ME ACUERDOS, Emilio Pedro Gómez

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EMILIO PEDRO GÓMEZ, Me acuerdos, Huerga y Fierro, Madrid, 2000, 154 páginas.

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"Ahí radicaba la lección, en la sospecha de que la realidad, después de todo, también podía tener un cajón secreto, un segundo sentido, que no todo estaba dado de una vez y para siempre": Agustín Sánchez Vidal subraya en el prólogo la importancia de registrar todas aquellas epifanías que incluso antes de advertidas tienden ya a perderse; la pertinencia de unas páginas como las de Emilio Pedro Gómez que supongan "el mejor bálsamo contra el olvido".

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Me acuerdo de que todas las capitales de Europa estaban muchísimo más lejos.
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Me acuerdo de una frase habitual que solía impactar en el orgullo o despertar el pánico: "Usted no sabe con quién está hablando".
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Me acuerdo de las rayas de nieve de los primeros televisores que llegaron a Astorga.
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Me acuerdo de los delicados abanicos que salían de los afilalápices.
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Me acuerdo de la calidad de las mandarinas, con pepitas, y un sabor a lima roja que han perdido.
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Me acuerdo de cuando en vez de niños éramos futuros hombres de provecho.
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Me acuerdo de que tardé varios años en mirar detenidamente a la luna. Su claridad estaba vedada a los niños. Nos acostaban antes de que naciera. Nos levantaban cuando ya se había ido.
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Me acuerdo del olor a lápices y estuches de madera. Marcaban las fronteras de nuestro territorio escolar.
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Me acuerdo de que estrenar el primer pantalón largo significaba ascender un grado en los escalafones de la tribu.

MENUDAS HISTORIAS DE LA HISTORIA, Nieves Concostrina

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NIEVES CONCOSTRINA, Menudas historias de la Historia, La Esfera de los Libros, Madrid, 2009, 454 páginas.

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Subtitulado Anécdotas, despropósitos, algaradas y mamarrachadas de la humanidad, está dividido en diversas secciones (Señor, Señor...qué cruz, A vueltas con el arte, Algaradas, Amor, amoríos y chanchullos...). En todas, el lector agradecerá el refrescante enfoque humorístico.

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EL REGRESO DE VICTORIA KENT

   A Victoria Kent se le pueden reprochar algunas cosas, pero hay muchas más que reconocerle. Fue la primera mujer que ejerció la abogacía en España, la primera que puso las cárceles en orden desde su puesto de directora general de Prisiones y también la primera en meter la pata en contra de que las mujeres pudieran ejercer el derecho al voto en la Segunda República. Fue el 11 de octubre de 1977 cuando Victoria Kent regresó a España tras un exilio de cuarenta años. Si hubiera llegado sólo cuatro meses antes, hubiera podido votar en las elecciones parlamen­tarias donde los españoles, y las españolas, dieron el triunfo a la ahora extinta y enterrada UCD. Victoria Kent estuvo sólo un rato en España antes de regresar a Estados Unidos; pero tuvo suficiente tiempo de ver que a este país, como dijo Alfonso Guerra, ya no lo conocía ni la ma­dre que lo parió.
   Ya se han cumplido siete décadas desde que las Cortes aprobaran el sufragio universal en España, un derecho que salió adelante gracias al demoledor discurso de Clara Campoamor, diputada por el Partido Radical, en la réplica a su compañera del Partido Radical Socialista Victoria Kent, empeñada en que las mujeres no tenían suficiente cabeza para saber qué votar. Pero esto no se lo creía ni ella. Su verdadero pánico estaba en que las españolas, engullidas por el espíritu católico, si se les daba el derecho a votar lo hicieran a la derecha.Victoria Kent prefirió renunciar a su ideal feminista y tragar bilis antes que ver gobernando a los conservadores.
   Sería injusto recordar a Victoria Kent sólo por su empecinamiento contra el voto femenino, porque tuvo que ser ella, una mujer, la que aplicara con mano de hierro la reforma carcelaria española. Cerró ciento quince centros penitenciarios que mantenían condiciones infrahuma­nas; suprimió las celdas de castigo; mejoró la alimentación de los pre­sos y asumió el famoso axioma expresado por la reformadora social Concepción Arenal: «Odia el delito y compadece al deincuente».Vic­toria Kent lo hizo tan bien, que desde que ella ocupó el cargo sólo en dos ocasiones más los gobernantes se han atrevido a nombrar a otra mujer responsable de Instituciones penitenciarias. Por si las arreglaban del todo. Son Paz Fernández Felgueroso y Mercedes Gallizo.
   Victoria Kent acabó muriendo en Nueva York en 1987, con noventa años, y ahora sus restos incinerados descansan en la ciudad de Redding, en Connecticut (Estados Unidos). Entre sus cenizas seguro que hay una espinita que se llevó clavada por haber rechazado, en con­tra de sus ideales, el sufragio universal.

CUENTOS DE UN MINUTO, Orlando Romano

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ORLANDO ROMANO, Cuentos de un minuto, CADDAN, Buenos Aires, 1999, 70 páginas.

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EL SABIO IGNORANTE

   Aquella mañana, tan pronto como despertó, el muchacho empezó a reír y a vaciarse de ideas. Vivió, envejeció y murió jocosamente, sin recobrar la lucidez.
   Los sabios del lugar le llamaban maestro.

EL MIRADOR DE RILKE, Carlos Rodrigo

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CARLOS RODRIGO, El mirador de Rilke, Editorial Amarante, Salamanca, 2015, 298 páginas.

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EL SUEÑO DE COCTEAU

   Tras una dura jornada buscando el tiempo perdido, Cocteau no logró dormirse, preso de los nervios, más que un instante. Durante ese momento logró leerse las Obras Completas de Marcel Proust edición Galimard, serie oro tapa dura, por aquello bien sabido de que, mientras se sueña, el tiempo es relativo. Una vez despierto, y ya aliviado gracias a lo que había avanzado en su trabajo mientras dormía, ultimó el prólogo del vate francés y de su magna obra en los que llevaba enfrascado varios meses. Tras el punto y final se zampó, como no podía ser de otro modo, una bolsa de magdalenas, y se acostó. Durmió catorce horas del tirón, y no consta en sus memorias que durante ese tiempo hiciera o soñara cosa o cuestión alguna de relevancia.

BREVIARIO NEGRO, Ángel Olgoso

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ÁNGEL OLGOSO, Breviario negroMenoscuarto, Palencia, 2015, 160 páginas.

