REFLEXIONES DEL SEÑOR Z

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H. M. ENZENSBERGER, Reflexiones del señor Z, Anagrama, Barcelona, 2015,152 páginas.

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Estas 259 Reflexiones del señor Z o migajas que dejaba caer, recogidas por sus oyentes oscilan entre la breve narración o ejemplo, el microensayo y el tono aforístico.

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Z. calificaba la invención de la máquina de afeitar de auténtica bendición. Según él, evitaba a los hastiados de retocarse la barba día tras día el impulso de poner fin a la rutina matutina haciendo uso de la tentadora navaja. A propósito de ello, le venía a la cabeza Adalbert Stifter, quien un buen día se cortó la garganta porque estaba hasta la coronilla de los idilios campestres que había compuesto.
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Sobre la educaci6n, Z. se expresaba con desprecio. Como legítima defensa contra los niños podía tener su justificación, pero su inconveniente era que los adultos se creían más listos que sus hijos. Eso constituía un grave error, en el que sin embargo caían casi todos los padres y profesores de escuela y universidad. A este respecto, se consolaba con una frase del historiador de la ciencia Otto Neugebauer, que al parecer afirmó que no existe ningún sistema pedagógico conocido por la humanidad capaz de malograr el entusiasmo de todos los niños.
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«¿A qué se debe que la estupidez sea invencible?», se preguntó Z. «Su génesis es un enigma para la biolo­gía evolutiva. Sus efectos devastadores saltan a la vista, pero ¿por qué la selección natural no ha hecho que se extinga, si tantos males provoca? La única explicación es que también conlleva ventajas para la supervivencia. Hay innumerables situaciones en las que la capacidad de hacerse el tonto resulta de lo más útil. Un ejemplo clásico nos lo ofrece Las aventuras del buen soldado Svejk, la genial novela de Jaroslav Hasek, que demues­tra que el límite entre la auténtica estupidez del tonto de remate, de baba o del bote, y una astucia bien disimulada es mis difícil de trazar de lo que presuponen los sabelotodos.»

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