UN MUNDO PROPIO, Graham Greene

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GRAHAM GREENE, Un mundo propio. Diario de sueños, La Uña Rota, Segovia, 2014, 160 páginas.

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FELICIDAD

   Era el año 1965. Había decidido colaborar un poco con la campaña del partido liberal en unas elecciones parciales próximas y elegí una población rural llamada Horden. Al parecer no se podía viajar allí desde la estación central de Victoria, sino que se llegaba por un ramal distinto, la línea de Horden, a la que se accedía por una entrada independiente. Supuse que era una línea muy antigua e interesante, y resultó ser así.
   El primer tren que salió se componía de preciosos vagones que debían de tener más de cien años; sin embargo, ese tren no iba a Horden. El segundo sí, pero estaba abarrotado de gente. Me sorprendió la amabilidad y la jovialidad de los pasajeros, que me acogieron y me hicieron sitio en un vagón muy lleno. Todos llevaban extrañas vestimentas, eduardianas o victorianas, y me fascinaron las estaciones por las que pasábamos. En un amplio andén había niños jugando con globos escarlatas; otra estación remedaba un templo griego en ruinas; en un punto, la vía se estrechó y el tren atravesó una especie de túnel hecho de colchones.
   Nunca en mi vida me había embargado tal sensación de felicidad. Empezaban a apagarse las luces en las pintorescas casas por las que pasábamos, y deseé volver a estar justo a esa hora de la tarde con la mujer que amaba.
   El tren paró junto a una pequeña tienda de antigüedades y oí decir a un pasajero:
   —Ves, todos los hombres están bebiendo o jugando a las cartas.
   Con una pareja joven (la chica, bonita aunque poco sensual, y el marido, un hombre atractivo sencillo, de pelo rizado y cara franca) me sentí casi instantáneamente como entre viejos amigos.
   —Hace cincuenta años que vivo en Londres y nunca había oído hablar de la línea de Horden. Podría hacer este trayecto cada día y no me cansaría —dije.
   –Sólo una cosa: no deje que lo alojen en un hostal, si se queda a pasar la noche —dijo la chica.
   —¿No hay hoteles?
   —Son igual de malos.
   Había decidido olvidarme de hacer campaña. Todo lo que deseaba era visitar Horden. Tenía pensado volver a Londres para la cena, pero de todos modos al apearme pregunté a qué hora pasaba el último tren. Me inquietaba que hubiera salido ya y tener que quedarme en un hostal desagradable. Sin embargo, todo estaba en orden, había un tren a las diez y veinticinco de la noche.
   La chica me cogió de la mano y dijo que me enseñaría el pueblo.
   —Primero os tomaréis los dos una copa conmigo —dije yo. Veía que los bares estaban llenos de gente alegre—. No seréis abstemios, ¿verdad? —pregunté.
   —No —dijo la chica
   —Entonces elige el pub más bonito.
   Todo el tiempo que pasé allí me acompañó esa sensación de felicidad inexplicable. Ojalá pudiera volver un día al pueblecito de Horden, que existe en mi Mundo Propio pero no en el mundo que comparto. 

39 VECES LA PRIMERA VEZ, Magda Bandera

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MAGDA BANDERA, 39 veces la primera vez, Círculo de Lectores, Barcelona, 1999, 150 páginas.
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La periodista Magda Bandera se encarga de relatar las primeras experiencias sexuales de 38 personas. Completa la casuística con la suya, también presente de modo anónimo.

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LA TORTUGA VELOZ

   El libro hablaba de tortugas que asomaban la cabecita en acogedoras cuevas y miraban a su alrededor desde el vestíbulo. Luego regresaban a su caparazón y esperaban unos segundos hasta que volvían a entrar. El Tao describía tortugas maduras y educadas que daban golpecitos en la puerta, dialogaban con la señora de la casa y, finalmente, se iban satisfechas. Nico tiró el manual, no servía para nada. Una visita de cortesía necesita tiempo y aquella guía parecía ignorar que las tortugas jóvenes son impacientes. Y muy veloces.

RETRATO Y LITERATURA. LOS RETRATOS DE LOS PREMIOS CERVANYES EN LA BNE, Jesús Marchamalo

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JESÚS MARCHAMALO, Retrato y literatura. Los retratos de los Premios Cervantes en la Biblioteca Nacional de España, BNE, Madrid, 2014, 132 páginas.

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Jesús Marchamalo, comisario de la exposición de la que este libro es catálogo, explica pormenorizadamente el proyecto de creación de una colección de retratos de los Premios Cervantes para la Biblioteca Nacional de España. Estrella de Diego, en Hacer un retrato (pp. 21-27) deja dicho:"Si retratar es contar, los retratos que aquí se presentan son pequeñas narraciones que esperan ser leídas".
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   Conocí a Ana María Matute a raíz del encargo de la Biblioteca Nacional. En ese momento estaba trabajando la figura y fue un reto fantástico, un regalo de esos que te propicia a veces la vida. Me encantó conocer a esta gran mujer, más despierta que cualquier niña, llena de magia e ilusión. Mientras hacía bocetos me explicaba cuentos. A medida que Ia iba conociendo y dibujando leía sus libros. Al sumergirme en su literatura decidí retrararla con sus historias. Como a ella le encanta la Edad Media y a mí me fascina el románico, decidí representarla con ese fondo tan mágico con el que se pintaban los beatos: franjas de colores.
   En cada franja hay referencias a sus novelas, y en Ia última hay una inscripción que escribía mi buen amigo y gran medievalista Daniel Rico:
   Haec est Annae Mariae artificis forma pulcherrimae,
   Quae vitam nostram pinxit orbesque alteros finxit
.
   Transcribo el mail que él mismo me envió y que dice:
   "Una posible traducción sería:
   Esta es la figura de la bella creadora Ana María,
   Que pintó nuestra vida y fingió otras regiones"
.
   Ten en cuenta que estas cosas nunca se pueden traducir con exactitud. Donde traduzco ‘Figura’ podría poner ‘retrato’ o ‘imagen’, da igual, el caso es que Ia palabra latina que he utilizado es ‘forma’, mucho más elegante que sos derivados modernos y también algo más ambigua. En cuanto a la Matute, no la llamo ‘escritora’, sino ‘artifex’ (artífice, palabra muy usada en la Edad Media para referirse a cualquier tipo de creador o hacedor de cosas, del artesano al poeta), que es lo que ella es, y por coherencia con el tono artístico de toda la inscripción. El segundo verbo resume perfectamente los dos principales rasgos de su obra: ‘pintó nuestra vida’ se refiere al realismo con el que retrató la posguerra, y ‘fingió otros mundos’, como es obvio, a su punto surrealista".

