliz.
André Gide. 
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El futuro del hombre es la mujer.
Louis Aragon

TODO ES MENTIRA, Xavier Blanco

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XAVIER BLANCO, Todo es mentira. Y sin embargo, Talentura, Madrid, 2015, 164 páginas.

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PAQUETES
A Susana Camps

   De la rutina insípida de su oficina se olvida pronto: el tiempo que tarda en llegar a casa. Con una sonrisa en los ojos apura las últimas zancadas, traspasa el umbral y abre el buzón. Nada. Hace meses que fantasea con ese último paquete. Meses construyendo, en el patio, la piscina, la isla y luego la palmera. Especula que, tal vez,  le han engañado. Que no importa. Que él ya es feliz. Que, acaso, solo necesite un poco de compañía. Que debería aceptar ese cachorro de dálmata que ofrece el vecino. Que, cualquier día, aparecerá el cartero con el paquete y, dentro, vendrá la sirena. Quizás mañana.

A CUERPO ABIERTO, Manuel Rivas

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MANUEL RIVAS, A cuerpo abierto, Alfaguara, Madrid, 2008, 344 páginas.

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Así lo presenta el autor en su prólogo: "Éste es un viaje de periodismo indie. Independiente, libre, irónico, crítico y de fábrica literaria. Digo eso, lo de literario, sin complejo. El mejor periodismo constituye siempre una pieza literaria."
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RÉQUIEM

   Era noche espesa y Ángel González detuvo el auto ante un semáforo en verde. Un patrullero de Nuevo México lo llevó detenido. Él explicó ante el sheriff sureño que se había parado en nombre de la humanidad. El jefe ordenó su ingreso en el calabozo. ¿Qué clase de tipo podía ser ese barbudo quijotesco que se detenía en verde para evitar atropellos? En la celda había quince chicanos con los que cantó y recitó poemas. El sheriff se acercó a las rejas y los mandó callar. Todos fueron saliendo en libertad, salvo Ángel. Y el último en marchar le confió: «Doctor, ¿qué hace usted aquí, intentando civilizar a estos pendejos?». Ángel siempre se dedicó a civilizar, sabiendo que la naturaleza era extraña. De niño, en la posguerra, vio que una patata cocida se movía en el plato. Pensó que era un episodio del realismo mágico hasta que descubrió que la llevaba en el lomo una cucaracha. Mataron a su hermano cuando era niño rojo, aunque él amaba una muchacha de calcetines blancos. Y en aquellas fechas un antiguo conocido, ufano con los correajes fascistas, le colocó una pistola en el pecho: «Mataremos a toda tu estirpe». Nosotros también intentamos matarlo. Lo llevamos a un acantilado, en el faro de Hércules, como extra en una película. Y él acudió generoso. Era agosto. Buen mes para los crímenes de antaño. Pero ocurrió algo imprevisible. Cuando llegó la hora de fusilarlo, se levantó un temporal no pronosticado. Toda la noche se encrespó furiosa la mar y no hubo forma de abatir al poeta. Dos noches lo intentaron, dos noches el océano lo impidió. Por eso no me creo lo que cuentan los periódicos desde la capital. Esa noticia de que se ha muerto Ángel González. Y si finalmente se confirma, proclamo lo que Antón Tovar cuando tropezó con el entierro de un niño: ¡No estoy de acuerdo!

TEMPLE, Gilda Manso

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GILDA MANSO, Temple, El 8vo. Loco, Buenos Aires, 2013, 96 páginas.

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FLORES

   De pronto, el aire se llenó con el olor de las flores del árbol que mi abuela tenía en el fondo de su casa. Lo reconocí al instante; era un olor con textura de brea, pesado, que se sentía con la garganta más que con la nariz.
   En aquellos veranos, cuando mi abuela vivía y nosotros nos quedábamos a cenar en su casa, el olor de las flores del árbol del fondo llegaba hasta el comedor y nos impedía comer en paz. Demasiado intenso para resultar agradable. Hasta mi abuela, que nunca se quejaba, protestaba por la invasión. Y yo no había sentido ese olor desde que mi abuela murió y tuvimos que vender la casa; yo había olvidado ese olor, esas flores casi insoportables.
   —¿Sentís? –me preguntó mi hermano, y entonces me asusté. Si sólo yo olía las flores, cabía la posibilidad de que se tratara de un truco de mi imaginación, que siempre se caracterizó por no padecer el vértigo de las alturas extraordinarias; pero si mi hermano también las sentía, significaba que el olor de las flores de la casa remota de mi abuela muerta era algo real. Real y aquí, en mi casa, donde el olor –por una cuestión de tiempo y espacio— no tenía lógica, a menos que se tratara de una lógica que escapaba a mi entendimiento; tampoco voy a cometer la vanidad de creer que comprendo todo.
   Mi hermano y yo salimos a la calle para tratar de localizar el punto de partida del olor de aquellas flores. No intentamos tirarle el salvavidas de la excusa a nuestra racionalidad: será un perfume similar, nos habrá parecido pero no. Mi abuela decía que todos los sentidos pueden ser estafados, excepto el olfato; eso que olíamos, entonces, era el olor de las flores que ya no estaban y que nunca estuvieron ahí. De más está decir que no encontramos nada, el olor era omnipresente y, como antaño, casi tangible.
   De a poco nos fuimos acostumbrando. Mi hermano y yo seguíamos con nuestras vidas, y el olor nos molestaba cada vez menos. No es que hubiera menguado su poder sino que nos habíamos acostumbrado a él. No hay narcótico más eficaz que la costumbre.
   Un día de esos, entré a la pieza de mi hermano a buscar las llaves del auto. Yo no entraba en su pieza desde la muerte de mi abuela: mi hermano insistía en guardar la caja con sus cenizas en la mesa de luz, y eso era algo que yo no podía aguantar. No podía ver la caja, no podía concebirla hecha cenizas. Mi temeraria imaginación tenía su talón de Aquiles. Ese día, sin embargo, no esperé a que llegara mi hermano para pedirle las llaves. Ese día entré. Las llaves estaban en la mesa de luz, al lado de la caja. Respiré hondo, respiré hondo de verdad, y el olor de las flores –que nunca se había ido— volvió con toda su potencia, volvió a mi garganta, se hizo bola de llanto y estalló, fuerte y poderoso como había entrado. Miré la caja de cenizas, la miré fijo por primera vez en mi vida y sentí que ahí –ahí— no había nadie.

