LA MITAD DE LO QUE QUISIMOS SER, Miguel Martínez

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MIGUEL MARTÍNEZ, La mitad de lo que quisimos ser, 66 RPM, Barcelona, 2013, 124 páginas.

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En Léetelo: es mi maldito prólogo (pp. 9-14) Carlos Zanón exhibe el mejor elogio: "Lo peor de este prólogo es que no mola escribirlo. Lo que mola de verdad es haber escrito lo que va a continuación": un relato extenso, La mitad de lo que quisimos ser, catálogo de historias fragmentadas; y un conjunto de narraciones a las que suceden, en relación de intertextualidad, pequeños microensayos o reseñas subjetivas sobre canciones (de Julio Bustamante o Tom Waits a Bob Dylan y Van Morrison, pasando por Sr. Chinarro) con las que dialogan los relatos precedentes.   
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DEL LOBO AL PERRO


   El vermú de la tarde sustituye al del mediodía, que hoy no se presentó a Ia cita. La venganza servida con una aceituna. Tres clientes en el bar y el camarero, Lhasa de Sela en el hilo musical. Tengo media hora de paz para zambullirme en ese libro de medio millar de páginas y darle un empujón. Pero no habrá paz: veo de refilón que el que está detrás de la barra lee en el diario un artículo sobre lobos y perros. Acaba y se lo pido. El lobo, buen espejo: casi todas sus presas son más rápidas que él, pero las mata con estrategias de caza y resistencia. Lo saben el gamo y el muflón, que no pueden tirarse 200 kilómetros corriendo sin parar. Sin reventar. El lobo sí. Es de los que cree que el camino más corto entre donde estás y el lugar al que quieres ir es dar un rodeo. 0R7 sirve de ejemplo. Ocurrió en otoño de 2011. Así bautizaron en Estados Unidos a un lobo gris de dos años capturado en Oregón. Le colocaron un chip subcutáneo, un collar con GPS y a estudiar sus movimientos en la naturaleza. A analizar esa pared que nos separa. Dejó su manada y se puso a viajar. Desde allí, el noroeste, hasta California, entre septiembre y noviembre, algo más de 1.200 kilómetros de distancia. El primer lobo salvaje que pisaba el Golden State en 87 años. En febrero de 2012 ya había regresado a Oregón. Tanto deambular, según los expertos, solo para ver si pillaba una hembra. Dando rodeos, como buen romántico en peligro de extinción. Qué pensaría 0R7 si leyese en el diario que los primeros perros podrían haber sido lobos que, a falta de presas, decidieron hurgar en la basura de las granjas. Qué pensaría al leer que sus antepasados empezaron a comer féculas y restos de cereales, a remover inmundicia. ¿Tal vez diría que cómo pudieron ser tan perros?
   De todo eso vamos hablando el de la barra y los dos clientes que quedamos. El otro ya se ha ido antes de que empezáramos con el palique. Tampoco tenía pinta de que hubiera acabado apuntándose: leía noticias de macroeconomía con cara de complicidad, como si cada una hablase de alguien de los suyos. No era uno de los nuestros, pues. Aparecen en la conversación filósofos griegos que vivieron trescientos y cuatrocientos, años antes de que Jesucristo, ese hijo único, empezará su carrera hacia la crucifixión. Por mi boca va entrando más vermú, por la del otro Jack Daniel’s. Que si los lobos son anarquistas, que si los perros unos dóciles obreros vendiéndose por migajas. Descarrilamos, claro, como tres borrachos en medio de un funeral donde nos prohibiesen llorar. Y así pasamos inevitablemente a las cucarachas y las ratas, par de clásicos, a las que decapitamos y envenenamos entre signos de admiración. Pero cómo resisten. No se nos muere ni una.
   Hago oídos sordos al cuarto vermú cuando veo que la botella de Jack Daniel’s seguirá vaciándose un poco más. Hasta otra, fin de la cháchara. En la calle el viento sopla bien frío y me despeja. Cruzo por delante de un instituto donde jóvenes hombres lobo dirigen sus estrategias de caza contra un grupo de muchachas dinosaurias emplumadas. La atracción por lo que no se conoce y solo se intuye. Si las primeras plumas nacieron en dinosaurios que las utilizaban como adorno para atraer al sexo opuesto, no para volar, quizás 0R7 llegó hasta California buscando una protoave, su arqueoptérix particular, no una congénere. No un alma gemela, una igual, sino alguien que le ofreciese misterios y secretos. Casi un imposible, si tras unos 3.000 kilómetros, ida y vuelta más rodeos, seguía con los bolsillos vacíos. Poco antes de llegar a casa veo a un par de tipos buscar comida en un contenedor. Estos no son dos hombres lobo: hurgan en la basura obligados a ser perros.

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