EL VIDRIO ROTO, CUENTOS PARA LAS AMÉRICAS. ARGENTINA, Emilia Pardo Bazán

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EMILIA PARDO BAZÁN, El vidrio roto. Cuentos para las Américas. Argentina, Mar Maior, Vigo, 2014, 272 paginas.

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González Herrán edita estos cuarenta y seis relatos de Doña Emilia publicados (con y sin su permiso) en la prensa argentina.
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AIRE

   Tenemos otra loca, pero esa interesante —díjome el direc­tor del manicomio, después de la descorazonadora visita al de­partamento de mujeres—. Otra loca que forma el más perfecto contraste con las infelices que acabamos de ver, y que se aga­rran al gabán de los visitantes, con risa cínica... Y figúrese us­ted, que esta loca está enamorada..., pero enamorada hasta el delirio. No habla más que de su novio, el cual, por señas, desde que la pobrecilla ha sido recluida aquí, no vino a verla ni una vez sola... Si yo creo que esta muchacha, suprimido el amor, estaría completamente cuerda. Verdad que lo mismo les pasa a muchos mortales. La pasión es quizás una forma transitoria de la alienación mental, desde que nos hemos civilizado...
   —No —contesté—. En la antigüedad precisamente es donde se encuentran los casos caracterizados de pasión: Fedra, Mirra, Hero y Leandro...
   —¡Ah! Es que ya entonces estaba civilizada la especie. Yo me refiero a épocas primitivas.
   —Sabe Dios —objeté— lo que pasaba en esas épocas, de las cuales no nos han quedado testimonios ni documentos. Lo indudable es que el sufrir tanto por cuestión de amor, es uno de los tristes privilegios de la humanidad, signo de nobleza y castigo a la vez... ¿Se puede ver a esa muchacha?
   —Vamos; pero antes pondré a usted en algunos anteceden­tes... Esta es una joven bien educada, hija de un empleado, que se quedó huérfana de padre y madre y tuvo que trabajar para comer. Se llama —deje usted que me acuerde—: Cecilia, Cecilia Bohorques. Quiso dar lecciones de piano, pero no era lo que se dice una profesora, y por ese camino no consiguió nada. Preten­dió acompañar señoritas, y le contestaron en todas partes que preferían francesas o inglesas, con las cuales se aprende... ¡sabe Dios qué! Entonces, la chica se decidió a coser por las casas, y en esta forma ya encontró medio de vivir: dicen que tiene habilidad y gracia para la cuestión de trapos... Se la disputaban y la traían en palmas sus clientes. De su conducta todo el mundo se desha­cía en alabanzas. Entonces la salió un novio, el hijo del médico Gandea, muchacho guapo, algo perdido. Amoríos vehementes, una novela en acción. Según parece, el muchacho quería llevar la novela a su último capítulo, y ella se defendía, defensa que tiene mucho mérito, porque, repito, y los hechos lo han demostra­do, que se encontraba absolutamente bajo el imperio de la más férvida ilusión amorosa. Una de las señales que caracterizan el poderío de esta ilusión, es el efecto extraordinario, absolutamen­te fuera de toda relación con su causa, que produce una palabra o una frase del ser querido. Dijérase que es como palabra del Evangelio, que se graba indeleblemente en los senos mentales, y de la cual se deriva, a veces, todo el contenido de una existencia humana ¡Extraño dominio psíquico el que otorga la pasión!
   El novio de Cecilia —al final de las escenas en que él so­licitaba lo que ella negaba dominando todo el torrente de su voluntad rendida— solía exclamar en tono despreciativo:
   —¡Tú no eres nadie; eres más fría que el aire!
   Con su asonantamiento y todo, la frasecilla acusadora se clavó como bala bien dirigida dentro del espíritu de la muchacha, y allí quedó, engendrando un convencimiento profundo. Ella era, seguramente, aire no más... Lo repetía a todas horas —y esta fue la primer señal que dio de su trastorno—. Como que no hizo otra cosa de raro, ni menos de inconveniente: con el mismo aspecto de pudor y de reserva que va usted a verla ahora, siguió presentándose en las casas de las señoras para quienes trabajaba, y de estas señoras ha partido la idea de traerla aquí, a fin de que yo intente su curación. Se interesan por ella muchísimo.
   —¿Y usted espera que cure...?
  —No —respondió el médico en tono decisivo y melan­cólico—. La experiencia me ha demostrado que estas locuras de agua mansa, sin arrebatos, sonrientes, dulces, apacibles en apariencia, son las que agarran y no se van. No temo a las bru­tales locuras de la sangre, sino a las poéticas. Las refinadas, las delicadas, las finas... Yo les he puesto, allá en mi nomenclatura interna, este nombre: locuras del aire...
   —¡Como la de Ofelia! —respondí.
   —Como la de Ofelia, justamente... Aquel gran médico alienista que se llamó —o no se llamó—Guillermo Shakespea­re, conocía maravillosamente el diagnóstico y el pronóstico...
   Después de estas palabras de mal agüero, el médico me guió a la celda de la loca del aire. Estaba muy limpio el cuar­tito, y Cecilia, sentada en una silleta baja, miraba al través de la reja, con ansia infinita, el espacio azul del cielo y el espacio verde del jardín. Apenas volvió la cabeza al saludarla nosotros. Era la demente una muchacha delgadita y pálida; sus facciones aniñadas, menudas, serían bonitas si las animasen la alegría y la salud; pero es lo cierto que hay muy pocas locas hermosas, y Cecilia no lo era sino por la expresión realmente divina de sus grandes ojos negros cercados de livor azul, y enrojecidos por el llanto cuando respondió a nuestras preguntas:
   —¡Va a venir, va a venir a verme de un momento a otro! ¡Me quiere a perder, y yo... vamos, no sé decir lo que le quiero! Lo malo es que, acaso, al tiempo de venir, ya no me encontrará... Porque yo, aquí donde ustedes me ven, no soy nada, no soy nadie... ¡Soy más fría que el aire! Como que soy eso, aire... No tengo cuerpo, señores... ¡Y como no tengo cuerpo, no he podi­do obedecerle con el cuerpo! ¿Se puede obedecer con lo que uno no tiene? ¿Verdad que no? Yo soy aire tan solamente. ¿No me creen? Si no fuese esa reja, verían cómo es verdad que soy aire... Y el día que quiera, a pesar de la reja, se convencerán de que aire soy. ¡Y nada más que aire! El me lo dijo... y él dice siempre ver­dad. ¿Saben ustedes cuándo me lo dijo la primera vez? Una tarde que fuimos de paseo a orillas del río, a las Delicias... Qué bien olía el campo! Él me quería estrechar; y como soy aire, no pudo. ¡Y claro! ¡Se convenció...! ¡Soy aire, aire solamente!...
   Comentó estas declaraciones una carcajada súbita, infantil. Salimos de la celda previo ofrecimiento de avisar al novio, si le encontrábamos, de que su amiga le esperaba con impaciencia. Y fue una semana después, a lo sumo, cuando leí la noticia en los periódicos: llevaba este epígrafe: “Suceso novelesco...” ¡Novelesco! Vital, querrían decir: porque la vida es la grande y eterna noveladora.
   Aprovechando quizá un descuido de los encargados de su custodia, presa de un vértigo y aferrada a la idea de que era aire, Cecilia trepó hasta la azotea de uno de los pabellones, se puso de pie en el alero, y exhalando un grito de placer (realizaba al fin su dicha), se arrojó al espacio.
   Cayó sobre un montón de arena, desde una altura de veinte metros. Quedó inmóvil, amodorrada por la conmoción cere­bral. Aún alentó y vivió angustiosamente dos días. El conoci­miento no lo recobró.
   Su última sensación fue la de beber el aire, de confundirse con él, y de absorber en él el filtro de la muerte, que cura el amor.