EL ÚLTIMO VUELO DEL MICRORAPTOR, Sergi G. Oset

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SERGI G. OSET, El último vuelo del Microraptor, Editorial Nazarí, Granada, 2015, 200 páginas.

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ORWELL (JUGUETES ROTOS)

   La policía del Estado reclutaba menores para recoger chatarra que las fábricas robóticas regurgitarían convertida en drones de combate para silenciar los lamentos hambrientos de los niños de las excolonias.

INCACUENTOS, William Guillén Padilla

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WILLIAM GUILLÉN PADILLA, Incacuentos, Petroglifo, Cajamarca, 2015.

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LEYENDA ORIGEN [Inca 1]

   Partimos del lago Lop Nor por un conducto secreto tetradimensional y llegamos al lado sur del lago Titicaca.
   Setecientos guerreros, mi colla y yo, el primer Inca. El altiplano fue maravilloso; pero preferimos extender el imperio a los cuatro puntos cardinales.
   Nuestro gran padre Sol nunca nos abandonó. De toda cultura conquistada tomamos lo mejor y nada hubo imposible. Amantes de la piedra y la perfección, organizamos el imperio como un cuerpo perfecto y todo resultó.
   Manco Cápac fue mi nombre, ya no Zhao Dun como en mi China natal.


EL VIGÍA, Diego Marín Galisteo

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DIEGO MARÍN GALISTEO, El vigía, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015, 80 páginas.

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CARPE DIEM

   En mi primer viaje en avión intercambié sin querer mi maleta con la de otro pasajero, y no me di cuenta hasta que llegué al hotel. Como soy pragmático, amoldé mis vacaciones al tipo de equipaje que me tocó.
   En otra ocasión, estando en un parque, me llevé por error un cochecito con un niño dentro que no era el mío. Como soy hombre de costumbres fijas, cuando volví a casa lo bañé, le di de comer y lo dejé en la cuna.
   De igual modo, le he dicho te quiero muchas veces a la mujer equivocada, pero esa es otra historia…
   Tengo que añadir que, después de todo, también soy una persona optimista, y ahora que estoy cayendo por este precipicio en un coche que no es el mío, no me preocupo. Seguro que esta confusión será la última.

MÁS LECTURAS NO OBLIGATORIAS, Wislawa Szymborska

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WISLAWA SZYMBORSKA, Lecturas no obligatorias, Alfabia, Barcelona, 2012, 200 páginas.


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AFORISMOS GEORG CHRISTOPH LICHTENBERG

   Lichtenberg escribió aforismos durante toda su vida para que después llegaran a nuestras manos en esta selección y los leyéramos en apenas media hora. Esta reflexión sobre la burlona desproporción temporal existente debería acompañarme en todas mis lecturas, pero el caso es que solo aparece ante mí con especial claridad cuando se trata de aforismos. Puede que algún día le dedique a esta cuestión una página individualizada de lamento, pero en el entretanto prefiero quedarme junto a Lichtcnberg y dedicarle la amable atención de los lectores. Lichtenberg pertenece a la gran tríada de aforistas europeos, situado entre La Rochefoucauld y nuestro Lec. Tres épocas, tres países, tres invidualidades: alguien debería escribir sobre eso un extenso trabajo comparatista y estoy segura de que algún día se hará. Lichtenberg es un escritor alemán del periodo de la Ilustración. Da expresión a los mejores pensamientos de su revolucionario siglo de forma apasionada y aguda. No podemos decir que esa pasión haya envejecido mal ni que su humor peque ahora de ingenuidad y, si lo hace, solo es en un minúsculo porcentaje. Y esto no se debe solo a que muchas de sus percepciones y sentencias sigan siendo actuales, sino también a que Lichtenberg fue capaz de ir más allá del siglo XVIII con su peculiar imaginación. El suyo no era un racionalismo cándido, sino que manifestaba tendencia a constructos absurdos y completamente disparatados. A ojos de nuestro gusto contemporáneo, algunos de los comentarios son consumados poemas en prosa, diminutos relámpagos de humor lírico; un lirismo que, por otra parte, se valoraba poco y era una rareza en aquella época. Por ese motivo, solo unos pocos artistas y pensadores de su tiempo apreciaron el trabajo de Lichtenberg. Tengo la esperanza de que cuando el traductor y la editorial se planteen la reedición de estos aforismos, esta aparezca en una edición ampliada en al menos media hora más de lectura. así pueda encontrar en ese pequeño tomo la célebre Horca con pararrayos de Lichtenberg o aquel sorprendente Cuchillo sin punta y falto de mango, y puede incluso que hasta ese tratado bufo sobre las sesenta y dos maneras de apoyar la cabeza sobre las manos. No en vano el propio André Bretón incluyó a Lichtenberg entre los precursores del surrealismo y los clásicos del humor negro.

Selección, traducción del alemán y prólogo de Marian
Dobrosielski. Varsovia: PIW, 1970.

IN EXCELSIS, Claudia Cortalezzi

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CLAUDIA CORTALEZZI, In excelsis, Macedonia, Morón, 2015.

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ENTREGA

   Aquella mañana, después de la primera noche de amor con Rogelio, mientras preparaba el desayuno, noté que me había desaparecido el anular de la mano izquierda.
   No había sangre ni cicatriz ni nada, sólo la falta de las tres falanges. Se me ocurrió que si hubiese tenido anillo de casada, lo habría perdido junto con el dedo.
   Dos mañanas después, frente al espejo, descubrí que tenía un solo ojo.
   A la semana necesité un perro lazarillo, y pronto de una silla de ruedas. Y Rogelio parecía no notar las ausencias en mi cuerpo. Por el contrario: cada día lo sentía más enamorado de mí. Con pequeños gestos, me hacía sentir única.
   Y así continuó la secuencia: yo ya no comía, porque había perdido el estómago. A eso le siguieron los riñones, los intestinos. Hasta que sólo me quedó el corazón.
Fue entonces cuando Rogelio me lo dijo. Que no me quería más, me dijo.