   Al retrato de Ana María Matute no podía faltarle un texto.
Alicia Marsans

Ana María Matute, 2011

Óleo sobre papel encolado a tabla, 530 x 97 cm

100 MINIS 7D, William Guillén Padilla

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WILLIAM GUILLÉN PADILLA100 minis 7D. De fantasmas y entes afines, Rayoa Editores, Lima, 2014, 70 páginas.

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PENITENTE (07)

   Después de la confesión el cura le dio de penitencia caminar de manos durante el resto de su vida.
Antes de morir, el penitente se puso de pie, pero ya el mundo estaba de cabeza.

HAIKUS DE NARILA, Aurora Luque

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AURORA LUQUE, Haikus de Narila, Centro Cultural de la Generación del 27, Málaga, 2005, 36 páginas.

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Invierno. No sé si mendigar
a la luna de arriba
o a la niña de ayer.

ENANOS QUE PUEDEN CRECER, Carlos Meneses

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CARLOS MENESES, Enanos que pueden crecer, Micrópolis, Lima, 2014.

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DESAFIANTE                                                   
Para Ana Leslie Ortiz L.

   El gran invento era un aparato más bien pequeño que tenía un espejo encima. Ella  delante viéndose en ese espejo debía pulsar un botón. Se vio tal cual era y no le importó. Pulsó otro botón y cuando miró el espejo le costó reconocerse, habían surgido unas pequeñas bolsas bajo los ojos. Al tercer botón pulsado no aceptó la imagen que apareció en el espejo. ¿Seré así a los 50?, se dijo. Cada botón que pulsaba la mostraba de 10 años más. Cuando llegó a los 60 hizo una mueca desagradable, esa no puedo ser yo, dijo como si hablara con la imagen. Otra pulsión y apareció una cara atravesada por las arrugas y los surcos, las mejillas caídas, la piel flácida, la boca sin dientes, maldijo a medio mundo, cerró el puño amenazando al espejo y cayó al suelo sin aliento.

SUEÑOS DE SUEÑOS, Antonio Tabucchi

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ANTONIO TABUCCHI, Sueños de sueños, Anagrama, Barcelona, 1996, 140 páginas.

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Suceden a los sueños de Maikovsky, Lorca y Freud Los tres últimos días de Fernando Pessoa (pp. 99-140).
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SUEÑO DE CECCO ANGIOLIERI, POETA Y BLASFEMO

   Una noche de enero de 1309, mientras yacía sobre un colchón de paja del lazareto de Siena, envuelto en vendas nauseabundas, Cecco Angiolieri, poeta y blasfemo, tuvo un sueño. Soñó que era un tórrido día de verano y que pasaba por delante de la catedral. Sabiendo que aquél era un lugar fresco, pensó en entrar allí para huir de la canícula, pero en lugar de hacer una genuflexión y mojarse los dedos en agua bendita, cruzó los dedos en un gesto de conjuro porque temía que aquel lugar le trajera mala suerte.
   En la primera capilla de la derecha había un pintor que estaba pintando una Virgen. El pintor era un joven rubio y estaba sentado en un taburete, con la paleta entre los brazos, en una actitud de reposo. El cuadro sacro estaba casi acabado: era una Virgen con los ojos almendrados y una sonrisa imperceptible que sostenía sobre sus rodillas, recostado entre los pliegues del vestido, al niño Jesús. El pintor lo saludó con desenfado y Cecco Angiolieri respondió con una carcajada. Después se puso a contemplar el cuadro y sintió un profundo malestar. Le molestaba la expresión de aquella señora altiva que miraba al mundo con soberbia, como si desdeñara las cosas terrenales. Fue más fuerte que él: se acercó al cuadro y, extendiendo el brazo derecho, le hizo un gesto obsceno. El joven pintor saltó de su taburete e intentó detenerlo, pero Cecco Angiolieri, como si fuera un poseso, se liberó e hizo un gesto obsceno también con el brazo izquierdo. Entonces la Virgen movió los ojos como si fueran ojos humanos y lo fulminó con la mirada. Cecco Angiolieri sintió un extraño escalofrío por todo el cuerpo, empezó a entumecerse y a empequeñecerse, vio que sus miembros se le iban recubriendo de un pelaje negro, se dio cuenta de que una larga cola despuntaba entre sus piernas e intentó gritar, pero, en lugar de un grito, de su boca salió un maullido espantoso y él, pequeño y furibundo a los pies del pintor, comprendió que se había convertido en un gato. Dio un salto hacia adelante y otro hacia atrás, como si hubiera enloquecido en la monstruosa prisión de aquel nuevo cuerpo, hizo rechinar los dientes con furia y escapó de la iglesia maullando salvajemente. Entretanto, la noche había descendido sobre la plaza. Al principio, Cecco Angiolieri se deslizó a lo largo de las paredes, después miró a su alrededor para ver si alguien había reparado en él. Pero la plaza estaba casi desierta. En la esquina, cerca de una taberna, había un grupo de jóvenes con aspecto de bribones que habían sacado fuera las jarras y estaban bebiendo. Cecco Angiolieri pensó en pasar por delante de la taberna, porque tenía hambre y quizá podría encontrar alguna corteza de queso. Se deslizó junto al muro de la taberna y pasó por delante de la puerta, que estaba iluminada por dos antorchas sobre el estípite. En ese momento, uno de los jovenzuelos lo llamó, haciendo el típico ruido que se hace a los gatos con los labios, y le enseñó una corteza de jamón. Cecco Angiolieri se precipitó a sus pies y cogió con la boca la corteza, pero en ese instante los jóvenes lo cogieron y, sujetándolo con fuerza, lo llevaron al interior de la taberna. Cecco Angiolieri intentó morder y arañar, pero los jovenzuelos lo tenían asido firmemente: uno le sujetaba la boca y otros le inmovilizaban las patas, de manera que nada pudo hacer. Cuando estuvieron dentro, los jovenzuelos cogieron el recipiente de pez utilizada para las antorchas y le embadurnaron a conciencia el pelo con el ungüento. Después, con una antorcha, le prendieron fuego y lo liberaron. Cecco Angiolieri, transformado en una bola de fuego, corrió fuera maullando de un modo terrible, se lanzó contra las paredes de las casas, rodó por los suelos, pero el fuego no se apagaba. Comenzó a recorrer como una saeta los oscuros callejones de Siena, iluminándolos a su paso. No sabía adonde ir, se dejaba llevar por el instinto. Dobló dos esquinas, recorrió tres calles, atravesó una plaza, subió una escalinata, llegó ante un edificio. Allí vivía su padre. Cecco Angiolieri subió la escalera, pasó junto a los criados asustados, entró en el comedor, donde su padre estaba cenando, y gritó: ¡Padre mío, me he convertido en fuego, os lo ruego, salvadme! Y en aquel momento Cecco Angiolieri se despertó. Los médicos le estaban quitando las vendas y su cuerpo, recubierto por las terribles llagas del fuego de San Antonio, le quemaba como una llama.