Caras y Caretas  9 de mayo de 1908

SENDAS DE OKU, Matsúo Basho

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MATSÚO BASHO, Sendas de Oku, Atalanta, Girona, 2014, 196 páginas.

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Publica Atalanta una nueva edición de Oku-No-Hosomichi. Añade a las presentadas en España por Barral Editores (1970) y Editorial Seix Barral (1981), el texto caligrafiado e ilustrado por Yosa Buson. Como en las ediciones mentadas, (responsabilidad de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya), abren el volumen dos documentados ensayos del Nobel mexicano: La tradición del haikú (pp. 11-32) y La poesía de Matsúo Basho (pp. 38-55). A este último, pertenece esta cita: "El haikú de Basho nos abre las puertas de satori: el sentido y la falta de sentido, vida y muerte coexisten". 
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   Me hospedé en el suburbio de Daishoji, en un monas­terio llamado Zensho-ji. Este sitio pertenece todavía a la provincia de Kaga. Sora también se había hospedado en ese templo la noche anterior y había dejado este poema:

Viento de otoño:
lo oí toda la noche
en la montaña.

   Nos separaba la distancia de unas horas pero me pare­ció que entre nosotros había ya más de mil ri. Yo también, escuchando el viento otoñal, me acosté en el dormitorio destinado a los novicios. Al romper el alba se oyeron rezos, sonó la campana y me apresuré a entrar en el refec­torio. "¡Ahora a Echizen!", me dije con brío y salí a toda prisa del templo, mientras unos jóvenes bonzos me perse­guían con papel y pinceles hasta el pie de la escalera. En ese momento caían las hojas de los sauces en el jardín. Al po­nerme las sandalias, y aparentando más prisa de la que tenía, tracé estas líneas:

Antes de irme
¿barro el jardín hojoso,
sauces pelados?


UNA BIBLIA, Phillipe Lechermeier & Rébecca Dautremer

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PHILLIPE LECHERMEIER & RÉBECCA DAUTREMER, Una biblia, Edelvives, Zaragoza, 2014, 400 páginas.

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Lechermeier anota en el prefacio: "Al escribir este texto he querido que cada cual pueda recuperar algo que es suyo. Una biblia no es la Biblia. Una biblia está compuesta de historias que se repiten y se reinventan. Historias que se relatan y nos relatan". Las fantásticas ilustraciones de Rébecca Dautremer ayudan a convertir este libro en un feliz acontecimiento editorial. 
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LA PUERTA ABIERTA