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LA TÉCNICA DE SOÑAR MONSTRUOS
A Alfonso Cost

   A fuerza de soñar un monstruo, el monstruo nace. Cuando era muy pequeño tenía siempre la misma pesadilla: algo, amenazador y espeluznante, vivía agazapado en el fondo del pajar, bajo la vieja azotea. Yo salía de mi dormitorio en la planta de arriba y descubría, en su corredor en penumbra, la puerta entornada que daba al pajar vacío, cavernoso. Con el pánico ya en las entrañas, intentaba cerrarla desesperadamente pero notaba que mi gesto me delataba, que su olfato me advertía. Entonces huía, volaba escaleras abajo con eso persiguiéndome resollante, mugidor. Sentía la rémora de mis piernas y creía que el voraz inquilino me alcanzaba, me apresaba, me hendía, me desollaba. Carecía de atributos concretos. Era una sombra veloz y exacerbada, un toro, una gigantesca araña, un cárabo nocturno de ojos desorbitados. Podía tener cuernos, cerdas erizadas, pico o garras. Los miembros me latían como corazones, el corazón me hormigueaba, ululaba el aire en mis diminutas fosas nasales. Resbalando sobre los jugos negros y pegajosos de los escalones, respirando su hedor a fango fluvial, llegaba jadeante al pasillo iluminado de la planta de abajo y sabía que por fin estaba a salvo. Siempre el mismo sueño, una noche y otra noche, reiterado, inextinguible.
   Un buen día, cuando tuve uso de razón, lo vi frente a mí en el comedor. Había cruzado la frontera, había nacido, arrancado de la oscuridad, de la incesante digestión de los sueños. Estaba ahí, en una silla, de manera tangible, perfecta, con su ahora sólida presencia transferida a este orbe y ocupando el aire, estableciéndose sin miramientos en mi hogar. Temblé al reconocerlo. Él me observó con atroz indiferencia. Pero también supe que ni a los monstruos les conviene estar solos. Desde entonces no volvió a repetirse la pesadilla y, para dormir, cuento ovejas que saltan ordenadamente la cerca. Desde entonces aquel monstruo vive conmigo y, para dormir descuidado, hasta le puse nombre: Padre.

TOTUM REVOLUTUM, Cristina Barro

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CRISTINA BARRIO, Totum revolutum, Autoeditado, 2014, 72 páginas.


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Dividido en dos partes, Revoltijo contiene microrrelatos en castellano; en Rebumbio, sólo podría ser elegida la lengua gallega. 
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DOMESTICACIÓN

   Lo nuestro fue un amor a primera. Cuando más nos conocimos, supe que estaba hecho para mí, juguetón, simpático. Una monada.
   Los primeros tiempos fueron estupendos, revolcones, caricias y fiestas continuas.
   Poco a poco, la cosa se empezó a torcer, se puso muy mandón. Ahora toca salir, ahora volver a casa, no toques esto, no juegues con aquello. Tuve que sacar el carácter. Unos cuantos gruñidos y un par de mordiscos ligeros y ya fue pillando cómo tiene que ir nuestra relación.
   En cuanto me pongo delante de la puerta toca paseo, yo voy delante tirando de él para que sepa a dónde me apetece ir, ya sabe cuál es mi lado favorito del sofá y el pienso que me gusta.
   Ahora si que estamos estrechando lazos. No hay como domesticar bien a un amo para ser un perro feliz.

PIENSA BIEN Y ACERTARÁS, Antonio Barnés Vázquez

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ANTONIO BARNÉS VÁZQUEZ, Piensa bien y acertarás, Biblioteca Online, 2012.

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Toda persona es respetable, toda idea es discutible.
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La sociedad tecnolátrica sustituiría de buena gana a los profesores por robots.
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Don Quijote se diferencia del común de los mortales en que reconoce sin tapujos que se cree lo que lee.
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Sustituyen los diez mandamientos por una montaña asfixiante de decretos.
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Un bebé con tres orejas es la excepción que confirma la regla. El posmoderno, sin embargo, razona así: la excepción es la regla, deberíamos tener tres orejas. Es el culto a la diferencia.
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Una de las ventajas de los animales de compañía es que no te llevan la contraria.

LA MUERTE JUEGA A LOS DADOS, Clara Obligado

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CLARA OBLIGADO, La muerte juega a los dados, Páginas de Espuma, Madrid, 2015, 232 páginas.

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LA SANGRE
Para Andrés Neuman

   En el principio un viento sopló sobre la tierra y el verbo se hizo sangre, savia en las plantas, rojo hemoglobina en los peces, el aparato circulatorio y su complejo tejido, la vida pujando hasta salir del agua para ascender a la violencia de los mamíferos, a este Adán ya nada mitológico que agoniza con un tiro en la sien y sus miles de millones de hematíes locos, neutrófilos alerta, trombocitos que intentan reparar el desastre de capilares rotos, el sistema de coagulación en estado de urgencia, un líquido que emerge por el orificio, el agujero de la bala que obliga a la sangre a detener esa alegría de río eterno, de gema victoriosa y convertirse en barro coagulado viscoso que fluye por venas y arterias, emerge en una catarata de maravillas fisiológicas, se hace costra para cerrar la boca de la herida, retrotrae ese perpetuo sistema pulsátil que contradice las teorías de Newton y mana libre hasta manchar la roja alfombra persa de una biblioteca en Buenos Aires, los apretados arabescos anudados por alguna mujer descalza incapaz de soñar el destino de esos dibujos que ahora recogen el líquido que mana del agujero en la sien, una nómade nacida cien años atrás que no podía concebir a ese hombre tendido como si nadara, una artesana que entregó su obra a los mercaderes para que la subieran a lomos de un camello en esa larga caravana que atravesó el desierto superando días de sed y repostó, por fin, en una ciudad hecha de barro donde la alfombra fue izada a un carro arrastrado por bueyes que aguijoneaba un anciano, a un tren y a un barco inmenso donde brazos tatuados de porteadores con la piel tatuada la cargarían sobre sus violentas espaldas para llevarla hasta una tienda en el centro de Londres y allí sería exhibida ante las miradas atónitas de los tasadores, de los marchantes para que, en un remate, sin sopesar siquiera en el precio, una mujer muy hermosa con mirada triste, una extranjera riquísima de pelo color azafrán con la mano alzada entre la multitud nerviosa, guante blanco de cabritilla dijera yo, yo, aquí, y pagaría una fortuna que hubiera servido, quizá, para alimentar a todo un pueblo de nómades durante años, y la mujer hermosa ordenaría que se la enviaran directamente al barco donde silenciosos criados de un lejano país la desplegaran blandamente sobre el suelo lustrado de una biblioteca y el intrincado dibujo luciría suntuoso y útil para cumplir con su destino de silenciar los pasos y aplacar el violento derrumbe de un hombre vestido con un elegante frac recién estrenado en la ópera, el cuerpo tendido como si nadara, el revólver antiguo con empuñadura de marfil junto a su mano, el cañón del arma en una torsión imposible, el prodigio de la sangre huyendo de la cabeza que mira hacia la ventana como si sospechara algo, como si pudiera adivinar que, pocos segundos más tarde, la ópera, la alfombra, la tejedora persa, el viejo con su carro, los porteadores, la casa de remates y la hermosa dama de mirada triste escaparían, para siempre, de su cabeza reventada.