CUENTOS PARA CONTAR EN 1 MINUTO Y 1/2, Victoria Bermejo & Miguel Gallardo

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VICTORIA BERMEJO, & MIGUEL GALLARDO, Cuentos para contar en 1 minuto y 1/2, RBA, Barcelona, 2002, 104 páginas.

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NO SOY UN PRIMO

   En una escuela como las vuestras había un niño, Fidel Cabañas, que era el blanco de todas las risas. El pobre llevaba gafas de culo de vaso, tenía un poco de joroba y estaba gordo como un tonel. Todos le decían: «Gordi, más que gordi, déjanos que te pasemos un billete de la Primitiva por la espalda a ver si nos da suerte, cuatro ojos». Y él les sacaba la lengua y les contestaba: «Pues para que lo sepáis: no soy sólo lo que veis por fuera, atontolinaos...».
   Acabó el curso y nadie le preguntó ni dónde se iba de vacaciones, ni si había aprobado o suspendido, ni nada de nada.
   En septiembre, el día que empezaron las clases, Gordi no apareció y, en su lugar, llegó un niño nuevo al cole que estaba buenísimo, con unos ojos azules increíbles, un tipazo de los de nadador y unos anda­res que tiraban para atrás. Todos le empezaron a preguntar cómo se llamaba, que de qué cole venía, que si le gustaba hacer deporte y él les decía que no les podía contestar.
   Llegaron a clase y la profesora empezó a pasar lista y cuando de repente llamó:
   —¡Fidel Cabañas!
   Se levantó el nuevo y todos se pusieron a murmurar: «¡Es imposible! Éste no puede ser el gordi cuatro ojos...».
   Él se levantó, se volvió hacia todos y les dijo:
   —Para que veáis lo que hace un poco de natación, unas lentillas, dejar de comer hamburguesas, listos, que sois unos lis­tos. Y, además, para que lo sepáis, he venido a despedirme, porque me voy a otro cole donde no se juzgue a la gente por su apariencia.
   Y todos, sobre todo las niñas, le suplicaban: «Hombre, no te vayas, quédate, entiende que éramos pequeños...».
   —No y no, lo siento, jamás me quedaré porque vosotros sois feos por dentro y eso sí que yo no lo podría soportar.
   Y abrió la puerta y se fue.
   Dentro de la clase todo eran murmullos: «¡Cómo nos hemos pasado!». Y en eso estaban cuando se abrió la puerta de golpe y entró el auténtico Fidel, el gordito, y todos se quedaron de piedra: «Pero cómo... ¿eres tú?».
   Y les contó que el otro era su primo y que habían montado esa broma para ver si recapacitaban un poquito y que, si era así, él segui­ría yendo al cole, como siempre.
   Y después de la impresión, todos jugaron con él y le preguntaban si quería ir al cine, o si quedaban para hacer los deberes juntos.
   Y es que a veces las lecciones tienen que ser de impacto.

PARÍS EN CORTO, Antonio Serrano Cueto

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ANTONIO SERRANO CUETO, París en corto, Valparaíso, Granada, 2015, 164 páginas. 

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EL ENGRANAJE

   Recién llegada de ultramar, una familia estadounidense pasea por la rue de l’Odéon. Mientras sus padres curiosean en el escaparate de una galería de arte, la hija adolescente entra en el nº 7, una tienda de fachada gris rotulada como La Maison des Amis des Livres. El establecimiento es pequeño y los estantes, repletos de volúmenes, roban el aliento al visitante. Adrienne, la librera, todavía tardará unos minutos en salir de la trastienda y entablar con la joven una larga conversación sobre el amor a los libros, las tertulias literarias en el reino de Odéonia y el ambiente cultural del París de entreguerras. Pasará algún tiempo aún hasta que la joven regrese desde Estados Unidos a la ciudad del Sena, se una al oficio fundando Shakespeare and Company en el nº 8 de la rue Dupuytren y lo traslade poco después al nº 12 de la rue de l’Odéon. Y aunque todavía restan muchos años para que negocie con un irlandés aquejado de iritis la edición de un libro cuyos orígenes se remontan a Homero, el engranaje que cambiará la vida de Sylvia Beach ya está en marcha. 

50 COSAS QUE HAY QUE SABER SOBRE LITERATURA, John Sutherland

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JOHN SUTHERLAND, 50 cosas que hay que saber sobre literatura, Ariel, Barcelona, 2014, 222 páginas.

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En la Introducción (pp. 8-9) Sutherland afirma: "Ninguna crítica ni teoría puede explicar una obra literaria". Su libro se propone como una caja de herramientas con las que el lector pueda encarar uno de "los mayores placeres que puede ofrecernos la vida": la literatura.
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POSMODERNISMO

   Lo posmoderno es un epíteto, inicialmente aplicado a las obras subversivas, que empezó a extenderse y ahora se encuentra por todos lados. Hay una teoría jurídica posmoderna, una arquitectura posmoderna, un periodismo («gonzo») posmoderno e, incluso, una cocina posmoderna.