   María Magdalena se despertó antes de que amaneciera.
  Con los ojos enrojecidos por las lágrimas y la falta de sueño, y su larga melena  despeinada, salió a la palidez de la noche. Al sentir el empedrado húmedo, se dio cuenta de que iba descalza. Una brisa nocturna le inflaba el vestido. Sintió un escalofrío.
   Sin saber muy bien por qué, se dirigió hacia los jardines en los que descansaban los muertos.
   El chirrido de la verja desgarró el silencio de la noche.
   Mientras avanzaba por la avenida, una lechuza pasó ululando.
   Le sorprendió el contacto de la grava. Era liso y fresco, y le agradaba sentir la are­nilla entre los dedos de los pies. Incluso el crujido de sus pasos le resultaba recon­fortante, «ras-ras», y resonaba en las paredes de las tumbas que iba recorriendo, ras-ras».
   Se dejaba mecer por el ritmo de su caminata y por el eco. De pronto, el ruido de unos pasos se mezcló con sus propias pisadas y la sacó de su letargo. Apenas tuvo tiempo de apartarse cuando se cruzaron con ella dos sombras que bajaban por el camino a toda velocidad, Eran los guardias del cementerio, que corrían espanta­dos, Habría querido detenerlos para saber de qué se asustaban, pero prefirió ocul­tarse detrás de un ciprés. ¿Qué habrían pensado al ver a una mujer sola en mitad de la noche, despeinada y descalza?
   A lo lejos, la verja volvió a chirriar.
   Siguió andando, pero esta vez avanzaba con más precaución. Ahora estaba completamente espabilada.
   «Ras-ras.
   Algo estaba pasando.
   «Ras-ras».
   Algo extraordinario.
   «Ras-ras,
   Algo que había hecho que se levantara en plena noche para acudir a ese lugar.
   «Ras-ras».
   Cuando llegó a la tumba de Jesús, lo comprendió.
   Habían apartado a un lado la piedra que tapaba la entrada, y la puerta estaba abierta.
   La lechuza volvió a ulular.
   María Magdalena se quedó inmóvil. Su primera reacción habría sido salir corriendo, como habían hecho los guardias, pero algo más fuerte que ella la mantenía en el sitio.
   Tomó una profunda inspiración y se decidió a cruzar la puerta de la tumba. La envolvían las tinieblas.
   Avanzó varios metros sin saber por dónde pisaba, sintiendo en los dedos la hume­dad de la roca.
   De pronto, se oyó un ruido ensordecedor, y algo que no logró identificar en la oscu­ridad se agarró a su pelo. Quiso gritar, pero, antes de que pudiera emitir ningún sonido, la criatura se había soltado. Al girarse, María Magdalena comprendió que se había preocupado por nada: varios pájaros blancos, sin duda molestos por su intrusión, aleteaban para escapar de la tumba.
   Siguió avanzando a tientas, con las piernas atenazadas por la sorpresa.
   A lo lejos, volvió a oír el grito de la lechuza, que llegaba apagado por las gruesas paredes de la tumba.
   Siguió avanzando, un poco más deprisa, pues ahora distinguía un débil fulgor. Atraída por el resplandor, aceleró el paso y varios metros más allá llegó al centro de la tumba.
   Se acercó al foco de luz que bañaba la estancia. En el exterior había amanecido y los primeros albores acariciaban los muros del sepulcro. Un fino rayo de luz se había abierto paso entre las imperfecciones de la roca. Los ojos de María Magda­lena se acostumbraron enseguida a la oscuridad, y pudo observar la estancia con atención. Tardó unos instantes en darse cuenta de lo que sucedía y giró varias ve­ces sobre sí misma hasta que comprendió con claridad. La tumba de Jesús estaba vacía, completamente vacía. Habían robado el cuerpo.
   No tuvo tiempo de recuperarse de !a impresión porque, fuera, «ras-ras>, alguien pasaba cerca de la tumba. «Ras-ras».
   Salió corriendo, procurando no golpearse con las paredes estrechas.
   «Ras-ras».
   En el exterior, los pasos parecían alejarse. «Ras-ras».
   Por fin, salió de la sepultura. «Ras-ras».
   Un poco más allá, caminaba un hombre, «ras-ras», y ella creyó que era el jardinero. «Ras-ras>.
   —¿Qué has hecho con el cuerpo de Jesús? —gritó. «Ras-ras», Pero el hombre no respondió. «Ras-ras».
   —¿Qué has hecho...? —quiso repetir, pero no pudo terminar su frase. El hombre se había dado la vuelta.
   Sonreía.
   Era Jesús.
   Jesús de Nazaret.



HOJAS, Raúl Vacas

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RAÚL VACAS, Hojas, Ediciones De Vacas y Castaño, Salamanca, 2009, 44 páginas.

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Raúl Vacas consigue, con su ingenio y elegancia habituales, hacer gravitar estos 34 haikus alrededor de las acepciones de la palabra hoja.
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marcas de típex
en la hoja de servicios 
del catedrático

NUNCA MEJOR DICHO, Karlos Linazasoro

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KARLOS LINAZASORO, Nunca mejor dicho, Trea, Gijón, 2015, 92 páginas.

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La vida eterna nos llega con cada amanecer.
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El aforismo tiene muy mala refutación.
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Escribir es no pedir la palabra.
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A veces, cuando actúo mal, se me cae la careta de vergüenza.
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Vivir no es sino sobrevivirse.
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Cuando el ser humano planea, el pájaro se echa cuerpo a tierra.
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El aforismo es parecido al fútbol brasileiro: juega en corto, acaricia la pelota y dispara duro y ajustado.
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Lo único que se consigue con la longevidad es ver la muerte más de cerca.

EN LA CENIZA ESCRIBO, Akutagawa Ryūnosuke

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AKUTAGAWA RYŪNOSUKE, En la ceniza escribo, Satori, Gijón, 2015, 160 páginas.

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Fernando Rodríguez-Izquierdo es el responsable de la traducción y comentario de cada uno de estos setenta poemas que se presentan, al igual que en todos los libros de esta colección, en una cuidada edición bilingüe.
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明け方や
蔦の葉滑る
露の音



akegata ya
tsuta no ha suberu
tsuyu no oto




Va amaneciendo;
se oye cómo resbala
por la hiedra el rocío.

ARGUMENTOS EN BUSCA DE AUTOR, Bruno Mesa

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BRUNO MESA, Argumentos en busca de autor, La Caja Literaria, Santa Cruz de Tenerife, 2009, 220 páginas.

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El poema ideal es aquel cuyo lector no es el mismo antes y después de su lectura. Esa página ideal debe ofrecernos una forma de ver el mundo, pero debe ser también un lugar bello en sí, un recinto donde la verdad y la belleza se entiendan.
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Por regla general el pacifista quiere la paz, pero antes que a la paz se quiere a sí mismo, y en esto no se diferencia mucho del resto de los mortales. Ama la paz, pero ama más tener razón.
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Un artista es alguien que no te escucha a menos que hables de él.
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El periodismo está hecho en buena parte de rumores, mientras que la historia está levantada sobre rumores y opiniones muy documentados sobre rumores. La única diferencia es que pasadas las décadas y los siglos a esos rumores que predica la historia se les llama hechos demostrados.
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Me encanta cuando me hablas de amor, porque enseguida me entra sueño.
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La crítica de arte en nuestros días parece consistir en ofrecer respuestas sesudas a preguntas delirantes.
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Un amigo intenta convencerme de que veo la vida como algo cómico. Le respondo que está equivocado, que es lo contrario, que soy un hombre trágico, y por tanto, desesperadamente irónico.
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En las letras, en el doble fondo de su maleta, envuelto en el rectángulo de terciopelo negro, hay escondido un río de magia que pasa inadvertido por nuestros oídos, indiferentes a ese milagro.
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La palabra convalecencia es un ejemplo de precisión, porque ese largo batallón de letras con cara de enfermera induce a pensar que será larga, triste y dura.
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Ayer creía en Dios, estoy seguro, lo que no recuerdo es dónde estuve bebiendo.