HADAS EBRIAS, Queta Navagómez

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QUETA NAVAGÓMEZ, Hadas ebrias, Editorial UNAM, México D.F., 2006, 84 páginas.

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DRAMA EN EL ESTANQUE

   Cansado de las burlas, el patito feo escapó de la granja y regresó convertido en un pato joven y fuerte que su familia no tuvo empacho en aceptar.
   Un día se introdujo accidentalmente a la casa del granjero y encontró, en un empolvado armario, un libro de cuentos de Hans Christian Andersen, en que se narraba la historia de un patito feo, que con el tiempo se convertía en el cisne más hermoso del estanque.
   Entonces lloró desoladamente por las costosísimas y dolorosas cirugías a que se había sometido, en su afán de parecer un pato más.

EL LIBRO DE LOS SANTOS IMAGINARIOS Y DE LOS HECHOS APÓCRIFOS, Moncho Alpuente

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MONCHO ALPUENTE, El libro de los Santos Imaginarios y de los Hechos Apócrifos, Arnao, Madrid, 1985, 196 páginas.

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Arnao publicó estos textos que habían servido "en su día para despertar a los heroicos oyentes de "Madrid me mata" en Radio El País.
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SANTORAL

   Santa Jacqueline de Avon. Ingresó Jacqueline muy joven todavía en la congregación de las Venerables Hermanas de Santa Elizabeth Arden, que purificaban su cuerpo con toda clase de baños, cremas y lociones, haciendo de su epidermis testimonio de fe.
   Fue Jacqueline ejemplo para las doncellas de su tiempo, a las que descubrió el poder de la plegaria en la regeneración del cutis y como bálsamo eficaz pan las heridas del tiempo.


EFEMÉRIDES

   Muere en Zurich, en 1922, el astrónomo suizo Jacques Stromf, que predijo con rigurosa exactitud la fecha de la caída a la tierra del aerolito Stromf, así como el lugar exacto de su aterrizaje. Stromf falleció pulverizado por su propio meteorito, cuando comprobaba sobre el terreno la precisión de sus cálculos.

MAPA DE NINGÚN SITIO, León Molina

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LEÓN MOLINA, Mapa de ningún sitio, La isla de Siltolá, Sevilla, 2015.

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No te importe que la vida te hiera, la alternativa es que te mate.
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Todo lo que dices va dibujando los contornos de lo que no dices.
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La aquiescencia con la que el individuo acepta el poder es una de las máscaras de su vileza.
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El poema corto es intenso y rápido como un duelo. Y uno de los dos, lector o poeta, suele salir malherido.
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Los guardianes de la libertad, como los guardianes de la fe, acaban siempre apuntando hacia adentro.
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Cuanta más fantasía, más memoria.
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Lo que se comparte se conserva doblemente.
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La vida mejora y empeora continuamente. Vivimos en las junturas. Nuestro pasado es una cicatriz.

EL AVARO, Luis Loayza

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LUIS LOAYZA, El avaro, Inventarios Provisionales, Las Palmas, 1970, 22 páginas.

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LA ESTATUA

   Junto a la avenida que lleva al templo hay una estatua, dos veces tan grande como el hombre más alto de la ciudad. Los viejos la conocen desde niños y no recuerdan a nadie que no la haya visto siempre. Su origen es, pues, desconocido. Sucede con ella como con el templo, del que nada sabemos; la casta sacerdotal es la que posee sus misterios (aunque, debo decirlo, los jóvenes no confiamos en ellos: ¿por qué son tan herméticos? ¿no es posible que hayan olvidado el misterio y se valgan para su simulación de severa, silenciosa apariencia?). En la opinión de la mayoría, al menos, el secreto de la estatua les ha sido revelado. Pero ella permanece: el rostro totalmente inexpresivo, el brazo levantado hacia el templo, la túnica circular sin ningún pliegue. Se transforma según cómo y a qué hora se la mire: desde el templo el brazo parece levantado para golpear; mirándola desde el otro lado parece que señalara al templo. En la mañana la luz la rodea y resplandece como un dios hermoso; a la hora del crepúsculo es terrible. Su rostro también es discutido: todos los sentimientos le son adjudicados porque todos los sentimientos pueden imaginarse en él. Entre estas sugestiones predomina una, según la época. Así hubo un tiempo en que se adoró la estatua: se le ofrecieron sacrificios y se olvidó al dios del templo; años después se le consideró como una amenaza que se evitaba mirar: algunos llegaron a pensar en destruirla. Ante todas las actitudes los sacerdotes han guardado exasperado silencio: hemos suplicado, hemos amenazado; es inútil. Vieron con indiferencia como era adorada y execrada, no oyen nuestras preguntas. 

MICROLITOS, Paul Celan

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PAUL CELAN, Microlitos. Aforismos y textos en prosa, Trotta, Madrid, 2015, 424 páginas.

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La asociación de los expulsados de su pais. Habría que fundar sin duda la asociación de los expulsados del mundo.
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Construir casas, por encima de la desesperación. Un techo. Para eso.
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Sobre las propias ruinas se alza y tiene su esperanza el poema.
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La camisa de fuerza de la comodidad.
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Quien verdaderamente aprende a ver, se acerca a lo invisible.
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Solo el incomprendido comprende a los otros.
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Enseña a los peces el lenguaje de los anzuelos.
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En la poesía no se espera la señal cuando se telefonea.

LAS DOS CARAS DE LA LUNA, Dina Grijalva

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DINA GRIJALVA, Las dos caras de la luna, Instituto Sinaloense de Cultura, Culiacán, 2012, 98 páginas.

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DAVID

   De día lo contemplaba entre los miles de visitantes de la Academia. Por las tardes se escondía detrás de alguna de las innumerables estatuas del piso superior y en la oscuridad bajaba anhelante hasta estar cerca de David.
   Le acercaba un pequeño caracol del mar de coral, una gota del perfume de su pubis, una moneda de espuma o acaso un espejo invisible. Susurraba pétalos de vida y acercaba los latidos de su corazón al níveo, sedoso y firme pecho de su amado.
   Una noche, apenas rozó con sus labios el hombro de su adorado, él olvidó siglos de mármol, descendió del pedestal y sus rizos parecieron movidos por un aliento de ángel. Se amaron con pasión de amantes primigenios.
   Por la mañana, el vigilante dijo: qué extraño: hoy David sonríe.

BALASOMBRA, Eloi Yagüe

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ELOI YAGÜE, Balasombra, La Casa Tomada, Caracas, 2005, 104 páginas.

