CUENTOS DE LA DISCIPLINA CLERICALIS, Pedro Alfonso de Hueca

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PEDRO ALFONSO DE HUESCA, Cuentos de la Disciplina Clericalis, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2009, 126 páginas.


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 En el Prólogo (pp. 5-23) María Jesús Lacarra relata la conversión de Moisés Sefardí (¿1065-1121?) en Pedro Alfonso. Que el padrino fuese el rey Alfonso I demuestra el prestigio científico y social de este físico y astrónomo, cuya Disciplina Clericalis (Instrucciones a estudiantes) no sería para él más que una obra menor (escrita en árabe y traducida al latín) que recoge la tradición cuentística oriental con una pretensión didáctica. Acomoda los relatos al lector actual Magdalena Lasala. Las ilustraciones son de David Guirao.
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DE LOS TITULADOS BURLADORES BURLADOS

   En esto que se encontraron en uno de los pisos de gran edificio de oficinas donde muchos hombres de negocios pululaban por los pasillos, resoplando por el mucho trabajo, con el ceño fruncido por el mucho calcular y hablando en voz muy alta por la mucha importancia de sus cargos.
   Allí, observando el ir y venir de los aspirantes a potentados entre el bullicio histérico de los teléfonos, los listados de inversiones y los correos electrónicos, se aposentaron con calma para contemplar una de sus escenas:
   Tres socios todavía jóvenes se habían juntado para invertir cada uno su parte en la compra de un negocio extranjero que desea­ban comercializar en su zona. Dos de ellos se vanagloriaban entre sí de ser más listos y poseer varios títulos empresariales y diplomas de prestigio ante el tercero, de más escasa formación aunque merecedor de su posición por su esfuerzo y agudeza. A pesar de que los dos primeros habían bus­cado ellos mismos al compañero para conseguir todo el capital necesario para su negocio y este había apor­tado igual su parte y demostraba cada día su buen hacer, insistían en tratarlo con cierta displicencia y se turnaban el derecho de representación de su sociedad ante los potentados extranjeros a quienes se dirigían, dándole a entender abiertamente su superioridad y su desprecio.
   Llegó un momento en que las cosas no iban muy bien y tenían que tomar la decisión de disol­ver el negocio o de reorganizado con menos par­tícipes, por lo que los dos listos se pusieron de acuerdo entre sí para dejar fuera de la empresa al tercero.
   —Hay que discurrir un plan— dijo uno— para conseguir que nos quedemos con su parte sin que sos­peche nada, y evitarnos así las demandas.
   —Le explicaremos —dijo el otro que solo uno de los tres puede ser titular según las órdenes de los potentados extranjeros, y en el papeleo nos comemos nosotros el pan.
   De acuerdo con eso, hablaron con el tercero y le contaron la farsa:
   —Nos obligan dijo uno de los listos con una mueca de falso enojo a inscribir todo el capital a un solo nombre y tiene que ser al que aporte más títulos de empresa.
   —Eso mismo me dijeron a mí —dijo el otro con cara de circunstancias—, y el que sea tiene que apor­tar también las licenciaturas de grados superiores.
   Lo que no sabían es que el tercero se había dado cuenta de la estratagema y, fingiendo tristeza, les con­testó:
   —¡Pobre de mi entonces, ya que no puedo competir con vosotros en titulaciones eminentes! Hagamos, pues, una última reunión entre los tres y dejadme al menos comparar vuestros diplomas y certificados para elegir al que será el dueño de nuestra inversión. ¿Os parece bien?
   —¡Estupendo! ¡Por supuesto! dijeron los otros a coro.
   —Id, por tanto, a vuestras casas ambos y recoged todos vuestros documentos personales y los veremos juntos aquí—. Como quiera que los dos listos dudaron mirándose entre sí, titubeando sin saber qué hacer o decir el tercero apostilló—:Seguramente tenéis más títulos, adquiridos en estos últimos tiempos, que no os habrá dado tiempo de incluir en el currículum que está en vuestra ficha...
   Para que pareciera fiable su actitud y que el terce­ro no empezara a sospechar los dos primeros asintieron, aunque sin mucho entusiasmo, y salieron, despi­diéndose hasta la tarde, ya que había mucha distancia hasta sus casas.
   En su ausencia, el tercero tuvo tiempo suficiente para organizar el cambio de titularidad del negocio reservándose toda la inversión a su nombre como único partícipe y nuevo propietario. Luego se quitó la chaqueta, se desordenó el cabello y esparció pañuelos previamente humedecidos con agua por el suelo. Cuando los otros dos regresaron cargados con sus carpetas de papeles por seguir el engaño, lo encontraron sentado en su sillón con el aspecto más apesadumbra­do que nunca habían visto antes en nadie.
   —¡Ah, lo sé todo, amigos míos! —exclamó al ver­los, fingiendo lágrimas—, ¡lo sé todo y, aunque no me lo esperaba de vosotros, os doy la enhorabuena y me alegro por vuestra suerte! ¡Me llamaron los poten­tados extranjeros y me contaron que os habían elegi­do para cargos de elevada importancia en sus bufetes y que ya no os volvería a ver, pues que vuestra fortuna iba a ser muy superior a esta inversión y lo abandona­bais todo, por tanto, incluso a mí, y luego me ordena­ron que era muy urgente el cambio a un solo nombre del negocio y que había de hacerse sin tardar, y con el dolor de saberme abandonado por vosotros así lo hice y ahora soy yo el único propietario de esta empresa!

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