LA HERIDA EN LA LENGUA, Chantal Maillard

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CHANTAL MAILLARD, La herida en la lengua, Tusquets, Barcelona, 2015, 184 páginas.

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Algunas secciones de excelente poemario, como "Polvo de avispas", se componen íntegramente de poemas mínimos.

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Caminar aventando el miedo
sin apenas pasado entre las alas

MICROCÓSMICAS, Esther Andradi

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ESTHER ANDRADI, Microcósmicas, Macedonia, Morón, 2015.

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MALAS COMPAÑÍAS
Ne me quitte pas…
Jacques Brel

   No es verdad que el universo se está expandiendo. Es que se aleja de nosotros, que es otra cosa.

LA AMBICIÓN, Emilio López Medina

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EMILIO LÓPEZ MEDINA, La ambición, Universidad de Jaén, Jaén, 2013, 176 páginas.

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Más que el fracaso, es el éxito lo que estimula en mayor medida la hiena que hay en nosotros.
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Sin inocencia no hay tragedia.
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Aquel que emplea medias verdades merece desprecios completos.
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Es curiosa esta sociedad occidental compuesta por ricos que sueñan con enriquecerse.
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Una sociedad tal que hasta las piedras pertenecen a alguien.
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El miedo se paga más caro que los errores (y, a veces, incluso más que los mismos crímenes).
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A los indecisos se los llevan los acontecimientos.
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El éxito nos lanza fuera de nosotros; el fracaso nos devuelve a nosotros mismos: a lo que somos, a nuestra intimidad.
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Nadie que piense que el hombre debe ser dirigido cree en el hombre.

FICCIONES DESMEDIDAS, Rosalba Campra

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ROSALBA CAMPRA, Ficciones desmedidas, Macedonia, Morón, 2015.

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LA BÚSQUEDA DEL CENTRO

   No todos son capaces de encontrar la razón de su vida.
   Yo, por ejemplo. He estudiado dialectología y tantra yoga, escrito poesías permutantes. Por más que recorrí museos, me asocié a los teósofos y después a los vegetarianos, ocupé la universidad y los latifundios, seguía sin divisar en el horizonte una luz que me indicara hacia dónde estaba yendo.
   Por eso, cuando conocí a Sebastián me dije: ahí está. 
   Pero ahí estaba nada más que Sebastián.

BALLENAS EN HORMIGUEROS. ANTOLOGÍA HISPANOAMERICANA DE MINIFICCIÓN

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MENTIRAS BLANCAS

   Feroz y galante, a cada embestida, el mar deposita a mis pies rocas que extrae de sus abismos. Con esas rocas construyo mi casa y, a pesar de los tiburones que la circundan, me siento a gusto en ella. Durante el día se mantiene fresca, con perfume a nácar. Por las noches mis sábanas oscuras se iluminan de perlas, a veces son tantas que creo dormir sobre un cielo estrellado —entonces ocurre el prodigio: la suspensión de esa ausencia que aún no comprendo si a vos o a mí corresponde—. Las sirenas me arrullan, anuncian el fin de esta era de sal.

INÉS SE TURBA SOLA, Ricardo Alberto Bugarín

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RICARDO ALBERTO BUGARÍN, Inés se turba sola, Macedonia, Morón, 2015, 140 páginas.

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PALABRAS CRUZADAS

   Viste cómo es esto. Vos tirás una palabra, yo tiro otra palabra. Vos arrojás una frase, yo arrojo otra frase. Vos largás un parlamento, pues, yo te tiro un parlamento. Y así se van dando las cosas. Al final, nos enojamos, nos damos vuelta y cada uno queda mirando para su lado.

PREÁMBULOS, Gabriel Insausti

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GABRIEL INSAUSTI, Preámbulos, Renacimiento, Sevilla, 2015, 180 páginas.

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El pozo, cuanto más oscuro es que es más hondo. El poeta, no.
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Para estrechar los lazos con un aliado no hay como elucubrar un enemigo común.
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A cierta edad, la aceleración de la Historia se percibe en el ritmo al que se suceden los pañales.
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En algunas conversaciones no se profundiza por miedo a discrepar. En otras, por miedo a coincidir.
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Lo que va de esculpir a escupir es lo que media entre el arte clásico y cierto arte moderno.
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Bienaventurados los que tienen hambre y sed de cultura, porque de ellos serán los canapés.
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Si no causa alarma social, no existe.
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Con raras excepciones, las únicas causas por las que merece la pena luchar son causas perdidas.

PERROS E HIJOS DE PERRA, Arturo Pérez-Reverte

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ARTURO PÉREZ-REVERTE, Perros e hijos de perra, Alfaguara, Madrid, 2014, 152 páginas.

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Las ilustraciones de Augusto Ferrer-Dalmau acompañan fielmente esta antología de artículos escritos entre 1993 y 2014 que tienen en común la figura del perro en el desempeño del papel protagonista.