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BALASOMBRA
A Gabriel Jiménez Emán 

   Disparé primero, sin pensar. La figura que me amenazaba con un arma se derrumbó al fondo. Di gracias a Dios por mi buena puntería que me había salvado la vida una vez más. Como no conocía la casa adonde había entrado persiguiendo al sospechoso, avancé lentamente, pegado a las paredes, por si aún hubiera algún peligro. Veía una ventana al final de un pasillo débilmente iluminado. Allí debía haber caído mi atacante. Me acerqué con gran cautela. Cuando llegué sólo había en el piso los restos de un espejo roto. Desconcertado, me detuve en medio de la pieza, sintiendo un extraño malestar. Me llevé la mano izquierda al corazón. La retiré sangrante. Un trozo de espejo reflejó la sorpresa en mi rostro. Y la herida mortal causada por mi propia bala.

CUENTOS ZEN, Marta Millà

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MARTA MILLÀ, Cuentos zen, Ediciones Invisibles, Barcelona, 2014, 72 páginas.

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Marta Millà edita estas Pequeñas historias para despertar que se acompañan felizmente de las ilustraciones de Jordi Arcalís y un CD en el que la también actriz recita algunos de los cuentos sobre el fondo musical que crea el maestro Horacio Curti con su shakuachi.
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QUIÉN SABE SI ESO ES BUENO O ES MALO
 
   Un campesino que acababa de comprar un semental que le había costado mucho dinero fue a quejarse, muy preocupado, a un maestro zen diciéndole:
   —Maestro, ¡se me ha escapado el caballo!
   El maestro le contestó:
   —Quién sabe si eso es bueno o es malo.
   El campesino volvió al trabajo muy triste y desanimado. Al cabo de dos días, el semental regresó con dos yeguas. El campesino, loco de alegría, se fue corriendo a buscar al maestro y le dijo:
   —¡Maestro, maestro! ¡El caballo ha vuelto y ha traído dos yeguas!
   El maestro le contestó:
   —Quién sabe si eso es bueno o es malo.
   Tres días después, el campesino volvió a visitar a su maestro, llorando, porque su único hijo, que lo ayudaba en la granja, se había caído de una de las yeguas y se había roto el espinazo. El maestro volvió a decir:
   —Quién sabe si eso es bueno o es malo.
   Unos días más tarde, llegó un grupo de soldados a reclutar a todos los jóvenes de la comarca para luchar en la guerra. Como el hijo del campesino estaba escayolado, no pudieron llevárselo.

PENSAR, Vergílio Ferreira

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VERGÍLIO FERREIRA, Pensar, Acantilado, Barcelona, 2006, 336 páginas.

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¿Cuánta gente te ha amado?  ¿A cuánta has amado? El afecto es la mejor forma de saber el tamaño de tu vida. Es decir, de saber hasta dónde has existido. ¿Hay cálculo para saber si ha valido la pena?
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El noble arte de envejecer es el que no permite a los demás ni la risa ni la piedad. Por eso es una forma de que todavía nos sepan vivos. O el odio, que todavía lo es más. Porque la forma provisional de que nos crean muertos es la indiferencia. Y la definitiva, que estemos ya tranquilos en la horizontal. Es posible que entonces, para alejar el mal agüero, hasta llegue el respeto.  
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La amistad como sentimiento sólo funciona en la juventud. Después es un recuerdo y una forma de estar ahí más o menos disponible. O de tener una cierta complicidad. O un formalismo, como dar pésames o enhorabuenas al margen de su destinatario.
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El amor no se hace solamente con una mujer, sino con la persona que está allí dentro. Con una mujer ape­nas se folla. ¿Nunca te preguntaste por qué una prostitu­ta no llega a entusiasmarte? No es porque el amor sea ex­clusivista y el exclusivismo de la prostituta sea el de un coche eléctrico. Sino porque no te la da la persona que ella tiene, sino que se la guarda para el chulo que la mal­trata.
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¿Por qué sigues viniendo, imagen vana de mi in­quietud? Te veo, te oigo. Frágil y leve como la leyenda. Fe hablo, no me oyes, con tu sonrisa breve y triste. ¿Quién te seguirá recordando? Y te suspendo la vida de un hilo de la memoria. Never more. Seguro que nadie te recordará, desde la distancia infinita de tu muerte joven. Y a pesar de todo, quizá fue bueno que te murie­ras entonces. Porque no son solamente los dioses los que desearon eso, sino quien quiera que te matara para hacer perdurar la aureola de tu juventud. Sólo en la me­moria el prodigio es eterno porque sólo es eterno lo im­posible. Quizá por eso fue bueno rescatar desde la in­mortalidad tu mortalidad. ¿Por qué sigues viniendo, imagen de mi desasosiego? No vuelvas más. Ya hay tan­to para ser desde la inquietud...
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La envidia es un acto solitario. En grupo, ya es odio. Porque la envidia es un odio que no se atreve. La palabra latina invidia designa ambos aspectos. Los romanos eran unos tipos prácticos. Ahora bien: lo contrario del odio es el amor. Y de la envidia debe serlo la admiración. Pero la admiración puede ser una forma de alentar la envidia, un modo de recalcarla. Es decir, un sistema para pasarse al bando de quien se envidia y, al mismo tiempo, de benefi­ciarse de la admiración que se le tiene.

1986. CUENTOS COMPLETOS, Rodrigo Rey Rosa

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RODRIGO REY ROSA, 1986. Cuentos completos, Alfaguara, Madrid, 2014, 456 páginas.

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En los seis libros de cuentos que compila este volumen podemos encontrar formas breves; especialmente en El cuchillo del mendigo (1986).
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EL CUARTO UMBROSO

   Vivía solo con su hermana, en un edificio ahora inexis­tente. Tenía para sí que la puerta que daba a la calle era la boca de un túnel, en el que se negaba a entrar. Le bastaba con andar de pared a pared en su habitación rectangular, con la ayuda de una vara que hacía oscilar pendularmente. Algunas noches despertaba con los brazos extendidos, para protegerse el rostro, o para alcanzar algo que presentía delante. Cerca de él estaba su hermana, que lo tocaba para calmarlo.
   Lo que conocía del mundo lo había aprendido a través de su hermana. Ella solía leer para él, y le había tomado las ma­nos para hacerle sentir el filo de la mesa. Le había enseñado a deslizar el tacto por la superficie de otros objetos, para percibir así sus cualidades. Aunque él no concebía su verdadera apa­riencia, el cuarto, con el tiempo, se había convertido en un mundo concreto y limitado. Intuía la forma de su universo: suponía el sórdido suelo, la cocina, las ollas oscuras, la ventana, las ventanas de enfrente.

EL IDIOMA MATERNO, Fabio Morabito

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FABIO MORABITO, El idioma materno, Sexto Piso, Madrid, 2014, 178 páginas.