CONDICIONES DE LUNA, Isabel Escudero

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ISABEL ESCUDERO, Condiciones de luna, Ediciones de la Torre, Madrid, 2013, 108 páginas.

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Subtitulado Coplas y juegos de lengua, ritmo y razón se complemente con un CD que reproduce el recital de la autora. Las ilustraciones son de Dinah Salama. En A modo de epílogo (pp. 89-107) Agustín García Calvo ofrece diversos poemas, entre ellos varios haikus.
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Los ojos abiertos,
dormir en un olvido
despierto.

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Mariposa, allá
que aleteas: como tú
polvo soy de ser.

Agustín García Calvo


100 ARTISTAS SIN LOS QUE NO PODRÍA VIVIR, Ricardo Cavolo

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RICARDO CAVOLO, 100 artistas sin los que no podría vivir, Lundwerg, Barcelona, 2014, 236 páginas.

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En Explicaciones iniciales (pp. 10-13), Cavolo declara su pretensión:  ofrecer "una radiografía o un análisis de una persona a través de los cien músicos o grupos sin los que no podría vivir".
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EL SEÑOR BRECHT, Gonçalo M. Tavares

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GONÇALO M. TAVARES, El Señor Brecht, Mondadori, Barcelona, 2007, 62 páginas.


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AVERÍA

   Debido a un incomprensible cortocircuito eléctrico, el que se electrocutó fue el funcionario que bajó la palanca y no el criminal que se encontraba sentado en la silla.
   Como no hubo manera de solucionar la avería, en las ejecuciones siguientes el funcionario del gobierno se sen­taba en la silla eléctrica y era el criminal quien se encargaba de bajar la palanca mortal. 

39 ESCRITORES Y MEDIO, Jesús Marchamalo & Damián Flores

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JESÚS MARCHAMALO & DAMIÁN FLORES, 39 escritores y medio, Siruela, Madrid, 2011, 208 páginas.
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En el Prólogo (pp. 9-11) César Antonio Molina explica la génesis de este proyecto, Viajeros y estables, pensado para el Instituto Cervantes. En Una explicación (pp. 13-16), Marchamalo lamenta la difícil selección que provoca "ausencias significativas".  
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MONTERROSO, EL BREVE

