BREVIARIO NEGRO, Ángel Olgoso

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ÁNGEL OLGOSO, Breviario negroMenoscuarto, Palencia, 2015, 160 páginas.

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LA TÉCNICA DE SOÑAR MONSTRUOS
A Alfonso Cost

   A fuerza de soñar un monstruo, el monstruo nace. Cuando era muy pequeño tenía siempre la misma pesadilla: algo, amenazador y espeluznante, vivía agazapado en el fondo del pajar, bajo la vieja azotea. Yo salía de mi dormitorio en la planta de arriba y descubría, en su corredor en penumbra, la puerta entornada que daba al pajar vacío, cavernoso. Con el pánico ya en las entrañas, intentaba cerrarla desesperadamente pero notaba que mi gesto me delataba, que su olfato me advertía. Entonces huía, volaba escaleras abajo con eso persiguiéndome resollante, mugidor. Sentía la rémora de mis piernas y creía que el voraz inquilino me alcanzaba, me apresaba, me hendía, me desollaba. Carecía de atributos concretos. Era una sombra veloz y exacerbada, un toro, una gigantesca araña, un cárabo nocturno de ojos desorbitados. Podía tener cuernos, cerdas erizadas, pico o garras. Los miembros me latían como corazones, el corazón me hormigueaba, ululaba el aire en mis diminutas fosas nasales. Resbalando sobre los jugos negros y pegajosos de los escalones, respirando su hedor a fango fluvial, llegaba jadeante al pasillo iluminado de la planta de abajo y sabía que por fin estaba a salvo. Siempre el mismo sueño, una noche y otra noche, reiterado, inextinguible.
   Un buen día, cuando tuve uso de razón, lo vi frente a mí en el comedor. Había cruzado la frontera, había nacido, arrancado de la oscuridad, de la incesante digestión de los sueños. Estaba ahí, en una silla, de manera tangible, perfecta, con su ahora sólida presencia transferida a este orbe y ocupando el aire, estableciéndose sin miramientos en mi hogar. Temblé al reconocerlo. Él me observó con atroz indiferencia. Pero también supe que ni a los monstruos les conviene estar solos. Desde entonces no volvió a repetirse la pesadilla y, para dormir, cuento ovejas que saltan ordenadamente la cerca. Desde entonces aquel monstruo vive conmigo y, para dormir descuidado, hasta le puse nombre: Padre.

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