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SCRITTORE TRADITORE

   A los siete años me enamoré de un compañero del colegio. Me habría podido enamorar de una niña, pero en mi escuela los niños y las niñas estaban separados, así que me enamoré de la única niña que estaba a mi alcance, y ésa era Massimo P., un niño tímido de facciones delicadísimas que no hablaba con nadie. Era el primer día de colegio, estábamos en el recreo y Massimo se acercó a pedirme que le amarrara los cordones de los zapatos. Se veía desvalido entre tantos niños que gritaban correteando en el patio y quedé prendado de su hermosura y su fragilidad. «Pareces una niña», le dije, y él, quizá acostumbrado a oír eso, se limitó a sonreír. Acabó el recreo y regresamos al salón de clase. Su lugar estaba separado del mío por dos hileras, ni una sola vez volteó a verme y pensé que se había olvidado de mí. Llegó la hora de la lectura. Cada uno debía leer en voz alta algunos trozos de un cuento que venía en el libro. Leyeron unos cuantos niños antes de que el maestro señalara a Massimo. Él puso su dedo sobre el inicio del párrafo y pronunció la primera palabra; mejor dicho, la balbuceó; en la segunda palabra volvió a atorarse, y también en la siguiente. Leía tan mal, que no pudo concluir la frase, el maestro perdió la paciencia y le dijo a otro que siguiera leyendo. Acepté la triste verdad: Massimo P., a pesar de su apariencia angelical, era un burro redomado. Entonces llegó mi turno. Tomé una decisión repentina: leer peor que Massimo. Pienso que, de haberlo hecho, ahora sería un hombre mejor del que soy. Si hay episodios decisivos en la infancia, ése fue uno de ellos, porque después de equivocarme adrede en la primera línea me di cuenta de que no podría seguir estropeando una palabra más y me solté a leer con una fluidez que el maestro aprobó con un gesto de admiración. «Esto es leer bien», dijo, y creo que fue entonces que vislumbré que mi vocación sería escribir libros, casi al mismo tiempo que conocí el sabor de la traición. Siempre he pensado que son dos vocaciones estrechamente unidas.

CUENTOS FRÍOS, Virgilio Piñera

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VIRGILIO PIÑERA, Cuentos fríos, Losada, Buenos Aires, 1956, 190 páginas.

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El CAMBIO

   El amigo esperaba a las dos parejas. Iban por fin los amantes a reunirse en su carne,  y justo es confesar que el amigo había preparado las cosas con tacto exquisito. Pero exigió, a cambio de la dicha inmensa que les proporcionaba, que todo fuese consumado en la más absoluta tiniebla y en el silencio más estricto. Así, llegados a su presencia los amantes, les hizo saber que la última cámara iluminada que contemplarían en el transcurso de su memorable noche carnal era esta que ahora los alumbraba a todos. Entonces, tras las consiguientes protestas de cortesía y las frases de estilo, se pusieron en marcha por una pequeña galería que desemboca frente a lo que el amigo decía eran las inmensas puertas de dos cámaras nupciales.
   Ya el trayecto por dicha galería había sido consumado en la más definitiva oscuridad. El amigo, que no tenía necesidad del poder de la luz, les hizo saber que estaban a la entrada del paraíso humano, y que a una señal suya las puertas se abrirían para dejar paso a los eternos amantes hasta ahora separados por las asechanzas del destino.
   De pronto, un movimiento de terror hubo de producirse: parece que un golpe de viento levantó rudamente la túnica de las damas, las cuales, aterrorizadas, se apartaron de sus amantes y fueron a estrecharse enloquecidas contra el pecho del amigo, que estaba en el centro de aquel extraño grupo. El amigo, sonriendo levemente, y sin romper la consigna dada, las tomó por las muñecas y, obligándolas a un breve giro, las cambió, de tal suerte, que cada una de ellas fue a quedar en brazos del amante que no le correspondía. Éstos, como caballos bien amaestrados, aguardaban, silenciosos y tensos. Pronto el orden quedó restablecido y a una señal del amigo se abrieron las puertas y entraron por ellas los amantes trocados.
   Allí, en la cámara carnal, se prodigaron las caricias más refinadas e inauditas. Guardando una gratitud y un respeto amoroso al juramento empeñado, no pronunciaron ni siquiera el comienzo de una letra, pero se cumplieron en el amor hasta agotar, como se dice, “la copa del placer”. Entre tanto, el amigo, en su cámara iluminada, se retorcía de angustia. Pronto saldrían de las otras cámaras los amantes y comprobarían el horrible cambio y su amor quedaría anulado por el hecho insólito que es haberlo realizado con objetos que les eran absolutamente indiferentes.
   El amigo se dio a pensar en varios proyectos de restitución; de inmediato desechó el que consistiría en llevar a las damas a una cámara común para de allí restituirlas, ya trocadas rectamente, a sus respectivos amantes. Solución parcial: por ejemplo, cualquiera de las damas podía caer en sospecha de que algo anormal ocurría en virtud de ese paseo de una cámara oscura a una cámara iluminada. De pronto, sonrió el amigo. Dio una palmada y llegaron al instante dos servidores. Deslizó algunas palabras en sus oídos y éstos desaparecieron volviendo poco después armados de un diminuto punzón de oro y unas enormes tijeras de plata. El amigo examinó los instrumentos y acto seguido indicó a los  servidores las puertas nupciales.
   Entraron éstos y, tanteando en las tinieblas, se apoderaron de las mujeres y rápidamente les cercenaron la lengua y les sacaron los ojos, haciendo cosa igual con los hombres. Una vez desposeídos de sus lenguas y de sus ojos fueron conducidos a presencia del amigo, quien los esperaba en su cámara iluminada.
   Allí les hizo saber que, deseando prolongar para ellos aquella memorable noche carnal, había ordenado que dos de sus criados, armados de punzones y tijeras, les vaciaran los ojos y les cercenaran la lengua. Al oír tal declaración, los amantes recobraron inmediatamente su expresión de inenarrable felicidad y por gestos dieron a entender al amigo la profunda gratitud que los embargaba.
   Así vivieron largos años en una dicha ininterrumpida. Por fin les llegó la hora de la muerte, y, como perfectos amantes que eran, les tocó la misma mortal dolencia y el mismo minuto para morir. Visto lo cual, el amigo sonrió levemente y decidió sepultarlos, restituyendo a cada amante su amada, y, por consiguiente, a cada amada su amante. Así lo hizo, pero como ellos ya nada podían saber, continuaron dichosamente su memorable noche carnal.

CARTAS MEMORABLES, Shaun Usher

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SHAUN USHER, Cartas memorables, Salamandra, Barcelona, 2014, 384 páginas.