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SOBRE CACHORROS Y NIÑOS

   Una vez tuve un amigo negro, silencioso y fiel como una sombra, al que, a pesar del tiempo transcurrido desde que se durmió en mis brazos, todavía sigo buscando con la mirada cada mañana al despertarme, en su rincón favorito del jardín. A veces sueño con él; y otras veces, despierto, imagino que se encuentra en ese lugar magnífico -un prado cubierto de flores hermosas- donde van a descansar los perros buenos y valientes: allí donde sólo hay agua limpia y fresca, huesos con mucho tuétano y perras guapas que siempre están en celo. Ya sé que como paraíso canino suena algo prosaico, pero estoy seguro de que cualquier perro prefiere eso a un sitio lleno de ángeles tocando el arpa y bibliotecas con las obras completas de Marcel Proust.
   Desde hace unos días, está de nuevo en casa. Algo cambiado, es cierto; pero no cabe duda de que es él. De pronto se le han quitado de encima los achaques de trece años de vida, esa pesada y dolorida torpeza de los últimos meses que pasamos juntos. Sus ojos melancólicos ya no miran con tristeza, pero sí con la misma atención, idéntica curiosidad que mostraba en los primeros tiempos, cuando era joven y vigoroso. Ahora lo es de nuevo. Otra vez tiene mes y medio y es un cachorro de labrador fuerte y sano que va marcando el territorio, que tanto conoce pero que por alguna razón quiere descubrir de nuevo, con rigurosas meadillas para dejar las cosas claras. Mide apenas dos palmos y parece de peluche, pero sus colmillos, todavía finos como agujas, ya los ejercita a conciencia, el cabroncete, en cuanta madera y cuero encuentra en las incursiones de comandos que lanza si le quitas la vista de encima. Adora roer cables de la luz y cordones de zapatos como si estuviera majareta. Cuando se siente inseguro en lo alto de la escalera gime lastimero, pero ayer ladró por primera vez con un ladrido minúsculo, agudo y bravo, cuando se cabreó porque nadie atendía sus demandas de juego. Ahora se llama como el hijo de Milady en Veinte años después, un nombre sonoro y temible que acentúa todavía más, por contraste, su aspecto de cachorro cuando duerme arropado en su manta o resbala, torpe, haciendo una insólita pirueta en el suelo. Pero cuando miro sus ojos grandes y oscuros se que de nuevo es él, y que ha vuelto.
   Pensaba en mi perro cuando vi pasar una fila de niños por la calle. Debían de tener cuatro o cinco años e iban cogidos de la mano, por parejas, quince o veinte bajo la vigilancia de tres profesoras que corrían de punta a punta de la fila, pastoreando como podían aquella tropa enfundada en anoraks multicolores, con pequeñas mochilas a la espalda. El espectáculo era muy divertido: como un grupo de locos bajitos, que es lo que puntualmente parecen los críos a esa edad, se movían tan pequeños y torpes como mi cachorrillo. De pronto los primeros se paraban y todos los que venían detrás chocaban unos con otros. Algunos gritaban, otros lloraban, a aquél le limpiaba los mocos una de las maestras; el de allá iba marcando muy serio el paso como si estuviera en un desfile, éste iba hablando solo, la rubita acababa de deshacerse el lazo del pelo, una pareja seguía andando cogida de la mano con aire muy responsable y el último se había sentado en un charco. Mientras tanto, uno acababa de darse a la fuga hacia el semáforo más próximo, corriendo como una bala, y una cuidadora corría despavorida a atraparlo antes de que un automóvil lo hiciera picadillo.
   Los estuve siguiendo un rato por disfrutar del espectáculo, hasta que, para alivio de las pobres maestras, la tropa fue puesta a buen recaudo en un autocar. Y recuerdo que, viéndolos irse, pensé en qué diablos les depararía el futuro. Cuántos de estos enanos chalados, me pregunté, serán con el tiempo guapos, feos, buenos y malos, triunfadores o fracasados, felices o no. Cuántos justificarán el hecho de su creación, engorde y supervivencia, y cuántos se convertirán en perfectos hijos de puta con quienes más hubiera valido que la maestra no llegara a tiempo al semáforo. En cualquier caso, asociando mi cachorro con aquella diminuta tropa, tuve una certeza: a esa edad no importa que seamos capaces de lo peor. No importan la infelicidad, el error, la muerte y la derrota. No importa que a menudo nos veamos atrapados en una broma de mal gusto diseñada por el azar o por un relojero cósmico desprovisto de sentimientos. A cada instante se pone a cero el contador, y el ser humano tiene un don maravilloso: la oportunidad de empezar, e intentarlo de nuevo.

ALGO QUE PERDER, Elías Moro

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ELÍAS MORO, Algo que perder, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015, 152 páginas.

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El poema es un fulgor que antes no existía.
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Ándate con ojo antes de hacerlo; porque según sean dichas, hay palabras que son capaces de romperte los dientes.
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El lugar del crimen es todo el mundo.
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Todo lo que se coge con alfileres deja siempre alguna gotita de sangre tras de sí.
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Me gustaría ser inmortal; aunque solo fuera por hoy.
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La barbarie tiene la inmensa desfachatez de ir engordando con la edad.
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Se acercó a la oficina de patentes y registró la Muerte a su nombre.
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Si das mucho tu brazo a torcer, lo más probable es que te lo acaben partiendo.
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Me miro en la limpieza de tus ojos y no me reconozco. Pero siempre me siento mejor.
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Mientras dormimos el mundo descansa de nosotros.
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Hoy me duele lo de siempre como nunca.

UN MUNDO DE MAMÁS FANTÁSTICAS

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MARTA GÓMEZ MATA & CARLA NAZARETH, Un mundo de mamás fantásticas, Comanegra, Barcelona, 2013, 64 páginas.

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Marta Gómez escribe estos veintisiete retratos sobre unas excepcionales madres de unos singulares hijos. Carla Nazareth da cuerpo con sus ilustraciones, desde a la madre de Sancho Panza, Einstein o el Lobo Feroz, hasta la del Rey Gaspar o Buster Keaton.
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MAMÁ DE FRIDA KAHLO

   La Mamá de Frida Kahlo apenas se atreve a mirar las radiografías nebulosas de la colunma vertebral quebrada de su hija. Prefiere cerrar los ojos y volver a ver a la niña que fue: morena, delgada, vivaracha e incansable, una niña con la que es imposible aburrirse. Cuando no hablaba de una amiga imaginaria que salía y entraba por las letras de una palabra, te regalaba una linda tablita de madera con su autorretrato o corría para ayudar a su padre con las cámaras fotográficas.
   ¡Cómo olvidar aquel torbellino, aquella alegría, aquella peonza llena de vida!
   La Mamá de Frida Kahlo bien sabe que la vida continúa. Su hija ahora tiene que pasar tiempo en la cama y a ella se le ha ocurrido colgar un espejo del techo para que, de esta manera, pueda dibujarse.Y por eso mismo, porque la vida no puede pararse, sigue rebuscando en los baúles. La ropa tradicional que a ella le encanta y... ¡ándale a preparar a Friducha sus platillos favoritos!