Abrazo autorial Hay algunos términos de la crítica que los es­critores creativos nunca utilizan para referirse a ellos mismos. Por ejemplo, ningún novelista se describiría a sí mismo como «hetero­glósico». Por el contrario, novelistas como William Gibson no sólo se alegran de ser etiquetados sino que se autoproclaman como practicantes de ciencia ficción «ciberpunk» o «posmoderna». Como el romanticismo, el modernismo es un término escurridizo que puede indicar a la vez un periodo específico y una escuela, o ­un grupo estilístico que comparte características aplicables a cual­quier periodo.
   Para los historiadores, el comienzo del «modernismo» se sitúa al­rededor del periodo llamado Renacimiento. Los historiadores de la literatura utilizan una cronología diferente y aplican el término a un conjunto de vanguardistas internacionales (Pound, Eliot, Yeats, Stein, Woolf, Joyce), activos entre 1890 y 1930 (el primer escritor que usó el término «modernista» fue el poeta francés, Charles Baudelaire).
   Los modernistas no sólo escribían, sino que también teorizaban sin parar sobre lo que escribían. En este sentido, superaron a sus pre­decesores. Charles Dickens nunca habría proclamado «Soy un realista victoriano». Sin embargo, los modernistas se autodenomi­naban alegremente modernistas. Su lema era el «hacedlo nuevo-. de Ezra Pound.
   Los modernistas tenían en común su deseo de romper con las vie­jas formas y el estilo angloamericano y, con gran audacia polémica, prescindir del gran público, cuyo elevado número ejercía una presión «burguesa» en la mente creativa. Otro de sus lemas era «Civilización de masas y Arte de minorías».
   El «modernismo» implica que lo nuevo no sólo es nuevo sino me­jor (y es tan necesario mejorarlo como la sanidad moderna o los trenes). La literatura no sólo cambia de generación en generación; también progresa. La vanguardia siempre va por delante del anti­guo régimen. También existe la conspiración en el corazón del modernismo. Hay algo que va a ser derribado, En resumen, la gui­llotina reluce. La conspiración tomó forma de expresión metafóri­ca en el manifiesto modernista de D. H. Lawrence, «Cirugía para la novela moderna... (o una bomba)». Estaba pensando en las bombas higiénicas de los anarquistas rusos. «¡Bolchevismo litera­rio!», protestaba Alfred Noyes (autor del poema «The Highway­man») contra James Joyce (autor del Ulises). En general, a la so­ciedad no le gustan mucho los lanzadores de bombas, de manera que, al principio, tampoco le gustó el modernismo.
Lo moderno frente a lo contemporáneo El poeta Ste­phen Spender (de la segunda generación modernista) trazó una distinción útil entre lo simplemente contemporáneo y lo verdade­ramente moderno, en su polémica monografía The Struggle of the Modern (La lucha de la modernidad). Los primeros fueron escritores como Alfred Noyes o John Galsworthy, que lograron abrirse paso a través de los surcos dejados por la historia. Los modernistas (Woolf, Joyce, Eliot) saltaron por encima de los surcos en direc­ción al futuro. El salto supone un combate. Entonces, ¿dónde sitúa esto al posmodernismo? Al igual que el modernismo (término del que proviene), también tiene un doble filo, pues describe aquello que viene después. Pero además de la cronología hay otras cosas implicadas. Después del impacto que provocaron los modernistas, lo «nuevo» ya no impacta, el mo­dernismo está domesticado, debilitado, neutralizado. El Ulises y La tierra baldía forman parte de los exámenes escolares. El crítico Fredric Jameson observa la paradoja del enfriamiento de los mo­dernismos; Picasso y Joyce, que abrumaron e impactaron en su primera aparición, «ahora nos impactan, más bien, por su realis­mo». Para las generaciones más jóvenes, no son más que «un conjunto de clásicos muertos»; lo que tienes que estudiar en el colegio.
Posmodernismo En este contexto apareció el posmodernis­mo. El momento histórico de su comienzo fue 1968: «el año de los jóvenes rebeldes», como lo calificó Stephen Spender, de forma grandilocuente.
   El posmodernismo se definía no sólo como heredero del modernis­mo sino como su violenta revancha. Fue una ruptura deseada (se suele preferir el término francés coupure) con lo que hubo antes. Y la ruptura trajo consigo un resquebrajamiento o una fractura in­tencionada.
   Entonces, ¿qué es la literatura posmoderna? Ihab Hassan, quien popularizó el término a principios de la década de 1970, evoca la imagen de Orfeo, el mítico cantor destrozado por las Ménades, que seguía cantando mientras su lira, rota en mil pedazos, yacía a su lado.
    La esencia de la discusión entre el posmoder­nismo y sus progenitores era que, a pesar de todas sus apasionantes novedades, el modernismo era fundamentalmente racional. Por debajo de la ondulante superficie narrativa de La señora Dalloway, de Virginia Woolf, había la doctrina de la «corriente de conciencia». Se podría argumentar, como hizo Woolf, que esa doctrina ayudaba a dar sentido a lo que estaba ocurriendo en «el suelo de la mente» mejor que las antiguas técnicas del realismo clásico (es decir, que era más verdadera que lo que ocurría realmente en la mente humana). Sin embargo, la objeción la pusieron a la frase «dar sentido».
   La batalla del posmodernismo fue más allá del modernismo, llegó hasta la propia Ilustración. Se suele citar la máxima de Adorno, «La Ilustración es totalitaria». La Revolución francesa y su Terror irracional emanó de principios racionales (Libertad, Igualdad, Fra­ternidad). El Holocausto fue considerado como algo eminente­mente racional (una solución definitiva), como lo fue el Archipié­lago Gulag («restablecimiento de la población»).
   La ruptura del posmodernismo fue radical. Se desconfiaba de toda estructura, de todo lo que pudiera crear sentido o racionalizar. Pa­radójicamente, la única posibilidad de avanzar era «desarticulan­do» y fragmentando. Sin embargo, ¿qué significa «avanzar»? Ihab Hassan observa dos manifestaciones «puras» del posmodernismo: el silencio de Beckett, y las infinitas y absurdas permutaciones de la lujuria, en las extravagancias pornográficas del Marqués de Sade.
   Podríamos añadir el vandalismo a los ejemplos de Hassan: el bigo­te de Duchamp en la Mona Lisa, y las nuevas desviaciones irracio­nales del mundo de las Webs. En este nuevo contexto tecnológico es difícil saber lo que significa «post», «después», o «siguiente». Probablemente signifique la decadencia de la posmodernidad que se agota en sí misma: sus conclusiones lógicas explotan y regresa a la corriente dominante. Habrá sido un apasionante interludio.

PRIMITIVO RAMO DE ORQUÍDEAS, Gilda Manso

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GILDA MANSO, Primitivo ramo de orquídeas, Libros en Red, Buenos Aires, 2008, 74 páginas.

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RUIDO DE ALACRANES

   Me despertó el camión de la basura, y los pájaros insomnes que chillaban en las ramas del tilo. Pensaba que podría volver a dormirme, pero por la calle, justo al lado de mi ventana, pasó la vieja chiflada, la de las palomas, insultando a su troupe de perros pacientes; tal vez orinaban demasiado despacio. Me desvelé casi sin remedio, dormitando de a ratos, diez minutos como mucho. Ya al amanecer, oí que del ropero salía un sonido como de tambor ahogado. Sólo esto me faltaba, alcancé a pensar, sumergida en el limbo del sueño postergado. Abrí el placard y el espectro que se refugia entre mis perchas me miró, los ojos bien abiertos; él tampoco podía dormir.
   —¿Te parece que es una hora lógica para ponerte a latir? – le pregunté. Me dijo que lo había despertado el ruido de los alacranes, los de su propia cabeza, y ahí me apiadé. Yo sé cómo se siente eso.
   —Vení, que te acuno un rato —le dije. Me acosté y él se aovilló en mi pecho.
Me desperté horas más tarde, sin rastros del espectro, aturdida por el estrépito del sol sobre mi cama.