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Shaun Usher recopila 125 cartas singulares: de María Estuardo a Gandhi, pasando por Jack el Destripador.
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[CARTA Nº 38]

SÍ, VIRGINIA SANTA CLAUS EXISTE

DE VIRGINIA O’RANLON AL DIRECTOR DE THE SUN [1897]

   En 1897, siguiendo el consejo de su padre Virgi­nia O’Hanton de ocho años, escribió una breve e inqusIrva carta el director del ya desaparecido periódico neoyorquino Tija Sun, en a que pedía confrmación de la existencia de Santa Claus. El director del diario, Francis P. Church, no tardó en responder a la carta de Virginia en un editorial titulado »¿Existe Santa Claus?», que acabó con­virtiéndose en el editorial más reproducido de la historia en lengua inglesa —a día de hoy lo sigua siendo—, expandido desde entonces en numerosas adaptaciones.
   La propia Virginia terminó siendo maestra y, como resultado de su inocente pregunta, recibió correspondencia de admiradores durante gran parte de su vida. Murió en 1971, a los ochenta y un años de edad.

Estimado director:

Tengo ocho años. Algunos de mis amiguitos dicen que Sarna Claus no existe. Mi papá dice: »Eso será verdad silo ves en el Sun.» Por favor, dígame la verdad, ¿existe Santa Claus?

       Virginia O’Hanlon  [115 W.9Sth St]


   VIRGINIA, tus amiguitos se equivocan. Les afecta el escepticismo de una edad escéptica: necesitan ver para creer. Piensan que si sus cabecitas no comprenden algo es porque ese algo no existe. Todas las cabezas, Virginia, ya sean de hombres o de niños, son pequeñas, En este gran universo nuestro, un hombre, juzgado por su intelecto, es apenas un insecto, una hormiga, silo comparamos con el mundo sin límites que lo rodea, si se mide contra una inteligencia capaz de comprender toda la verdad y todo el conocimiento.
   Sí, VIRGINIA, Santa Claus existe. Eso es tan cieno como que existen el amor y la generosidad y la devoción, y tú sabes que esas cosas abundan y le dan a tu vida la máxima belleza y dicha. ¡Ay, qué gris sería el mundo si no existiera Santa Claus! Tan gris como sino hubiese VIRGINIAS. Entonces no existiría la fe infantil, ni la poesía ni el romance, nada de lo que hace tolerable esta vida. Sólo disfrutaríamos con lo que se siente y se ve. La luz eterna con la que la infancia inunda el mundo se extinguiría.
   ¡No creer en Santa Claus! ¡Sería como dejar de creer en las hadas! Podrías pedirle a tu padre que contratara a unos hombres para vigilar todas las chimeneas en Nochebuena y sorprender a Santa Claus, pero aunque no lo viesen bajar por ellas, ¿qué demostraría eso? Nadie ve a Santa Claus, pero eso no demuestra que Santa Claus no exista. Las cosas más reales del mundo son aquellas que no ven ni los niños ni los hombres. ¿Alguna vez has visto bailar a las hadas en tu jardín? Por supuesto que no, pero eso no demuestra que no estén ahí. Nadie puede concebir o imaginar la cantidad de maravillas que no se ven ni se dejan ver en el mundo.
   Puedes abrir el sonajero de un niño para ver qué es lo que genera el ruido en su interior, pero hay un velo que envuelve el mundo invisible que ni el hombre más fuerte, ni siquiera la fuerza conjunta de todos los hombres más fuertes de todos los tiempos, podría rasgar. Sólo la fe, la fantasía, la poesía, el amor, el romance pueden apartar esa cortina para ver e imaginar la belleza y la gloria supremas que hay al otro lado. ¿Y todo eso es real? Ay, VIRGINIA, en todo este mundo no hay nada más real y perdurable.
   ¡Que no existe Santa Claus! Gracias a DIOS vive, y vive para siempre. Dentro de mil años, Virginia, qué va, dentro de diez veces diez mil años, continuará alegrando el corazón de los niños.

EL DICCIONARIO DE MARK TWAIN, Mark Twain

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MARK TWAIN, El diccionario de Mark Twain, Valdemar, Madrid, 2003, 268 páginas.

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BIBLIOTECAS

Los libros son los espíritus liberados de los hombres y deberían presentarse en un cielo de luz y de gracia, en colores armoniosos y suntuosa comodi­dad... en lugar de la forma acostumbrada en la biblioteca pública, con sus deprimentes austeridades y gra­vedad en la forma, el mobiliario y la decoración. Una biblioteca pública es el más perdurable de los cemen­terios, el monumento más fiable para la preservación de un suceso o un nombre o un afecto, porque ella, y sólo ella, es respetada por las guerras y las revoluciones y las sobrevive.
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EDUCACIÓN

Los conocimientos suavizan el corazón y en­gendran amabilidad y caridad.
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La perfección más alta de la educación es sólo un hermoso edificio construido, de los cimientos ala bóveda, con formas gráciles y doradas de mentiras caritativas y no egoístas.
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El autodidacta rara vez sabe algo con preci­sión, y no sabe ni la décima parte de lo que podría saber si hubiera trabajado con profesores, y, además, se jacta de ello y sirve para embaucar a gente irreflexiva a ir y hacer lo mismo que ha hecho él.
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NECROLÓGICAS

Una necrológica es algo que no puede ser re­dactado de manera tan juiciosa por nadie que no sea el propio sujeto. En semejante trabajo no son los hechos lo más importante, sino la luz que el que escribe arroje so­bre ellos, los significados de los que les dotará, las con­clusiones que saque de ellos y los juicios que le merez­can. El veredicto, comprendes, ésa es la línea de peligro.
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TONTOS

El problema no está en que haya demasiados tontos, sino en que las luces no están distribuidas co­rrectamente.
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VERDAD

La mejor parte de una historia, o realmen­te de cualquier otra cosa. Hasta los mentirosos tienen que admitirlo, si son mentirosos inteligentes.
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Di la verdad o inventa.., pero aprende a hacerlo.
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Cuando dices la verdad no necesitas recor­dar nada.
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Cuando dudes, di la verdad.
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La verdad es lo más valioso que tenemos. Economicémosla.
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La verdad es más rara que la ficción... para algunos, pero yo estoy apreciablemente familiarizado con ella. La verdad es más rara que la ficción, pero es porque la Ficción está obligada a atenerse a las posibilidades. La verdad no.

YO SERÉ TRES MIL MILLONES DE NIÑOS, Alain Serres & Judith Gueyfier

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ALAIN SERRES & JUDITH GUEYFIER, Yo seré tres mil millones de niños, Edelvives, Zaragoza, 2012, 44 páginas.

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Judith Gueyfier ilustra los textos de Alain Serres, que también se acompañan de fotografías de diversos creadores. Completa el volumen el texto íntegro de la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989.
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JOACHIM

   ]oachim es un habitante de la Tierra. El 20% de los habitantes del planeta son dueños del 80% de sus riquezas, es decir, de casi todo lo que se puede comprar en el mundo: el suelo, el oro, las casas sólidas, los granos de arroz, las sillas, los palillos de dientes...
   El resto, los más numerosos, solo poseen las lágrimas de su miseria. Y un cubo.