   Se cuenta que en una recepción de mucha gala —zapatos brillantes, lamés y lentejuelas— le presentaron a la mujer de un embajador, o un banquero, o alguien, diciendo que era el autor del conocido cuento del dinosaurio. La señora le tendió la mano con indolencia, agitó un par de veces las pestañas pintadas de rímel como el casco de un petrolero, y dijo: «Ah, el cuento del dinosaurio, recién lo estoy leyendo, ya le contaré cuando termine». Nadie dijo nada, naturalmente, pero hay que reconocer al comentario cierta falta de oportunidad suicida tratándose de un cuento que tiene siete palabras, cuarenta caracteres, diecisiete consonantes, veintiuna vocales, cuatro tildes —«Cuando despertó, el dinosaurio aún seguía allí»—, y que pasa por ser el más corto de la historia de la literatura, tan corto que una señora decente puede leerlo de un tirón mientras suspira.
   Y es que hay que reconocerle a Monterroso una manifiesta tendencia al miniaturismo ya desde su propio nombre, podado a lo largo de los años hasta convertirse en Tito. Este amor a la brevedad, las sinopsis, los resúmenes urgentes, lo explicó en una conferencia que impartió junto a Bryce Echenique. Cuando éste comentó que escribía casi sin corregir, Monterroso le respondió que en su caso corregía casi sin escribir, lo que provocó sonrisas y codazos cómplices en el auditorio.
   Porque a Tito lo que de verdad le gustaba eran las palabras, sobre todo esas de oportunidad; esquinadas, gamberras, las que visten un doble significado y que dan para juegos, tropezones y equívocos. Y decía: «El dulce lamentar de dos pastores» no es lo mismo que «El dulce lamen tarde dos pastores». Y ahí se quedaba tan ancho.
   Como un tahúr —manguitos y chaleco de seda—, sacaba las palabras en un fajo para, tras barajarlas, hacer con ellas malabares, trucos de ilusionista, fintas y volatines. AMAR DESEA LOLA ESE DRAMA. O esa otra frase que durante un tiempo utilizó como divisa de su escudo de armas, y que puede leerse igual en ambas direcciones: ACÁ SÓLO TITO LO SACA, que tiene su gracia transgresora y equívoca (y además capicúa).
   Al parecer guardaba una foto en la que se le veía junto a un amigo, y en la que él mismo había escrito: «Tito posando al lado de una persona de altura normal», porque, coherente con la brevedad de su literatura, se fue también él mismo resumiendo, plegando y replegando, haciendo breve, que no es ni mucho menos lo mismo que pequeño.
   Parece que una vez sus alumnos de la universidad le preguntaron si podían tratarle de tú. Y Monterroso, solemne. les dijo que sí, pero que sólo durante la clase. La última vez que estuvo en España fui a verlo a El Escorial, donde impartía un curso, y me escribió una dedicatoria en uno de sus libros que firmó «a.mtr», todo con minúsculas.
   Todo el mundo, por cierto, lo trataba de tú.


EL PÁJARO Y LA PIEDRA, Mariano Castro

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MARIANO CASTRO, El pájaro y la piedra, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2008, 68 páginas.

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El caracol del tiempo
deja hilos de plata en la memoria.

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He visto una luciérnaga; es decir, sólo su luz.

DE MAYOR A MENOR, Ana María Paruolo

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ANA MARÍA PARUOLO, De mayor a menor, Macedonia, Morón, 2013, 116 páginas.

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POSIBILIDAD

   Las sombras de la pared parecían fantasmas. Temblando, decidió darle fin a todo y de un plumazo apagó la luz.

SUEÑOS, Theodor W. Adorno

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THEODOR W. ADORNO, Sueños, Akal, Madrid, 2008, 128 páginas.

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LOS ÁNGELES, NOVIEMBRE DE 1942 

   Yo me hallaba con mi padre en Londres cuando las sirenas que alertaban de un bombardeo aéreo se pusieron a sonar. Nos dirigíamos en metro desde W2 al centro de la ciudad, y la cosa comenzó con el tren precipitándose a toda velocidad durante un buen trecho, de Lancaster Gate a Tottenham Court Road, sin detenerse en una sola parada. En Tottenham Court Road salimos todos. Por doquier había diseminados grandes rótulos, pancartas en realidad, con la inscripción: PÁNICO. Pero era como si con ello no tanto se advirtiera contra el pánico, sino más bien se lo decretara. A través de una salida lateral, llegamos enseguida, y fuimos los únicos, a la calle. Pero yo no pude alegrarme mucho de nuestra suerte. Tenía la sensación de que habíamos hecho algo prohibido al salvarnos a través de la salida incorrecta, que sin duda estaba reservada para el personal del metro, y durante todo el sueño estuve esperando el castigo que inevitablemente se nos impondría por ello. Caminamos hacia el sur, en dirección al Soho, y llegamos a una calle muy ancha, bonita, pero sin vida alguna. Allí pasamos por delante de un pequeño restaurante, que al punto reconocí como yugoslavo. Lo único que en su interior se veía eran mesitas con manteles de un blanco deslumbrante, sin un solo cliente. Una camarera de aspecto muy agradable salió a la puerta y nos invitó a entrar. Yo sentí un irreprimible deseo de comer en aquel restaurante. Mi padre se negó a ello con sorna. Sería francamente ridículo gastarnos nuestro precioso dinero en la estupenda comida de un local como aquél a causa de una alar- ma aérea. Me hizo seguir hasta que llegamos a una boca de alcantarilla en la calle. La tapa estaba abierta. Mi padre insistió en que bajáramos a las cloacas. Allí abajo sería mucho más seguro que en el restaurante. 

LA TRAMA OCULTA, José María Merino

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JOSÉ MARÍA MERINO, La trama oculta, Páginas de Espuma, Madrid, 2014, 288 páginas.

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La tercera sección del libro Silva mínima (pp. 261-285) contiene quince microrrelatos.
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CENIZAS

   Como se habían amado tanto, acordaron que, tras la muerte de los dos, incinerados sus cuerpos, sus cenizas se guardasen en la misma urna, y que así mezcladas fuesen esparcidas por su hija en diversos lugares donde habían sido felices.
   Ponerse de acuerdo los llevó mucho tiempo, pero al fin decidieron que serían esta cala, aquella playa, ese jardín, tal lugar de un monte, un pequeño valle montañés, aquel río de aguas transparentes, el prado ante aquella ermita, lugares muy distantes unos de otros, y algunos situados en espacios escarpados de difícil acceso.
   La hija y su marido, otro matrimonio feliz, comenzaron a cumplir los deseos de la pareja: visitaron la cala, la playa, el jardín, el monte..., depositando en cada lugar una porción de las cenizas. Mas las distancias y los accesos empezaron a hacer cada vez más penosa la obligación y surgieron disensiones entre ellos. En el sexto vertido ya estaban muy enfrentados. Tras el séptimo y último, se divorciaron.