HABITACIONES, Ricardo Sumalavia

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RICARDO SUMALAVIA, Habitaciones, Colmillo Blanco, Lima, 1993, 80 páginas.

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ELLA AZUL

   Quizás uno, dos, o tres pasos la llevarán, la llevan, la dejan en aquel puente de doble pista asfaltada, caliente, hirviente por un sol perturbador que hace muchas horas partió y de donde ella siempre parte y sale y se detiene.
   Efectivamente, el sol aparece por el punto en el que todos dijeron, dicen, ella nació, vivió, vive, y quién sabe si seguirá calentando el sol como hoy, como ahora, como antes, sobre la comadrona que tiró de ella para que viera, vea, veamos todos, qué azules parecen las cosas cuando ella las mira: muy bonita, muy niña, muy joven, mujer ahora cansada; aunque no olvidemos que sigue siendo joven.
   La vieron. Se encuentra, la encontramos y aquí está en medio del puente, del meridiano, cavilando las posibilidades de detener al Gavilán en su posible avance, qué horrible es este hombre, no te le acerques, sátrapa, Gavilán, hombre que se dice, digo, algunas vieron, vi galán. Es tan torpe que sigue al otro lado del puente, donde nació, nace el sol y donde ella pensó, piensa y, eso sí, seguirá pensando en escapar del débil y añoso amorío. El Gavilán debe morir, y no dormir, como lo hizo, lo hace sobre un catre por el que saltan los resortes, seguramente que enmohecidos y deformes, nada azules, por supuesto.
   Ella azul, mujer cansada, observó y observa a los carros atravesando el puente. Son muchos los que transitan y pocos los que se vienen a este lado, pero puede ser, es que nunca se sabe; a ella no le importa saber quiénes los conducen. La canícula y sus rayos bajan y rebotan en los autos, el auto, los cristales, el cristal, las lunas, la luna, el sol sobre la luna, y el reflejo azul es para ella, para sus ojos que no cejan ni se ciegan, para su mirada que la dirige, la conduce y la posa en aquella, esta gran línea que es, fue el río que pasa bajo el puente.
   Inclina la cabeza y su pelo muy recortado, corto, como un hombrecito, ya no se mueve, agita y esparce. Ella se recuesta en los barandales herrumbrosos, apoya sus veinte, el vientre, los codos que temblaron, tiemblan, y los calma para que estén quietos y no se inquieten como el río imperioso, impetuoso, con un caudal que te recibirá, ahora no, claro, disculpa; lo que sí recibe son tus panes, tus migas, trozos de pan que abandonas al viento y penetran en el río. Panecillos que disfrutabas con tu amiga, la de la fruta, La Fruta Linares, para todos hoy ausente, hasta para el Gavilán, tragador de seres, aunque no para ti que la sientes cerca, presente, no tan azul pero sí cerca.
   Rápido, veloz, cimbreante, los trozos de pan, de ella azul, van y no vienen por el río presuroso, ansioso, que debería verse azul y no pardo; ella no podrá evitar que el río corre y corra recogiendo una infinidad de cosas y desechos infinitos que se apoltronan en lo angosto y se expanden por lo ancho, ley natural, dicen; y es para ella expandir su trono continuo, siguiendo su cauce, serpentín que por alguna razón muerde y no duelen ni los golpes en las grandes piedras del río que llegan, llega a ese recodo, codo, todo curva como una turba chillante, desesperada, miren por ahí va el trozo de pan de ella azul bajo el sol que se desplaza por el puente caliente, lo atraviesa ardiente sobre un auto igual de hirviente, pero esos fierros doblarán, doblan en una esquina y abandonarán al sol, y ya lo hizo, en el camino que seguirá siendo curvo, y quedará una ligera ventisca que le rozará, le roza la nuca a ella azul y no mueve cabellos y sin embargo sí remueve el vestido. El viento empuja, deja, dejó caer residuos de pan en el puente, los que quedan y quedaron porque los otros ya están en el mar, bajo éste, en el fondo, dejando atrás el río pardo, el puente caliente, ella azul sabiendo y lo sabe que un molusco se habrá comido, se comió el trozo de pan, y ese molusco tendría, tiene la certeza de que el sol estará, está próximo a él, enfriándose, con el frío del frío. Frío.

TEORÍA DE LO IMPERFECTO, Antonio Luis Ginés

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ANTONIO LUIS GINÉS, Teoría de lo imperfecto, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015, 92 páginas.

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Con este volumen, La Isla de Siltolá inaugura su colección "Nouvelle", dedicada a la narrativa breve.

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TOUCHÉ

   La niña le regala una flor y una golosina. Él la mira sorprendido, sonríe mientras huele la flor y empieza a relamerse antes de probar la golosina sin dejar de mirar su pequeño cuerpo. Sus canas se agitan al viento. Ella dobla el sobre con cianuro en polvo y baja los ojos.

DIARIO DE LECTURAS, Alberto Manguel

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ALBERTO MANGUEL, Diario de lecturas, Alianza Editorial, Madrid, 2007 (2004), 308 páginas.