“PIES, PARA QUÉ LOS QUIERO...”)
Es lo que se dice Frida y añade: “… si tengo alas pá volar”. Y cierra los ojos y ve pies que se convierten en pequeños aviones que arrojan flores en cada esquina de Coyoacán. Ella no inventa, ella tan sólo cierra los ojos y pinta lo que ve: no son sueños, no son pesadillas, se llama realidad y la acompaña siempre. Y ahí están, sí, sus pies rotos, pero también las alas que le permiten volar.

LA CASA AZUL

   Frida regresa a La Casa Azul, como los pájaros que recuerdan su primer nido y buscan entre todos los árboles hasta encontrar el sitio exacto donde aprendieron a volar y fueron felices. La Casa Azul es ese nido, ese patio del recreo, esa finca de verano, aquel paseo, aquella playa, el diminuto punto en el mapa de una vida en el que se recogen todas las coordenadas de la felicidad. El lugar exacto en el que Frida se reconstruye y siente que por fin ha vuelto al lugar al que pertenecen, a su pequeña y verdadera patria.


A CUENTO DE NADA, Rafa Pons

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RAFA PONS, A cuento de nada, Frida Ediciones, Madrid, 2015, 134 páginas.

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LA QUIERO

   Supe que era para mí cuando se sonrojé al decir su nombre y presentarse. Su ternura me desarmé.
   Tan frágil y delicada y a la vez tan mujer. Quería poseerla, cuidarla, amarla, matar por ella. En fin, qué os voy a contar.
   Tendría apenas diecinueve años y enseguida salió de la habitación.
   —La quiero a ella —le dije a la madame.

GEOGRAFÍA MÁGICA, Ana Cristina Herreros

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ANA CRISTINA HERREROS, Geografía mágica, Siruela, Madrid, 2010, 180 páginas.

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Abre el prólogo a esta obra con una sentencia inequívoca: "Hubo un tiempo en que hombres y mujeres sentían la Tierra como si fuese un ser más, con vida propia". Carlos Arrojo aporta las bellas ilustraciones.
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LA LAGUNA DEL CARREGAL

   Se dice que en un lugar llamado Reirís, cerca de Santa Eugenia de Ri­beira, en La Coruña, había en tiempos muy remotos un palacio real, y en el palacio, un rey y su hija, la princesa. La princesa era amada por todos los súbditos del rey, su padre, porque, además de hermosa, era sabia y buena. Ayudaba en cuanto podía a la buena gente, repartiendo entre ellos los manjares que se cocinaban en la cocina de palacio, curando a los enfermos y enseñando a los niños cuentos y cuentas.
   Un año el invierno fue tan frío que la princesa no daba abasto a soco­rrer a los necesitados. Un día de hielo en el suelo y niebla en el cielo, llegó al palacio un hombre con extrañas vestiduras. Bien se veía que no era de allí. Venía aterido, así que en cuanto la princesa lo vio a la puer­ta del palacio, lo invitó a entrar para que se calentase en el fuego de la gran chimenea del salón. Luego le dio de comer un caldo bien caliente y una copa de rojo vino, y le regaló un ropón de su padre para que se abrigase cuando prosiguiese el camino.
   El extranjero se enamoró de la bondad y de la belleza de la princesa y le pidió que se casase con él.
   Pero la princesa no amaba al extranjero como para casarse con él, así que, amablemente, le dijo que no.
   —¡Os arrepentiréis! —exclamó él, enfadadísimo por la negativa, y levan­tando una mano lanzó un encanto.
   En ese momento empezó a temblar la tierra y el palacio a moverse como un frágil árbol que agita el viento. Las casas de los súbditos que se apiñaban alrededor del palacio comenzaron a desmoronarse, y de las fuentes arrancadas de cuajo manaron chorros de agua que corrían por las calles empedradas como si éstas se hubiesen vuelto cauces de ríos.
   En medio del cataclismo, el rey ensilló su caballo y, montando en él con su hija detrás, emprendió la huida. No se habían alejado mucho del cas­tillo cuando vieron en la cima de un monte próximo al pueblo al encan­tador contemplando su obra de destrucción. El rey picó espuelas y, con la espada desenvainada, se lanzó al galope para asestar un golpe mortal a aquel pérfido mago que así acababa con su pueblo. Pero en cuanto lo vio venir, el encantador se transformó en toro para poder huir mejor. El rey lo fue acorralando hasta que lo condujo a la ciudad ya medio sumergida. Cuando al toro le cubría el agua casi todas las patas, la princesa se quitó todas sus joyas y lanzándolas al agua gritó:
   —Ayuda os pido, mis hadas, que encantéis vosotras a este encantador para que no pueda salir de las profundas aguas que ha causado y pene para siempre en el fondo de la laguna.
   El toro, paralizado por el encanto, fue sumergiéndose más y más en las aguas hasta que, bramando de miedo, se hundió para siempre en ellas.
   El rey, la princesa y la gente del lugar que se había salvado abando­naron la ciudad sumergida y se establecieron a orillas de la laguna fun­dando un nuevo pueblo. Y dicen sus descendientes que algunos días se puede oír el bramido de un toro e incluso, si hay niebla, se puede ver, si se mira bien, la habitualmente tranquila superficie de la laguna bor­boteando como si hubiese un animal poderoso respirando bajo el agua.


ARQUITECTURA O SUEÑO, Rubén Martín Díaz

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RUBÉN MARTÍN DÍAZArquitectura o sueño, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015, 80 páginas.

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UNIVERSO

   Un grano de arena no es solo un grano de arena, es el viento que lo arrastra, el lugar donde se posa, el ojo que lo ve correr. Pero, además, es también los siglos que lo integran, el hecho que lo fue formando, la idea de su inicio, el pasado que es presente y el futuro progresivo. Un grano de arena es en sí mismo un universo, y en ese piélago se intuyen infinitas las configuraciones. Se dirá, por tanto, que cada pieza del puzle de la vida alude al concepto ilimitado de su ser, y que la unión no se halla solo en la unidad sino también en cada una de las partes que conforman un todo desmembrado.

LA CAÍDA, Diogo Mainardi

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DIOGO MAINARDI, La caída. Memorias de un padre en 424 pasos, Anagrama, Barcelona, 2015, 176 páginas.