CAJA DE HERRAMIENTAS, Fabio Morabito

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FABIO MORABITO, Caja de herramientas, Pre-Textos, Valencia, 2009, 80 páginas.

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EL MARTILLO

   Es la herramienta más fácil, y la más profunda. Ninguna otra nos llena la mano tanto como ella, ninguna otra nos inspira el mismo grado de adhesión al trabajo y de aceptación de la tarea. Con un martillo en la mano nuestro cuerpo adquiere su tensión justa, una tensión clásica. Toda estatua debería tener un martillo, visible o invisible, como un segundo corazón o un contrapeso que diera la gravedad debida a los miembros del cuerpo. Cargando un martillo nos volvemos más rotundos e íntegros; es el aditamento perfecto para la permanencia. Encajado en la mano, nos devuelve toda la frescura del utensilio, de la grata extensión del cuerpo, del esfuerzo encauzado sin desperdicios ni frustraciones. ¡Cabal martillo! Hermano voluntarioso!
   Pocas cosas tan frontales como él. El zumo de la ira se ha reunido en el extremo de un mango de madera, ahí se ha dejado fermentar y endurecer; así es como surgen los martillos: por goteo lento de cólera, hasta que se forma una costra al final del mango, una amalgama de iracundia; se talla y se pule, y listo.
   Pasividad y prepotencia coexisten, así, en el martillo. De hecho, el martillo actúa por sorpresa, por sorpresa desagradable, y su contundencia se debe no tanto a su fuerza como a su laconismo. Toda la cólera del martillo, absorbida lentamente por el mango y lentamente fermentada, se expresa en un trino agudo. No hay tiempo para más. Parecería que el hombre que martilla reúne en la cabeza del martillo lo mejor de sí mismo y de su ascendencia. Él, como individuo particular, está representado por el mango, que determina la voluntad y la orientación del golpe, pero el impacto propiamente dicho se debe por entero a su pasado, grávido de muertos. Una multitud de muertos se agruma en cada martillazo, los muertos de uno, todo aquello que se ha resecado antes de uno, todo lo duro que lo precede a uno, y con esa dureza uno golpea, con todos sus muertos, que para eso sirven al fin los muertos, para ser la dureza de los vivos, para ser su quilla y su coraza. Un vivo sin muertos, sin estirpe, un vivo a secas, no sobrevive.
   Por eso el martillo no dice nada que no haya dicho con anterioridad, ninguna emoción nueva altera su timbre: los muertos evocan siempre lo mismo y lo que evocan se debilita con el tiempo, grandes zonas del recuerdo se desmoronan, se recurre cada vez a menos palabras, por último todo se reduce a una sola sílaba dura y obstinada. Cada muerto, a medida que más muertos llegan al reino de los muertos, pierde definición y su voz se rezaga hasta ser borrada por las otras. Cada martillazo es eso, un magma de voces que han quedado reducidas a una sola sílaba; cada martillazo hace aflorar capas profundísimas, a menudo casi inertes, a un punto de la piedra, cuyos únicos vínculos con el aquí y el ahora se han reducido a ciertos sueños, a ciertos estallidos profundos de la conciencia, a ciertos martillazos.
   Por eso los martillazos de un hombre son profundamente distintos a los martillazos de otro: aglutinan pasados propios e intraducibles que tal vez en algún punto, en lo más lejano, se tocan, hasta se mezclan, pero permanecen distintos; sólo un aparato sensibilísimo podría descomponer esos simples choques en todos sus estratos de voces perdidas en el tiempo. Pero sería un aparato infernal. Oiríamos a la turba de nuestros muertos uno por uno, en un remolino aterrador. Ya los muertos hay que juntarlos y confundirlos para que no nos asusten, para que nos dejen vivir, hay que amalgamarlos, apretujarlos, borrar sus facciones y sus voces, que persistan únicamente como conjunto, como lejana barrera. como penumbra. Por eso se inventó el martillo, el unitario: nos liga de un golpe a nuestros muertos y al mismo tiempo los hunde en su pasado y los entierra, los quita de en medio: hablando con ellos a través del martillo nos liberamos de ellos. Avanzamos hacia delante: el martillo aplana, abre cancha, somete brotes, empareja el camino, tiende al futuro. Es pura proa. Pero como toda proa, deja tras de sí una larga estela,  un coro de voces que son nuestros muertos, que resuenan en cada martillazo. Avanzar hacia delante es avanzar hacia ellos. En cada martillazo se tocan y se confunden el delante y el atrás, el porvenir y el pasado, nuestra libertad y nuestro origen. En cada martillazo quedamos clavados en el suelo, redefinidos de una sola llamarada como las estatuas, ni del todo vivos ni presentes, ligeramente clásicos y perpetuos.

WHA(TS)APPA, José María Paz Gago

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JOSÉ MARÍA PAZ GAGO, Wha(ts)appa, Pigmalion, Madrid, 2013, 174 páginas.


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Subtitulado Piropoemas para mensajes de móvil, contiene poemas amorosos breves organizados en bloques temáticos que respetan un orden alfabético. En el Prólogo (pp. 9-10) Luis Alberto de Cuenca apunta: "Ovidio ya codificó las mañas eróticas en su célebre Ars amatoria (mal llamada Ars amandi) y André le Chapelain escribió en el siglo XII sus tres libros De amore, prolongando la estela de Nasón. Este Wha(ts)appa de Paz Gago es otro eslabón en la misma cadena.
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Sentir
el goce
recíproco
del otro.

LAS MUJERES QUE LEEN SON PELIGROSAS, Stefan Bollmann

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STEFAN BOLLMANN, Las mujeres que leen son peligrosas, Maeva, Madrid, 2006, 152 páginas.