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Manguel entre 2002 y 2003 leyó El Quijote, de Cervantes; La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares; Kim, de Rudyard Kipling; Memorias de ultratumba, de Chateaubriand; La isla del Dr.Moreau, de H. G. Wells; El signo de los cuatro, de Arthur Conan Doyle; Las afinidades electivas, de Goethe; El viento en los sauces, de Kenneth Grahame; El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati; El libro de la almohada, de Sei Shonagon; Resurgir, de Margaret Atwood, y Memorias póstumas de Blas Cubas, de Joaquim Maria Machado de Assis. En el Prólogo a la nueva edición de Diario de lecturas, dice de estos libros que en ese tiempo, «fueron mi cartografía y los eventos que los jalonaron se confundieron (como se confunden siempre) en lo que termino llamando mi vida cotidiana. Leer, como vivir, son actos privados que tienen lugar en público; admitir su notoriedad, compartirlos por escrito, quizás no sea de un impudor inadmisible».
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Miércoles

   Cuando menos me lo esperaba recibo una carta del profesor Isaías Lerner desde Nueva York. Fue uno de los profesores de literatura española que tuve en el bachillerato, sin duda el mejor y el más memora­ble. Había visto un artículo mío y decidió ponerse en contacto conmigo, después de tanto tiempo. Debía de tener unos quince años cuando asistí a sus clases. Durante nueve meses estudiamos El Lazarillo, La Ce­lestina, El libro de buen amor, pero nunca llegamos al Quijote porque Lerner nos llevaba por los libros dete­niéndose en cada detalle, más interesado en la profun­didad que en la cantidad de títulos. Pero me enteré de que enseñaba la novela de Cervantes a otra clase, y me colaba en el aula para escucharlo. El verano siguiente me llevé la edición en dos volúmenes del Quijote que él había editado y pasé en su compañía los tres meses de vacaciones.
   Seguir las clases y leer el libro por mi cuenta, bajo unos árboles, eran dos experiencias completamente dis­tintas. Recuerdo, por ejemplo, el detenido comentario de Lerner sobre la biblioteca de don Quijote, que el cura y el barbero deciden tapiar con el fin de evitar nuevas locuras. A solas, casi se me saltaron las lágrimas cuando leí la descripción de cómo el viejo caballero se levanta de la cama para ir en busca de sus libros y le re­sulta imposible encontrar la habitación donde los guardaba. Aquélla era para mí la pesadilla perfecta: desper­tarme y descubrir que mis libros habían desaparecido, lo que me haría sentir que yo ya no era la persona que creía ser. Gregor Samsa se somete a la metamorfosis, a la pérdida de su identidad; don Quijote, en cambio, para seguir siendo don Quijote, acepta valientemente la explicación de que un malvado encantador ha hecho desaparecer su biblioteca. Al aceptar la fantasía, perma­nece fiel a su identidad imaginaria.
   Cuando, en 1973, regresé por un año a Buenos Aires, los libros que había dejado en casa ya no esta­ban allí.

Viernes

   Don Quijote quiere ser un hombre justo por una necesidad íntima, no por obediencia a leyes humanas o divinas. «;Ah, Señor! ¡Dadme la fuerza y el valor / para contemplar sin asco mi corazón y mi cuerpo!» La ora­ción de Baudelaire resume la ética de don Quijote.
   El rabí David de Lelov, que murió en 1813: «La red de los actos justos mantiene unido al mundo, volviéndolo de oro». Don Quijote: «Sancho amigo, has de saber que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse». Para los Has­sidim (los adeptos al movimiento judío ortodoxo), la existencia del mundo se justifica por treinta y seis justos conocidos como los Lamed Wufniks (los pila­res ocultos del universo), gracias a los cuales Dios no aniquila a la raza humana. Don Quijote se pone en camino para actuar como lo haría un hombre justo en un mundo cuya principal característica es la in­justicia.
   En el periódico de hoy, nuevas indicaciones de que la guerra en Irak es inevitable. Un amigo iraquí comenta: «¿Qué línea de acción es posible entre las atrocidades de Sadam, el extremismo de los dirigentes religiosos y la voracidad económica de los Estados Unidos? Tenemos que elegir entre ser decapitados, la­pidados o que nos coman vivos».

CUENTOS PARA CONTAR EN 1 MINUTO, Victoria Bermejo & Miguel Gallardo

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VICTORIA BERMEJO & MIGUEL GALLARDO, Cuentos para contar en 1 minuto, RBA, Barcelona, 2001, 98 páginas.

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Cada uno de los relatos de Bermejo están acompañados por unos cuantos dibujos de Gallardo.
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EL NIÑO QUE NO SOÑABA

   Dos niños estaban hablando apasionadamente en el recreo. Uno, Ignacio, le decía al otro: «Es imposible que no hayas soñado nunca». Ramón contestaba: «En la vida. Nunca he tenido ni el mas mínimo sueño, es que no sé lo que es eso». Ignacio le explicaba lo divertido que es soñar, él había soñado que era un guerrero tipo Asterix que ganaba una batalla repartiendo nubes de caramelo, porque todos se despistaban y preferían comer chuches que darse con la lanza... Otro día había soñado que volaba y que se paseaba por sitios increíbles. Desde arriba iba viendo a chinos recolectando arroz, a animales peleándose en la selva, el rodaje de una película de Will Smith..., en fin, que era apasionante.
   Ramón le preguntó qué podría hacer para soñar, si se le ocurría alguna idea.
  Ignacio empezó a consultar en su archivo mental y de repente encontró algo interesante, había oído que sí comes aceitunas sueñas más y así se lo dijo a Ramón.
   Llegó la noche y, como Ramón se había olvidado de preguntar cuántas tenía que comer, se comió cinco aceitunas y se puso a dor­mir. Al tener tantas ganas de dormirse, no podía pegar ojo de los nervios. Al final se durmió y, al despertarse, al abrir los ojos, se dio cuenta que recordaba que había soñado toda la noche con una esco­ba, una triste escoba solitaria en un rincón.
   —Vaya —dijo a Ignacio—, tanta historia para soñar con una humilde escoba...
   —¿Cómo eran las aceitunas? —le preguntó Ignacio.
   —Verdes.
   —Pues no, tienen que ser negras y tómate más: diez o quince.
   Y así lo hizo Ramón. Se metió en la cama y la verdad es que se durmió enseguida. Y empezó a soñar en películas, él era Batman o Indiana Jones. Pasaba de una a otra y hablaba perfectamente inglés, y mira que despierto sólo sabía decir hello y goodbye.
   Se lo contó a Ignacio enseguida:
   —¿Ves?, han sido las aceitunas...
   —Sí, pero me molesta una cosa: aunque haya soñado con pelícu­las modernas, en mi sueño todo pasaba en blanco y negro... ¿tú cómo sueñas, en blanco y negro o en color?
   —¡Ah, amigo!, ésta es la pregunta del millón, no se sabe o depende.
   Ramón lleva tiempo investigando el tema. Y yo os propongo un juego, preguntad a vuestros amigos primero si sueñan y después cómo sueñan, si en colorines o en blanco y negro.