CONSUELO PARA MORIBUNDOS Y OTROS MICRORRELATOS, Gabriel Jiménez Emán

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GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN, Consuelo para moribundos y otros microrrelatos, Ediciones Rótulo, San Felipe, 2012.

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EL VÉRTIGO LÚCIDO
A Ricardo Domínguez

   Vive solo en una cabaña junto al río. Duerme hasta tarde en la mañana, pues apenas si logra conciliar el sueño por la noche. Se levanta, no se mira nunca a un espejo, se despereza y va al río donde se da un buen chapuzón; se distrae en el bosque, observa los pájaros, los panales de avispas en los troncos de los árboles, las lagartijas que reptan junto a las piedras. Regresa y pone un sartén en la leña con huevos y tocino, que saborea lentamente. Después va a la casucha de su amigo el arriero a tomar un poco de café; se entera por éste de los recientes pormenores del pueblo, los escucha sin hacer ninguna pregunta ni emitir opinión. Después regresa por un camino solitario hasta su cabaña, acaricia al perro y juega con los bigotes del gato, mientras su mirada se pierde en la corriente del río.
   Se dirige al ropero, toma la capucha, las botas y el grueso cinturón de cuero, y los introduce en una maleta. El hacha la afila en un amolador rústico, la guarda en un estuche, bien limpia y desinfectada con un chorro de aguardiente.
   Antes de dirigirse a su trabajo en el patíbulo, va a visitar a una hermana mayor, que le sirve un buen tazón de café retinto, y a ella le comenta el acontecimiento acerca de un mínimo cambio en el estado del tiempo. Hay un incidente que le preocupa y a veces le perturba, pero no comenta nada. Termina su café, y en ese instante es asaltado por un rapto de lucidez: se da perfecta cuenta de todo cuanto ocurre en el pueblo, y dentro de si mismo. Revisa en su mente el dictamen del juez acerca del hombre que va a ser decapitado. Recuerda entonces a su madre, su mujer y su hijo muertos. Constata que existe una lamentable equivocación en el fallo que acaba de hacer la suprema corte. Se cerciora de que el dictamen de los jueces ha estado errado en otras ocasiones: la lucidez se mete en su cuerpo y recorre todos los intersticios de su cabeza; su mente se puebla de ideas que explotan en el interior de su cerebro como pequeñas bombas de agua, salpicando gotas en todas direcciones.
   Va al cuarto de su hermana. Se quita la ropa y saca de la maleta las botas, el pantalón negro, la correa y la capucha, y se las coloca. Bebe un largo trago de aguardiente. Saca el hacha del estuche y se dirige al patíbulo. Su figura, recortada en la vastedad del campo contra el cielo índigo, cobra una fuerza poderosa.
   Apura el paso y cruza el tumulto de gente que va a asistir al máximo evento. Entra a la parte inferior de la tarima del patíbulo a revisar los últimos detalles de la decapitación. Sube a la tarima y espera la orden del alcalde. El acusado está por llegar; lo están trayendo en este momento desde la prisión. El verdugo espera con paciencia; su pulso está perfecto.
   Hay una hora de retardo, y el acusado no llega. La gente está alterada, exige a gritos que traigan al acusado. Los ánimos se van caldeando hasta que todo aquello se vuelve una turba histérica.
   Entonces el verdugo lúcido sube a la tarima, levanta el hacha y la deja caer sobre el cuerpo del hombre que nunca llega. Se quita la capucha para que todos presencien la placentera sonrisa que se dibuja en su rostro.

ARANDO EN LA MADERA, Antonio Fernández Molina

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ANTONIO FERNÁNDEZ MOLINA, Arando en la madera, Litho Arte, Zaragoza, 1975, 118 páginas.
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EL DIARIO

   Cuando destaparon las botellas salimos fuera. No guardamos memoria de aquellos días. Pero durante mi vida interior llevé un diario que ha salido conmigo y aunque no recuerdo nada de entonces sé que aquella vida existía. Los rasgos de mi escritura son los mismos de ahora y sigo manteniendo ciertas costumbres.
   Nadie tiene fé en mi diario y lamentan que un joven de mi condición no aplique su talento a actividades más prácticas y que sobre todo no tenga cuidado en seleccionar las personas a quienes muestra sus escritos.

ESTUPIDIARIO. DICCIONARIO DE PREJUICIOS, Gustave Flaubert

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GUSTAVE FLAUBERT, Estupidiario. Diccionario de prejuicios, Valdemar, Madrid, 1995, 234 páginas.

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En el Prólogo (pp. 9-15) el también traductor, Agustín Izquierdo, acredita cómo Flaubert compuso esta obra con la pretensión de desacreditar aquellos comportamientos humanos que sustentan la estupidez. Completa el volumen el Diccionario de prejuicios.
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"La Revolución francesa es un milagro tan maravilloso en su género como la fructificación de un árbol en el mes de enero"
De Maistre, Considérations sur la France, cap. I.
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"Aristóteles y Platón y los sabios del mundo no son de ninguna utilidad por su espíritu; pues no piensan ni en el paraíso ni en el infierno".
A. Frank, Réformateurs et Publicistes de l'Europe, Moyen Age, Renaissence, p. 256.
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"La medicina admite que un muerto, durante bastante tiempo después del deceso, puede tener conciencia de lo que pasa a su alrededor".
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"El número de mamas en cada especie es relativo al número de pequeños que hay que amamantar. ¿pero por qué el macho tiene tantas como las hembras? ¿Por qué la marrana, que a veces produce hasta dieciocho pequeños, no tiene más que doce?".
Buffon, Histoire naturelle des animaux.
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"Hemos visto fetos perfectamente acéfalos que han vivido varias horas, y que tentados por la introducción de la nodriza en sus labios, ¡han ejercido los movimientos de succión y de la deglución!"
Buchez, Introduction à l'ètude des sciences médicales, p. 121.