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En ¿Son peligrosas las mujeres que leen? (pp. 13-19), Esther Tusquets se sirve de una cita de Emily Dickenson para proponer la mejor herramienta para doblegar la ancestral sumisión de la mujer al hombre: "No existe mejor fragata que un libro para llevarnos a tierras lejanas". Bollmann recorre la historia del arte en busca de la representación de la mujer lectora.  
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RAMÓN CASAS Y CARBÓ

   Influenciado por Manet, Whistler y Degas, el pintor, excepcional dibujante y cartelista catalán Casas i Carbó es uno de los nombres mayores en la escena creativa española del anterior cambio de siglo y figura vertebral de la generación modernista catalana. No sólo creó pinturas que lo muestran como excepcional cronista de su época, sino que diseñó también numerosos carteles publicitarios y fue uno de los grandes animadores de la vida artística de la Barcelona de entonces. Casas amaba viajar, incluso pasó largas temporadas en Cuba y Estados Unidos, y fue cofundador del bar Els Quatre Gats, que no tardó en convertirse en centro de reunión de intelectuales y artistas modernistas, donde se realizaban importantes actividades artísticas y culturales del movimiento vanguardista.
   La pose de la joven dama que vemos aquí hundida sobre un diván, exhausta por los esfuerzos y los placeres del baile, sosteniendo en su mano derecha un librito o cuadernillo deteriorado por el uso y que acaba seguramente de hojear para distraerse, Casas la utilizó también como motivo de un cartel para la revista literaria Pél & Ploma, de la que era el ilustrador. El crítico de arte Miguel Utrillo era el redactor jefe de esa revista, que se publicó desde junio de 1899 hasta noviembre de 1903. En otro cartel concebido para Pél & Ploma se ve a una joven envuelta en un inmenso chal de color rosa, de aspecto fresco y activo, leyendo una carta que tiene entre sus manos. En ambas variantes sobre el mismo motivo, la lectura aparece como una especie de aperitivo entre las grandes comidas de la existencia. Como saben los grandes artistas que conocen la vida, no siempre se han de esperar las grandes puestas en escena; es con frecuencia en los breves intermedios donde la existencia nos ofrece inesperadamente más del gusto y del peso del mundo; de hecho, ésos son los momentos en los cuales se es consciente de la vida.

Ramón Casas i Carbó [1866-1932]

Joven decadente (Después del Baile) 1895
Museo de la Abadía de Montserrat, Barcelona


CADA DÍA MÁS TARDE, Gorka Arellano Pérez de Lazárraga

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GORKA ARELLANO PÉREZ DE LAZÁRRAGA, Cada día más tarde, Uno Editorial, Albacete, 2015, 124 páginas.

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Luna creciente.
En las manos heladas
olor a mandarina.

PEQUEÑO TRATADO DE LA FELICIDAD, Henri Brunel

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HENRI BURNEL, Pequeño tratado de la felicidad, Olañeta, Palma, 2002, 126 páginas.

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«...UND TROTZDEM BLÜHEN DIE ROSEN...» [«...y a pesar de todo florecen las rosas...»]

   Tenía yo once años, estábamos, creo, en julio de 1940. Por mi pueblo de Sologne, la guerra había pasado como una tempestad primaveral. Habíamos reanudado nuestra sencilla vida ordinaria. De todo aquello sólo nos quedaba un sordo malestar, «el buen mariscal Pétain» y dos o tres soldados alemanes.
   Como todos los veranos, yo galopaba por los campos con Bébert, Marcel, el hijo del almadreñero y mi hermana menor, de ocho años, que corría detrás con el delantal al viento. Durante un juego, o buscando moras, me extravié y di de pronto, en el recodo de un bosque, con una casita abandonada. Me acerqué prudentemente, empujé una puerta mal cerrada y me encontré de narices con... ¡un soldado alemán!
   Mi corazón palpitaba enloquecido pero, en aquel tiempo, hacía yo profesión de valor, como todos los muchachuelos; y avancé, bravucón. Estaba sentado en el enlosado, en medio de una estancia vacía, con la guerrera desabrochada, nadaba en un océano de libros, contemplándolos tristemente.
   Era un espectáculo extraño ver así a uno de esos feroces y míticos guerreros apeado de su carro, sin fusil, sin cinturón. Yo estaba tan desconcertado que dije en voz alta las únicas tres palabras alemanas que sabía: «Sprechen Sie deutsch? » (¿Habla usted alemán?).
   Me miró, pronunció unas palabras incomprensibles y me tendió un librito de cubiertas blancas. Retrocedí, asustado. Pero insistió, lo tomé y puse pies en polvorosa.
   He conservado ese libro, nunca he hablado a nadie de él. Fue un pesado secreto, durante aquellos años de infancia y de odio, poseer esos poemas y pensar en aquel soldado alemán.

INSTRUCCIONES PARA LEER ESTE LIBRO, Fedosy Santaella

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FEDOSY SANTAELLA, Instrucciones para leer este libro, bid & co. editor, Caracas, 2011, 194 páginas.

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COMO SI EL LOCO FUERA YO

   Hoy en la mañana, una voz amable y correcta se me acercó bajo la lluvia.
   —Hola, buenos días. Caballero, por favor, me presta su paraguas un momento, ya se lo devuelvo.
   El hombre que hablaba venía con un periódico sobre la cabeza. Tendría unos cincuenta años, usaba bigotes gruesos y lentes, y también portaba una buena porción de canas. Tenía aspecto de persona seria. Pero por lo que acababa de decir, parecía no serlo. También cabía la posibilidad de que fuese un loco, de los tantos que sobran en la ciudad. Me quedé con esta última idea, y le respondí:
   —Espérame ahí mismo que ya vengo.
   Orgulloso de mi sagaz respuesta seguí mi camino. Por lo general, ante este tipo de situaciones, no encuentro qué decir o digo cualquier cosa y hago el ridículo. Pero esta vez yo iba con la frente en alto, y sentí que caminaba como caminaría Batman luego de propinarle una buena paliza a cinco villanos.
   Media hora más tarde había terminado mi diligencia. Aún llovía afuera. Con el paraguas desplegado, regresé a la calle donde había estacionado. Era la misma calle donde el loco me había abordado. Y donde aún seguía, bajo la lluvia, muy mojado y con el periódico hecho papilla sobre su cabeza. Se hallaba en el sitio exacto donde le había dicho que esperara. Entre molesto, apenado y asustado, apresuré la caminata y me mantuve a distancia. Aun así el hombre me reconoció.
   —¡Ya está de vuelta! ¡Muchas gracias! —me dijo con el gesto iluminado de beatífico agradecimiento—. ¿Ahora sí me presta el paraguas? De verdad, ya se lo devuelvo.
   No le respondí, eché a correr hasta el carro, recogí el paraguas y me monté. Retrocedí, maniobré y pasé junto al hombre. Él me miraba asombrado, confundido, como si no pudiera creer lo que estaba pasando, como si el loco fuera yo.

ARTIFICIOS, Fernándo Menéndez

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FERNANDO MENÉNDEZ, Artificios, Trea, Gijón, 2014, 80 páginas.

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Pintar aquello que nos excede nos hace más tangibles. 
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La muerte, un detalle nada más. 
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Existe una pintura que solo tiene que ver con lo ausente.
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Hay cuadros con un silencio más audible que sus trazos. 
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Parece coherente que lo atonal vaya por dentro. 
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Un color permanece si tiene tiempo. 
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El silencio, como la música, es poliglota.

HUELLAS DE ESCARABAJO, Susana Benet

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SUSANA BENET, Huellas de escarabajo, Comares, Granada, 2011, 68 páginas.

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Banco de iglesia.
Se oye entre los rezos
una carcoma.