ORQUESTA PRIMITIVA, Roberto Abad

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ROBERTO ABAD, Orquesta primitiva, Tierra Adentro, México D.F., 2015, 104 páginas. 

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CAPACIDAD DE ENGAÑO

   Me di a la tarea de contar el número de seres marinos que tenía aquella costa. A las horas me encontré con un grupo de sirenas que cuchicheaban cerca del muelle, refugiadas en la parte de abajo. Quise acercarme, pero me tentó la idea de observarlas primero. Con la curiosidad de quien no cree en estos personajes mitológicos, registré en mi libreta su apariencia estilizada. Me observaban cada que volvía la vista. Una de ellas sonrió. Más por educación que por empatía, hice lo mismo. Las demás se rieron también, agitando la cola y las aletas, seduciendo al observador. Me apenó ser víctima de su hermosura. Conté: eran once en total. Pensé que sería interesante tenerlas en una especie de harén. Las imaginé a mi servicio en una tina gigante, removiendo el agua y la espuma con sensualidad. 
Al volver a la libreta, se habían ido y restaba sólo una, la más alegre. Me acerqué a entrevistarla, pero me abordó: ¿qué te trae a estas aguas, guapo?, dijo enseguida, con una voz rasposa, que no encajaba con su apariencia. Entonces supe que no era una sirena, sino una imitación pesimamente lograda, que ni siquiera al género correspondía. Igual le hice una pregunta: ¿por qué engañas haciéndonos creer que eres una de ellas? Da igual, contestó, algunos prefieren a los tritones. Y se alejó saltando por las olas.

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ANNA GASOL & TERESA BLANCH, Cuentos japoneses, Edebé, Barcelona, 2009, 152 páginas.

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Anna Gasol y Teresa Blanch ofrecen sus versiones de estos cuentos japoneses ilustrados por Juan M. Moreno.
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EL REYEZUELO ES EL REY DE LOS PÁJAROS

   Hace mucho, muchísimo tiempo, una noche los pájaros de la montaña se reunieron para charlar.
   —¿Quién pensáis que podría ser el rey de todos los pájaros? —pregunto el pájaro carpintero.
   —¿El rey de los pájaros? —repuso el cuervo—. Pues supongo que debería ser el halcón.
   —Seguramente —afirmo el gorrión—. El halcón es el más fuerte.
   —Y el que puede volar más rápido —aseguró el milano real—. Además, cuando caz, no se le escapa ni una presa.
   —Sin duda, el halcón debería ser el rey de los pájaros —afirmaron todos.
   —No me hagáis reír —gritó de golpe el reyezuelo, el más pequeño de los pájaros? —y añadió para meter cizaña—: El rey de los pájaros soy yo.
   Los demás se miraron unos a otros y después miraron al halcón.
   —Ten cuidado, reyezuelo —advirtió el búho—, ¡y deja de decir tonterías!
   —Sólo estoy diciendo la verdad —se empeñó el pajarillo—. Soy el número uno.
   Como no había manera de hacerle entrar en razón, el halcón propuso por fin:
   —¡Ya basta! ¿Por qué no lo comprobamos? El rey de los pájaros debe ser capaz de vencer a cualquier animal de esta montaña. ¿Estás de acuerdo?
   —Sí —se envalentonó el reyezuelo—. Yo puedo hacerlo.
   —Quien venza al jabalí será el rey.
   —Yo lo venceré —dijo el pequeño pájaro.
   —Muy bien —asintió el halcón—. Nos encontraremos mañana a la salida del sol.
   El reyezuelo se fue a dormir convencido de que era el mejor de los pájaros. Sin embargo, por la mañana, cuando despertó, le entró miedo y voló hasta el nido del halcón para pedirle disculpas y evitar enfrentarse al jabalí. Pero el halcón no quiso oír hablar del asunto.
   —Lo siento, reyezuelo, pero cuando alguien adquiere un compromiso, tiene que ser responsable. Ahora ya no puedes echarte atrás. Han venido todos los pájaros de la montaña para comprobar quién merece ser el rey. ¡Mira, ahí viene un jabalí! ¡Ve a por él!
   El reyezuelo pensó que aquello sería lo último que haría en su vida, cerró los ojos y voló directo hacia el jabalí. Volaba tan veloz que, sin darse cuenta, se introdujo en el interior de la oreja del animal.
   El jabalí, al sentir que algo revoloteaba dentro de su oreja, lanzó un gruñido y empezó a correr en círculos, moviendo la cabeza a un lado y a otro y dando fuertes patadas a todo lo que encontraba a su paso. Finalmente, enloquecido, se tiró contra un árbol y cayó inconsciente al suelo.
   Cuando el halcón y el resto de los pájaros volaron hacia allí para ver si el reyezuelo había sobrevivido, se sorprendieron al verlo vivito y coleando sobre el desmayado jabalí.
   —Te toca a ti, halcón —dijo hinchando las plumas lleno de orgullo.
   —Si tú puedes vencer a un jabalí —gritó enojado el halcón—, yo venceré a un par.
   El halcón voló en círculos y divisó a dos jabalís que corrían uno junto al otro por la maleza.
   —¡Sólo yo puedo ser el rey de los pájaros! —exclamó mientras aterrizaba en sus lomos clavando una garra en el cogote de cada uno de ellos.
   Por desgracia, los jabalís escogieron ese momento para separarse. Uno corrió hacía la derecha, y el otro, hacía la izquierda, por lo que el pobre halcón quedó partido en dos mitades.
   Los pájaros no daban crédito a sus ojos y se quedaron mudos durante mucho rato, hasta que uno tras otro empezaron a vitorear:
   —¡El reyezuelo es el rey de los pájaros! ¡Viva el reyezuelo, el rey de los pájaros!
    Y así sigue siendo desde entonces.



CUENTOS MÍNIMOS, Pep Bruno

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PEP BRUNO, Cuentos mínimos, Anaya, Madrid, 2015, 64 páginas.


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Ya fuesen en origen cuentos volcados a Twitter o tuits convertidos en cuentos, el resultado del trabajo de Pep Bruno desata la sonrisa íntima del lector, que también se regodea con las ilustraciones de Goyo Rodríguez.
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Se agacho y, con un dedo,
dibujó en la arena un corazón.
El desierto comenzó a latir.