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AJEDREZ (el juego del). Imagen de la táctica militar. Todos los grandes capitanes eran buenos jugadores. Demasiado serio para ser un juego, demasiado fútil para ser una ciencia.
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DAGUERROTIPO. Sustituirá a la pintura.
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EGOÍSMO. Quejarse del de los demás y no percibir el propio.
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LITERATURA. Ocupación de los ociosos.
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SUICIDIO. Prueba de cobardía.
  

VUELO DOMÉSTICO, Carmen Camacho

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CARMEN CAMACHO, Vuelo doméstico, El Gaviero, Almería, 2014, 140 páginas.

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TATUAJE

   «Cuando esté terminado va a ser precioso», dijo, admirada, pasándole las yemas de los dedos por la espalda. Al magnífico tatuaje le faltaban ciertas figuras y acabados; aun así, vestía delicadamente el torso de aquel amante fortuito; el torso, también parte del cuello, los brazos y el reverso de las manos, en un conjunto donde tal vez —imaginó— él haya mandado dibujar la historia de su vida. «Ya estuvo completo hace tiempo —repuso sin nostalgia—, y pagué al tatuador todo el trabajo cuando acabó de grabar en mi piel hasta el último detalle».
   El abrazo le hizo olvidar la pregunta que al punto le había surgido, y la volvió a internar en aquel tapiz de cuero vivo con dragones, pájaros, olas, un ancla, una cítara, sirenas, yedras, peces raros.
   Solo se volvió a acordar de su pregunta —y por sí misma halló respuesta— a la mañana siguiente cuando, ya de vuelta y sola en casa, reconoció a los colibríes que, labrados en su pecho, le libaban la flor de los pezones.

POESÍA Y SOFISMAS (II. SOFISMAS), Vicente Núñez

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VICENTE NÚÑEZ, Poesía y sofismas. II. Sofismas, Visor, Madrid, 2010, 788 páginas.

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Al inicio de este extenso volumen, Miguel Casado presenta Una lectura de los sofismas de Vicente Núñez, en la que subraya la riqueza lúdica y semántica de unos textos que admiten la contradicción, la  sugerencia, la multiplicidad de interpretaciones en las que cada lector tiene la última palabra. Entre los núcleos temáticos más relevantes, Casado destaca, entre otros, la "verdad y mentira, vivir y escribir, amor, identidad, vida y no vida [...]". En cuanto a los criterios de esta edición, los sofismas de Núñez se presentan en orden cronológico, combinando los que ya se habían publicado en libros (Sofisma, 1994; Nuevos sofismas, 2001) y plaquettes (Entimema, 1996; Sorites, 2000) con los aparecidos en la prensa periódica con notable asiduidad a lo largo de casi quince años. 

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Lo claro es sospechoso para la oscura esencia del amor.
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Percibo en la lejanía la respiración de lo ausente.
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La conciencia de culpa es locuaz.
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Se suicidó porque aún estaba vivo.
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Los paraísos eligen a sus dioses.
***
La elegancia es siempre una promesa.
***
Toda añoranza es culpable. Por eso es falsamente misericordiosa.
***
Luz es lo que me aproxima a la noche.
***
El error siempre se escuda detrás de la mirada.
***
Toda sexualidad que no sea torpe no es lúcida.
***
No hay camino que recorrer, sino del que huir.

PEQUEÑAS HISTORIAS, Ana María Caillet Bois

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ANA MARÍA CAILLET BOIS, Pequeñas historias, Ediciones Argos, Córdoba, 2011, 74 páginas.

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IRINA

   Irina guardaba un cuadro. Era una naturaleza muerta donde las frutas estáticas parecían tristes. Lo había heredado de su abuela y aunque a nadie de la familia le gustara, lo guardaba como un tesoro. Abría el viejo baúl y lo observaba a escondidas de los demás, pero un día le pareció que una gran manzana había desaparecido.
   Estaba segura de haberla vista al lado de un jugoso durazno, pero claro, era imposible.
   Sorprendida pensó que se había equivocado y que siempre había sido así.
   Pasó el tiempo y con gran curiosidad volvió a abrir el baúl. ¿Se estaba volviendo loca?
   Ahora en lugar de frutas bien acomodadas una al lado de la otra, un grupo de niños harapientos se daba un festín.

OBJETO PERDIDO, Margarita Saona

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MARGARITA SAONA, Objeto perdido, Tranvías Editores, Lima, 2012, 36 páginas.

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DESENGAÑO I

   Le tomó mucho tiempo convencerse de que, por más que lo besara, el príncipe seguía siendo un sapo.

HAIKUS QUE NO LO SON, Mario Ángel Marrodán

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MARIO ÁNGEL MARRODÁN, Haikus que no lo son, Blasón, Portugalete, 2000, 22 páginas.

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No es un espejismo
la subida al cielo
en alas del ciprés.

DICCIONARIO DE HORMIGAS, Mariasun Landa

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MARIASUN LANDA, Diccionario de hormigas, Pamiela, Pamplona, 2014, 128 páginas.

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MULTICULTURALISMO

   Desde pequeña le dijeron que no se casase con una hormiga roja. Pero en cuanto conoció a una de ellas se enamoró locamente, se casó, y tuvo descendencia rojinegra. Desde entonces, siempre decía que lo hizo porque estaba a favor del multiculturalismo.

EL SEÑOR VALÉRY, Gonçalo M. Tavares

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GONÇALO M. TAVARES, El señor Valéry, Mondadori, Barcelona, 2006, 82 páginas.

