UN MALÉVOLO VÁTER EXPLOSIVO Y OTRAS LEYENDAS URBANAS, Peter Bridges

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PETER BRIDGES, Un malévolo váter explosivo y otras leyendas urbanas, Cúpula, Barcelona, 2010, 190 páginas.
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En la Introducción el autor advierte que recopila aquí increíbles historias que salieron a su paso cuando "trataba de descubrir la esencia de la rumurología".
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DESODORANTE PARA LAMER

   La historia del desodorante y el termómetro me recuer­da a esas otras que han surgido en torno al mundo de los desodorantes. Cuando comenzaron a fabricarse en spray, se decía que eran muy nocivos para la salud, tan­to que creaban una película invisible que impedía que la piel sudase, de manera que las bacterias quedaban encerradas y al final acababan convertidas en gusanitos que luego salían del sobaco como si uno fuera la more­ra de los gusanos de seda. Pero lo más divertido en lo tocante a desodorantes es la leyenda que corrió sobre Axe (y no pretendo hacer publicidad).
   La empresa cosmética realizó una agresiva campaña en todo el mundo según la cual una mujer olía Axe y se ponía a cien, por muy feo que fueras. Una lógica exa­geración del marketing, porque no hace falta llegar a tanto. Recuerdo que un día resbalé, caí en una ciénaga purulenta. Bueno, vale, era una cloaca, pero quería dar­le un toque de aventuras. Al llegar a casa, con otra ropa pero sin haberme podido duchar, la portera se me que­dó mirando con deseo y, después de guiñarme el ojo (aunque no me cantó la frase mágica de «huachi huachi gua gua»), me dijo: «Qué bien huele usted hoy», de manera que entiendo que lo de las fragancias erotizan­tes debe de ir a gustos.
   Volvamos a Axe. La leyenda que surgió al poco de la campaña es que, efectivamente, el desodorante tenía poderes afrodisíacos. Sí, los tenía, pero no hacían efecto al olerlo sino cuando tu pareja, después de que te lo pusieras y por mucho sudor que estuvieras despren­diendo, te lamía de arriba abajo Era entonces, cuando sus papilas gustativas captaban el sabor del desodoran­te mezcladas con las del sudor, cuando se ponía como una moto. Y digo yo que o eso, o terminaba vomitan­do, y es que en las cuestiones de la pasión no suele haber término medio.

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