RINOCERONTES BAJO LA MESA, Sandro Walter Centurión

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SANDRO WALTER CENTURIÓN, Rinocerontes bajo la mesa, Subsecretaría de Cultura de Formosa, Formosa, 2012, 60 páginas.

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MAL INFORMADO

   Amarrado al mástil de su barco, cayó en la cuenta de que lo habían informado mal pero ya era tarde. Gritó, amenazó e insultó a sus hombres, que lo ignoraron por completo.
   Las hermosas sirenas entonaron sus melodías y en un frenesí orgiástico saciaron la sed de sexo de sus marineros ante la desesperante mirada de Ulises.

HIELO SECO, Isabel Bono

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ISABEL BONO, Hielo seco, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015, 54 páginas.

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Los breves textos de Isabel Bono aciertan a reflejar lo cotidiano desde una mirada lírica semejante, en cierto modo, a las raíces: sin artificios, tan directa como profunda.
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días sin pájaros
¿Y qué hacer cuando la razón echa raíces y da frutos amargos que no alimentan a nadie?
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todo está en calma
Saber que todo es desierto y el viento se lo lleva.
***
el orden natural de las cosas
Amontonar los días. Como si vivir no dependiera de nosotros.
***
me acuerdo
No olvidar algunas palabras. Tampoco construir falsos recuerdos sobre ellas.
***
otro paraíso perdido
Echo de menos cuando era inmortal.

BIODISCOGRAFÍAS, Iban Zaldua

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IBAN ZALDUA, Biodiscografías, Páginas de Espuma, Madrid, 2015,

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Las ilustraciones de Alaitz Alberdi acompañan, en la misma tonalidad de acierto, a los relatos de Iban Zaldua y sus melancólicas cuerdas con armónicos de humor y de memoria.

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EN LA TIENDA DE VINILOS DE SEGUNDA MANO

The Chameleons
Script of the Bridge
Stalik, 1983.

   Lo he visto al pasar por la calle Avinyó de Barcelona, en un escaparate estrecho. En la carpeta del disco, sujeta con un clip, una tarjeta de cartón: «Grupo after-punk de los ochenta. Excelente estado». He entrado a preguntar.
   Confirmando mis previsiones, el precio me ha parecido exagerado, pero aun así sé que voy a comprármelo: Script of the Bridge, el primer disco de The Chameleons.
   Los perdedores tienen un aura que los hace atrayentes, al menos para algunas personas; no resulta fácil de explicar. A The Chameleons, no sé exactamente por qué, se les veía desde el principio y lo cierto es que luego siguieron paso por paso el manual del perdedor estándar —variedad música pop—: después de dos discos independientes, firmaron con una multinacional, publicaron su disco más comercial —el que más vendieron—, su mánager murió inesperadamente y, a consecuencia de ello, cuando estaban a punto de lograrlo, decidieron deshacer el grupo. Los siguientes proyectos de los miembros del grupo, ni que decir tiene, apenas tuvieron repercusión, y el habitual disco-nostálgico-de-reunión de principios del siglo XXI pasó sin pena ni gloria, así como las periódicas giras-karaoke con todos o alguno de los componentes. Hoy día, aparte de los fans de entonces, pocos se acuerda de The Chameleons, si no es para recordar la enorme influencia que han ejercido sobre algunos grupos actuales —Interpol, por ejemplo, sigo punto por punto su manual de estilo—.
   Yo también los tenía un tanto olvidados. Pero lo he recordado todo al instante: aquel primer elepé de The Chameleons, y Jasone. Porque fue a Jasone a quien le regalé una copia de Script of the Bridge.
   De hecho, es en esta tienda de la calle Avinyó donde compro el que va a ser el primer disco original de The Chameleons que he poseído nunca: de joven no solía tener mucho dinero y, como pude, grabé todos sus elepé —lo mismo que los de otros muchos grupos— en cintas de casete. Aquel que —interesadamente— compré para Jasone, por ejemplo, me lo grabé en cuanto llegué a casa y, después de envolverlo en papel de regalo, se lo entregué.
   Me costó lo mío escoger aquel disco. Al entrar en Xaribari, la tienda de música, tenía tres en mente: el primero de The Smiths, el Reckoning de R.E.M y el de The Chameleons; al final, después de tres cuartos de hora de ir de una cubeta a otra, pensándomelo, me decidí por Script of the Bridge, porque era el más triste e inquietante, y porque sabía que la respuesta de Jasone a la carta que iba a introducir en la carpeta antes de envolver el disco en papel de regalo iba a ser un no. O, lo que es peor, que nunca la respondería, como he mencionado antes, los perdedores tienen, para mí, un aura especial, y no podía imaginar para mi fracaso una banda sonora más adecuada que la de aquellas canciones lentas y depresivas de The Chameleons. Bueno, lo escogí por eso, y porque era el disco más largo de los tres de los tres entre anduve dudando: por el mismo precio, más minutos.
   Se confirmaron mis peores expectativas: Jasone, cruelmente, no dio ninguna respuesta a mí carta. Luego cumplimos dieciocho años, y ella se marchó de la ciudad a seguir sus estudios de piano, a Barcelona precisamente, y de allí a Gran Bretaña, donde le perdí la pista. Y yo me quedé con la cinta grabada de aquel disco de The Chameleons.
   Pero ahora tengo en mis manos el original que, aunque usado —hago un cálculo rápido—, he pagado más caro, en proporción, que aquel que compré en 1984; ahora puedo permitírmelo. En cuanto he vuelto a casa de mi viaje a Barcelona, lo he sacado de su funda, lo he puesto en el viejo tocadiscos y, primero, escucho los veintiocho minutos de su cara A y, a continuación, los veintinueve de su cara B. El de la tienda tenía razón: está nuevo, sin manchas ni rastros de polvo, como sí nadie lo hubiera hecho sonar jamás.
Después, he quitado el vinilo del plato, lo he metido en su funda de plástico y he intentado introducirlo en su carpeta de cartón, pero se atasca, y compruebo que tropieza una y otra vez con algo en su ínteríor. Dejo el vinilo a un lado, meto la mano en la carpeta y ahí está el sobre. «Para Jasone», con la temblorosa letra con la que escribía entonces. Pero perfectamente legible en el sobre, que sigue cerrado, después de todos estos años.