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Este libro de la serie Barrio cuenta con los dibujos de Rachel Caiano.
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LA SOMBRA

   Al señor Valéry no le gustaba su sombra, la consideraba la peor parte de sí mismo. Por ese motivo, solo salía de casa después de estudiar largamente el sol y comprobar que no corría el riesgo de que su sombra lo sorprendiera.
   El señor Valéry explicaba:
   —Es una mancha que a veces se hace visible y anuncia la muerte.
   Y dibujaba

   Por esa razón, el señor Valéry salía de casa casi siempre de noche y recorría con una pequeña linterna las calles no ilu­minadas.
   Cuando los habitantes de la ciudad se disponían a cenar y veían por la ventana una pequeña luz que avanzaba con paso decidido, sabían que era el señor Valéry quien andaba por allí, y a veces, por la simpatía que despertaba en ellos aquella pequeña obsesión, abrían la ventana y lo saludaban:
   —Buenas noches, señor Valéry, buenas noches.
   Pese al aspecto enclenque del señor Valéry, la gente se sentía más segura sabiéndolo por allí, de noche, recorriendo las calles con una linterna.

DE LO QUE QUISE SIN QUERER, Miguelángel Flores

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MIGUELÁNGEL FLORES, De lo que quise sin querer, Talentura, Madrid, 2014, 186 páginas.

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SOBRE VUELOS

   El día que el vendaval se llevó a Germán, la vida empezó a ser otra. Mamá se varó en el lamento de haberlo subido con ella a tender a la azotea. Y allí se quedó. Papá, que había salido a buscarlo, volvió con una grulla, dos palomas, una cometa y un racimo de globos descoloridos. Pero no era lo mismo. Germán había dejado un vacío muy grande difícil de llenar. A veces, asomados a la ventana, lo veíamos pasar volando. Lo llamábamos a gritos y él saludaba como si fuera en autocar.
   Una tarde otoñal el viento lo dejó en la puerta. Lo abrazamos todos. Menos papá, que se había ido de nuevo a buscar cosas que volaran. Germán había crecido un palmo y estaba despeinado. Nos contó cómo era el mundo, pero desde arriba. Altanero. Mamá seguía lamentándose de lo de la azotea. De nada servía que Germán diera saltos ante ella diciéndole que había aterrizado. No volvió a ser la misma. Él tampoco, se creía muy volátil. Y alardeaba de ello. Pero el que más cambió fue nuestro padre, que nunca regresó y nos conformamos con un señor que vivía enfrente. Y no se parecía en nada.

ALMANAQUE, Christian Solano

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CHRISTIAN SOLANO, Almanaque, Micrópolis, Lima, 2014, 114 páginas.

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PASAJERA EN TRANCE

   La llevé a varios lugares durante horas. Se retocaba el maquillaje cada vez que volvía a subir al taxi. Era imposible dejar de mirarla por el retrovisor. Cuando bajaba me pedía, por favor, que la esperase. Dudé la primera vez, tardo casi una hora, pero siempre regresaba. Me susurró al oído que al finalizar el recorrido me pagaría, acariciándome la oreja mientras jadeaba sus palabras. Llevo veinte años esperando que salga del edificio al que entró por última vez.  

AFORISMOS, Gibran Kahlil Gibran

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GIBRAN KAHLIL GIBRAN, Aforismos, Renacimiento, Sevilla, 2014, 172 páginas.

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Lo obvio es aquello que no se ve hasta que alguien lo expresa de manera sencilla.
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Todos buscamos la cima de la montaña sagrada; pero ¿no sería más corto nuestro camino si consideráramos el pasado como mapa y no como guía?
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Es una lástima que los cambistas no puedan ser buenos jardineros.
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Si solo puedes ver lo que la luz revela y oír lo que el sonido anuncia, entonces, verdaderamente, ni ves ni oyes.
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Lo que anhelamos y no podemos alcanzar es más querido que aquello que ya hemos alcanzado.
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Si me hubiera llenado con todo lo que sabes, ¿qué espacio me quedaría para todo lo que no sabes?
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Una exageración es una verdad que ha perdido los estribos.
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Eres una persona que perdona de verdad cuando perdonas a asesinos que nunca derraman sangre, a ladrones que nunca roban y a mentirosos que no dicen falsedades.
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El silencio del envidioso hace demasiado ruido.

POEMAS JAPONESES, Amy Lowell

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AMY LOWELL, Poemas japoneses, Palimpsesto 2.0, Sevilla, 2013, 108 páginas.

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SUTILEZA

Incluso el iris se inclina
al posarse sobre él la mariposa.

LA BONA INTENCIÓN / LA BUENA INTENCIÓN, Xosé Bolado

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XOSÉ BOLADO, La bona intención La buena intención, Impronta, Xixón, 2012, 80 páginas.

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NOCHE DE UCI


   —Papá, Mamá...
   Gritaba una anciana a tres metros escasos de mí.
   Cuando apacigua el dolor siento la serenidad blanca de la sala. Al fondo, un grupo de sanitarias habla de viajes mientras atiende los avisos.
   Pienso, querido Robert, que ya no va a darse otro recorri­do por los Mares del Sur. Por lo bajo, brindo,para que otros te acompañen siempre hasta la ciudad dorada.
   En la calma de la espera veo a Irene Papas inclinada so­bre la mujer, le canta una nana, tan suave, que el metal de la cama despide su marcha.