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Con cada uno de sus fragmentos, Mainardi acompaña los pasos que su hijo Tito, afectado por  parálisis cerebral, logrará ir dando poco a poco: frente a la caída, la literatura; la palabra desgarrada  de un padre con la que ir abriendo, trenzando para su hijo, la emoción de un camino que recorren juntos.

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   El miedo duró una semana. 
   Luego desapareció.
   El motivo por el que desapareció en tan sólo una semana fue una caída. 
   Tito estaba en mi regazo. Yo leía el diario en el sofá del salón. Mi mujer, que caminaba apresuradamente de aquí para allá, tropezó con la alfombra y se cayó de bruces justo delante de nosotros. Al verla caer, Tito soltó una carcajada. Fingimos otras caídas. Tito se desternilló de risa. Nosotros nos desternillamos con él.
   La parálisis cerebral de Tito se convirtió al instante en algo más familiar. Las payasadas eran un lenguaje que todos comprendíamos.
   Tito se cae. Mi mujer se cae. Yo me caigo.
   Lo que nos une —lo que siempre nos unirá— es la caída.

SIN MANOS Y OTRAS PROEZAS DE LA INFANCIA, Raúl Jiménez & Rodrigo García

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RAÚL JIMÉNEZ & RODRIGO GARCÍA, Sin manos y otras proezas de la infancia, Bang Ediciones, Barcelona, 2015, 150 páginas.

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Rodrigo García Llorca ilustra las greguerías y los microrrelatos que idea Raúl Jiménez siempre con una inventiva hilarante que comienza ya por los retratos de los autores que ocupan una de las solapas. Un análisis del mundo de la infancia atravesado por la ironía y una cáustica desmitificación.
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   —Es normal —dijo el pediatra—. Le están saliendo los dientes. El pobre se alivia así. Cómpren­le un mordedor.
   —¿Un mordedor? Ni que fuera un perro —dijo mi marido, cuando ya en casa le recordé la su­gerencia del médico—. Lo que haremos será enseñarle. Es lo que se hace con los niños, ¿no?, enseñarles cosas. Pues bien, lo primero que va a aprender es que no se muerde.
   —Y ¿cómo piensas hacerlo? —le pregunté.
   —Bueno, ya sabes, ¡hablando! Parece que no, pero lo entiende todo perfectamente. Sobra decir que aquello no funcionó. Nuestro hijo continuó lanzando sus mordiscos a todos cuantos se le pusieron a tiro.
   En una ocasión, mordió a un niño en el parque, y cuando la madre del pequeño se acercó para pedir explicaciones, también la mordió a ella.
   A partir de aquello, la gente empezó a llamar a nuestro hijo el niño vampiro. Colaboró en la fama de este apodo el que nuestro bebé tuviera una piel casi transparente, y que en lugar de llorar y patalear al enfadarse, soltase un graznido largo y agudo, que recordaba al chillido de los murciélagos.
   Por lo demás, era un bebé completamente normal. Como todos los otros críos, volaba con cierta dificultad y, de vez en cuando, se daba un cabezazo contra la lámpara.



La cafetera es la más triste de las locomotoras.
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El cisne es un pato que se hace preguntas.

DIARIO 1887-1910, Jules Renard

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JULES RENARD, Diario 1887-1910, Debolsillo, Barcelona, 2009, 304 páginas.

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Leo novela tras novela, me atiborro, me empacho, me indigesto, a fin de asquearme de sus trivialidades, de sus repeticiones, de sus artificios, de sus convencionalismos, y poder hacer algo diferente.
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Para el ojo lúcido, la modestia no es más que una forma, más visible, de la vanidad.
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Mi pueblo es el centro del mundo, porque el centro del mundo está en todas partes.
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Entérate de que no habrás progresado realmente hasta que hayas perdido el deseo de demostrar que tienes talento.
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Los objetos de recuerdo, y hasta las fotografías, ¿para qué? Es dulce que las cosas también mueran, como los hombres.
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Junto a una mujer, inmediatamente siento ese placer un poco melancólico que se tiene en los puentes al mirar fluir el agua.
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La palabra más verdadera, la más exacta, la más llena de sentido es la palabra "nada".
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Declaro que siento una atracción súbita y apasionada por las barricadas. Declaro que la palabra Justicia es la más bella del lenguaje humano, y que si los hombres ya no la entienden, es para echarse a llorar.
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El que más nos quiere y nos admira es también el que menos nos conoce.
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La patria es todos los paseos que puedas dar a pie alrededor de tu pueblo.

NO AMANECE EL CANTOR, José Ángel Valente

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JOSÉ ÁNGEL VALENTE, No amanece el cantor, Tusquets, Barcelona, 1992, 122 páginas.

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Un hombre lleva las cenizas de un muerto en su pequeño atadijo bajo el brazo. Llueve. No hay nadie. Anda como si pudiera llevar su paquete a algún destino. Se ve andar. Se ve en una paramera sin fin. Al término, el ingreso devorador lo aguarda del ciego laberinto.

POEMAS PARA UN INSTANTE, Fernando Sánchez Mayo

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FERNANDO SÁNCHEZ MAYOPoemas para un instante (100 haikus para entretenerse), Depapel, Córdoba, 2010, 118 páginas.

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Por entre el mármol
una mano se posa
y se detiene.

OSCURA LUCIDEZ, Mario Pérez Antolín

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MARIO PÉREZ ANTOLÍN, Oscura lucidez, Baile del Sol, Tegueste, 2015.

