LIBRO DE LOS MONSTRUOS ESPAÑOLES, Ana Cristina Herreros

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ANA CRISTINA HERREROS, Libro de los monstruos españoles, Siruela, Madrid, 2008, 248 páginas.

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   En Nuestros monstruos... (pp. 11-17), Ana Cristina Herreros recuerda la necesidad de evitar la desaparición del hombre del saco, el Nubeiro o el lobishome, "sustituidos por los monstruos fabricados por multinacionales del ocio y del consumo". El autor de las ilustraciones es Jesús Gabán.
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EL PESCADOR Y LA SERENA

Asturias

   Érase que se era un pescador de caña que todos los días iba a pescar a la mar. Y un día pescó a la Serena. Y le dijo ella:
   —Ya que me pescaste, voy a decirte lo que has de hacer conmigo: córtame en ocho cachos iguales, dos cachos se los das a comer a la tu mujer; dos, a la yegua; dos, a la perra, y los otros dos plántalos en la huerta, debajo del naranju.
   El pescador hizo lo que le mandó la Serena. Y a su tiempo, la perra parió dos perros; la mujer, dos niños, y la yegua, dos potros. Y debajo del naran­jal aparecieron dos lanzas.
   Los niños eran completamente iguales; no se distinguían uno de otro, y lo mismo ocurrió con los perros, los potros y las lanzas.
   A un niño lo bautizaron con el nombre de Juan, y al otro, con el de An­tonio. Y cuando cumplieron veinte años dijo Juan a su padre:
   —Si usted me da permiso, me voy a correr tierras; quiero salir de este pue­blo para ver mundo.
   Y el padre le dijo:
   —Aquí tienes tu caballo, tu lanza y tu perro; ve a correr tierras, y que Dios te ayude.
   Y con esto marchó. Y llegó a una ciudad, y se puso a pasear por las calles. Y le vio una princesa desde el balcón de su palacio y se enamoró de él. Y enton­ces mandó a un criado que fuera a averiguar quién era aquel joven que se pa­seaba por las calles, montado a caballo, armado de lanza y seguido de un perro.
   El criado de la princesa fue al mesón donde se hospedaba Juan y pidió in­formes al mesonero. Y el mesonero le dijo que no le conocía.
   A los pocos días celebráronse fiestas en aquella ciudad, y Juan tomó par­te en ellas y venció a todos los caballeros. Entonces la princesa averiguó quién era aquel joven tan valiente y se casó con él.
   Y un día, Juan y la princesa, su mujer, fueron a cazar; y desde lo alto de un monte divisaron un palacio muy grande. Y dijo Juan:
   —¿Qué palacio es aquél?
   Y dijo la princesa:
   —Es el palacio de los encantos; el que entra allí no sale nunca.
   Al día siguiente montó Juan a caballo y, sin decir nada a nadie, fue al palacio de los encantos, y salió a recibirle una señorita muy guapa, y le mandó entrar, y en cuanto entró quedó encantado, con su caballo, su lanza y su perro.
   Y en ese instante la lanza de su hermano Antonio se cubrió de herrum­bre. Y cuando la lanza de uno de los hermanos se oxidaba era señal de que el otro estaba en peligro. Y así que Antonio vio la señal de su lanza, pidió permiso a su padre para ir a ver lo que le había sucedido a su hermano.
   Y su padre le dijo:
   —Toma tu caballo, tu lanza y tu perro y corre en auxilio de tu hermano Juan.
   Antonio llegó a casa de su hermano, y como no se distinguían uno de otro, la princesa creyó que era su marido, y le dijo:
   —¿Cómo te marchaste de casa sin decirme nada? ¿Dónde has estado estos días?
  —Fui a correr tierra; pero ahora no me preguntes más, porque tengo que volver a marchar; mañana hablaremos.
   Y Antonio llegó al palacio de los encantos y salió a recibirle la señorita que había recibido a su hermano, y la cogió por un brazo y le dijo:
   —Si no me dices cómo se rompe este encanto, ahora mismo te mato.
   Y le dijo la señorita:
   —Ties que ir a la cueva de los encantos a matar una paloma blanca que hay allí. Y después de muerta, le sacas un huevu del cuerpo y lo traes. Y las puertas de este palaciu se abrirán solas. Entonces entra sin miedo y sigue adelante. En un salón encontrarás un gigante durmiendo; le tiras el huevu a la frente, y entonces rómpese el encantu. Pero ten cuidado, porque allí corre peligro la tu vida.
   Antonio fue a la cueva de los encantos y le salieron al encuentro dos gi­gantes.
   A uno lo mató con su lanza y al otro lo despedazó su perro. En seguida mató la paloma blanca y le sacó el huevo del cuerpo. Después fue al palacio y lo estrelló contra la frente del gigante.
   Y en aquel momento rompiose el encanto y apareció Juan con su caba­llo, su lanza y su perro. Y detrás de Juan venían los príncipes y las princesas que habían salido de su encantamiento. Allí no quedó ningún encantado.
   Y Antonio se casó con una de aquellas princesas. Y yo víneme y dejelos allá a todos.


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