PAUL ESTÁ MUERTO Y OTRAS LEYENDAS URBANAS DEL ROCK, Héctor Sánchez & David Sánchez

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HÉCTOR SÁNCHEZ & DAVID SÁNCHEZ, Paul está muerto y otras leyendas urbanas del rock, Errata Naturae, Madrid, 2014, 224 páginas.
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Héctor Sánchez escribe y David Sánchez ilustra las leyendas que rodean a los grandes mitos del rock: desde el bluesman Robert Johnson a Kurt Cobain pasando por Jim Morrison.
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LED ZEPPELIN Y EL INCIDENTE DEL TIBURÓN

   El hotel Edgewater Inn de Seattle, en el estado de Washington, era un entorno paradisíaco. Lo que lo diferenciaba de cualquier otro hotel era que sus habitaciones daban al mar. Los clientes podían asomarse a la ventana y pescar tranquilamente en las aguas del Pa­cífico. Por ello, era uno de los hoteles preferidos de las estrellas del rock. Aunque a Led Zeppelin la pesca no le parecía un pasatiempo lo suficientemente atractivo.
   Los miembros del grupo habían pescado varios peces y tibu­rones pequeños y los tenían colgados en las perchas de la ropa dentro del armario. Había que darle un uso a semejantes trofeos, y aquí es donde entró en juego una groupie pelirroja de diecisiete años llamada Jackie, la auténtica protagonista del conocido como “incidente del tiburón”.
   Todo resulta confuso y la leyenda tiene múltiples versiones. El caso es que la muchacha acabó atada a la cama con unas cuerdas mientras los Led Zep se divertían masturbándola con una cría de tiburón. Según unas versiones, la chica fue atada contra su vo­luntad; según otras, se dejó atar. Algo parecido sucede con su pe­culiar amante: no queda del todo claro si el tiburón estaba vivo o muerto. También se llegó a rumorear que lo que la banda le hizo a Jackie fue introducirle trozos de pescado por la vagina y el ano.
   Con el boca a boca, la anécdota fue convirtiéndose en algo más depravado de lo que ya era de por sí y comenzaron a extenderse rumores según los cuales la muchacha había sido violada, había llorado y gritado de forma histérica e incluso había temido por su vida en algún momento. Pero todo esto no eran más que adornos para envolver el relato en un halo de sadismo digno de un grupo como Led Zeppelin. Al fin y al cabo, no resultaba tan sorprenden­te, ya que era de sobra conocido que entre las múltiples aficiones de Jimmy Page se encontraba el sadomasoquismo.
   Sin embargo, detrás de esta leyenda urbana más o menos perversa existe una parte de verdad. Aunque la banda se alojó en ese hotel en Julio de 1969, después de actuar en el Seattle Pop Festival, no todos los miembros de Led Zeppelin participaron en Ia orgía entre la groupie y el escualo. De hecho, de los cuatro músicos, so­lamente John Bonham estuvo presente. Pero no estuvo solo, le acompañó Richard Cole, el manager de la gira y principal respon­sable del suceso del tiburón, y Mark Stein, teclista de Vanilla Fudge (quienes también tocaron en el festival), que se encargó de inmor­talizar el espectáculo con una cámara Super-8.
   El propio Cole recordó el momento con cierta nostalgia: “Por aquella época las giras se estaban volviendo más y más indecentes, y podías hacer lo que quisieras con las chicas que se presentaban en el hotel. Para mí, la jodida segunda gira de Led Zeppelin fue el mejor momento de mi puta vida. “Esa” fue Ia gira. Estábamos de moda y en ascenso, pero nadie nos vigilaba demasiado. Así que podías liarla. Y aquellas pibas venían a mi suite con ganas de follar, y Bonzo y yo nos estábamos tomando en serio lo de la pesca”. Cuando se cansaron de pescar por la ventana del hotel, decidieron lanzar la caña hacia otra dirección y Jackie fue la presa que mordió el anzuelo. Como todos estaban bastante borrachos, no se sabe si fue el manager o el batería quien ató a la chica a la cama, o si ella misma solicitó que lo hicieran después de quitarse toda la ropa que llevaba. Una vez que la muchacha estuvo desnuda y no se podía mover, comenzó el juego.
   “No fue Bonzo, fui yo”, reconoció Cole. El manager, principal autor del incidente, negó que fueran trozos de pescado lo que se utilizó para masturbar a la pelirroja e insistió en que el animal es­taba vivo. Pero desmintió que fuera un tiburón: “La verdad es que ni siquiera se trataba de un tiburón, sino de un pargo rojo, y resul­ta que la chavala era una jodida pelirroja con el coño colorado". Al manager le resultó gracioso que el vello púbico de Jackie fuera del mismo color que el pez: “Veamos si a “tu” pargo colorado le gusta “este” pargo colorado".
   Según Richard Cole, a la muchacha no le importó en absoluto, de hecho “le encantó" que le acariciaran el clítoris con el hocico del pez: “Nadie dijo “Ya basta!” o “Dale un respiro a la chica!”. Jackie, ciertamente, no se quejó en ningún momento”. Para qui­tarie hierro al asunto le echó la culpa al alcohol: “No diré que la chica no estaba borracha, de hecho todos estábamos borrachos”. E insistió en que todo se hizo con la mejor intención: “No hubo malicia ninguna, ¡de ningún modo! Nunca se hizo daño a nadie. Puede que le diéramos alguna bofetada con el pez en un par de ocasiones por desobedecer alguna orden, pero no se le hizo daño”.
   Cuando el conjunto de groupies apadrinado por Frank Zappa, conocido como GTO (Girls Together Outrageously), se enteró de esta historia, las chicas corrieron en busca de su patrocinador para relatarle el depravado episodio, y Zappa lo trasladó a su canción “The Mud Shark!” , incluida en el álbum en directo de The Mo­thers, Fillmore East —June 1971.
   No fue éste el único incidente en el que los Led Zep mezclaron mujeres con animales acuáticos. También se dice que Jimmy Page y Richard Cole metieron en una bañera a dos groupies junto con cuatro pulpos vivos y la experiencia para una de ellas fue como te­ner “un vibrador de ocho brazos”. Tuvieran o no los Led Zeppelin una escalera que subía hacia el cielo, lo que parece claro es que tenían otra que bajaba hasta el mar.