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Infrautiliza la libertad aquel que se conforma con no ser oprimido para ser libre. En cambio, expande la libertad el que la sacrifica para defender que, incluso el que no la merece, la tenga.
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El insistente empuje de las olas hace retroceder la adamantina resistencia de los cantiles. La blandura abarcadora que se mueve gana la partida a la rigidez craneal que emerge. La erosión es un tenso contacto entre la brutalidad y su desmoronamiento.
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¿Qué somos? Unos pocos aconteceres que se dejan atrapar por la atención de unos pocos observadores. Tan solo eso, y quizá ni eso.
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Esa humilde florecilla que aguanta las sacudidas del viento y los rayos inclementes del sol, aunque te parezca débil por carecer de envoltura, aunque semeje un rutilante chispazo de simpleza, aunque represente a la más elemental de las criaturas, ahí donde la ves, contiene una dádiva tan excelsa que podría, con su germen, colonizar la corteza estéril de un planeta gélido.
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Sentimos admiración por unas creaciones que nos acomplejan. El orgullo, por ejemplo, de haber fabricado la calculadora, y la consiguiente decepción de no ser capaces de calcular como ella.
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Ciertas desgracias son tan inconsolables e inexpresables que ni las palabras de aliento confortan, ni las lágrimas más compungidas desahogan. Ante tales mazazos del destino, solo cabe, como Níobe, transformarse en roca y mineralizar el alma.
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¿Quién en un arrebato no ha demostrado alguna vez bravura?, pero no diremos, por ello, que sea un valiente. La virtud se desvirtúa si no se asienta sobre la perseverancia y la cogitación.

LA NIÑA DEL MALABARISTA, José Manuel Brito

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JOSÉ MANUEL BRITO, La niña del malabarista y otros relatos, Baile del Sol, Tegueste, 2008, 146 páginas.

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CERTEZAS

   Sabía que aquel no era su fusil y que la llave con que acababa de prender el motor no era el de su jeep; que el broncoespasmo nervioso del escape que irrumpió en sus oídos y en el silencio del campo de batalla -único superviviente-, ni siquiera la dureza inoportuna del volante, correspondían al suyo... Pero, a punto ya de poner la primera marcha, también supo que no podía perder ni un segundo más formulándose certezas tan insensatas. Esta vez Fidípides estaba convencido de que no desfallecería tras comunicar la buena nueva de su victoria.

LA LENGUA O EL ESPEJO, Eliana Dukelsky

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ELIANA DUKELSKY, La lengua o el espejo, Cuadernos del Vigía, Granada, 2015, 64 páginas.

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Esta certera colección de aforismos resultó merecedora del II Premio Internacional de Aforismos José Bergamín.

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A veces al pensamiento se le atraganta una cotorra.
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Hay historias amorosas que resultan brillantes tomas falsas.
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Ojalá existieran casas de música que afinaran a las personas.
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Algunos pueblan su identidad de forma espontánea; otros minuciosamente, como se decoran los espacios de una casa; y siempre hay quienes se pasan la vida despoblándola.
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El colmo del espejo: ser perfecto incluso en la dosificación de la imperfección.
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Nos encerramos para que el daño no venga de afuera, o no se escape de adentro.
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El disfraz es más pesado que la carga que se quiere ocultar.
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Haciendo el amor cerramos los interrogantes, uno a uno, como las piezas de un laberinto.
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Curioso lo que uno sabe gracias al olvido.

HYPERIA, José Luis Zárate

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JOSÉ LUIS ZÁRATE, Hyperia, Lectorum, México D.F., 1999, 156 páginas.

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ELOÍSA

   Eloísa miró sus manos y las líneas de su vida, quiso que ahí estuviera impreso el nombre de alguien que la alejara de su madre y de su abuela, de las duras obligaciones del cariño. Pero no había más que la certeza de que hoy, como ayer, debía verlas y soportar todas sus manías cotidianas y saber que su vida estaba pasando sin que nadie —ella, sobre todo— la aprovechara. Las dos mujeres mayores se la pasaban cuidándola de una eventual caída que Eloísa sabía dulce y cálida, dándole raciones de una amargura que nada tenía que ver con ella, víctima de pecados que nunca cometió. Día tras día el espejo mostraba cómo iba pareciéndose cada vez más a esas dos mujeres, como si fueran un par de vampiros dulces que quisieran transformarla hasta que ella también viera esa casa con jardín bien cuidado como el único lugar seguro del mundo, un ataúd adornado con carpetitas tejidas en la soledad, fuera del tiempo libre del mal, de los sexos masculinos que la buscaban, de esa malignidad que su madre y su abuela habían probado en el ayer, luz brillante que aún las quemaba. Eloísa entró a esa casa queriendo tener algún secreto. El perico la vio con inmensos ojos negros y ella tuvo la terrible sensación de que se había vuelto transparente. Había una nota en la cocina: fuimos por alpiste para Pepe, no tardamos. Diez, quince minutos de libertad para mirarse las manos y no ver más en ellas que el futuro reiterativo y hueco de su casa. Porque, es necesario decirlo, esas mujeres la habían transformado, sus miedos eran parte integral de su cuerpo, no en balde sentía asco de sólo pensar que un hombre la tocaba en forma intima, miraba envidiosa a sus compañeras y a sus novios pero sabía con toda la certeza de la desesperación que ella nunca podría librarse lo suficiente de su propia persona para permitir que alguien la besara. Nunca odió, era pecado, pero de pronto su boca se llenó de un sabor amargo que necesitaba escupir a la cara de alguien. Sintió como si de afuera, del otro lado de la calle, algo la fuera llenando de una furia densa y pesada, un río oscuro que la colmaba, desbordándola, sus cuidadas uñas de secretaria dejaron un camino en la madera de la mesa. Su madre y su abuela abrían en ese instante la puertita del jardín y ella quiso herirlas de una manera terrible. En cuanto entraron a la casa las mujeres se le quedaron viendo, los ojos desorbitados, y ella observó cómo se fueron poniendo pálidas, mientras sus manos secas cubrían sus labios arrugados, horrorizadas. Eloísa quiso gritarles que las odiaba y que su refugio contra el mal era maligno en sí, y que iba a dejarlas en ese preciso instante y tantas cosas más, pero de sus labios no salió una sola palabra sino, simplemente, un montón de plumas verdes, deshechas y ensangrentadas.

ARDEN LAS PÉRDIDAS, Antonio Gamoneda

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ANTONIO GAMONEDA, Arden las pérdidas, Tusquets, Barcelona, 2003, 128 páginas.

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Puse mis manos en un rostro y las retiré heridas por el amor.
Ahora,

el olvido acaricia mis manos.