OBRAS PÓSTUMAS PUBLICADAS EN VIDA, Robert Musil

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ROBERT MUSIL, Obras póstumas publicadas en vida, Sexto Piso, Madrid, 2007, 170 páginas.

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En la Nota introductoria (pp. 11-13) el autor dice a propósito de estos textos publicados entre 1920 y 1929: "...por lo general, las obras póstumas presentan una sospechosa semejanza con las liquidaciones por cierre de librerías".
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EL DESPERTADO

   Corrí rápidamente la cortina hacia un lado: ¡la suave noche! Una dulce oscuridad yace en el marco de la ventana, en la dura oscuridad de la habitación, como un espejo de agua en un estanque cuadrado. No veo nada; pero es como en verano, cuando el agua es tan tibia como e1 aire y la mano cuelga de la barca. Van a ser las seis de la mañana del primero de noviembre.
   Dios me despertó. Fui arrancado del sueño. No tenía ningún otro motivo para despertar. Fui arrancado como la hoja de un libro. La luna creciente yace, delicada como una ceja dorada, sobre la hoja azul de la noche.
   Pero del lado de la mañana, desde la otra ventana, se está poniendo verdoso. Como plumas de papagayo. También están subiendo ya los pálidos hilos rojizos del amanecer, pero todavía está todo verde, azul y sereno. Salto de regreso a la primera ventana: ¿todavía está ahí la luna creciente? Está ahí, como si fuera la hora más profunda del secreto nocturno. Tan convencida se halla de la verdad de su magia, que es como si hiciera teatro. (No hay nada más cómico que pasar de las calles matinales a la superstición de un ensayo teatral). A la izquierda pulsa ya la calle, a la derecha la luna creciente ensaya.
   Descubro extrañas hermanas, las chimeneas. En grupos de tres, de cinco, de siete, o también solas, están sobre los techos, como árboles en la planicie. El espacio se retuerce entre ellas como un río, hacia las profundidades. Un búho se desliza entre ellas, rumbo a casa; quizá fue un cuervo, o una paloma. Las casas se encuentran desperdigadas sin orden alguno; extraños contornos, paredes que se derrumban; no están ordenadas por calles. El asta en el techo con las treinta y seis cabezas de porcelana y los doce alambres tensados, que cuento incomprensiblemente, ante el cielo matinal como una creación superior por completo inexplicable, secreta. Ahora estoy totalmente despierto, pero sin importar hacia dónde me vuelva, la vista se desliza por pentágonos, heptágonos y prismas perpendiculares: ¿quién soy entonces? El ánfora en el techo con llamas fundidas en hierro, durante el día una ridícula piña, un engendro despreciable del mal gusto, refuerza en esta soledad mi corazón como un rastro humano fresco.
   Finalmente dos piernas atraviesan la noche. El paso de dos piernas de mujer y el oído: no quiero mirar. Mi oído está en la calle como una entrada. Nunca estaré tan unido a otra mujer como a esa extraña cuyos pasos desaparecen cada vez más profundamente en mi oído.
   Después, dos mujeres. Una arrastrando mezquinamente los pies, la otra pisando fuerte con la desconsideración de la vejez. Miro hacia abajo. Negro. Extrañas formas tienen los vestidos de las viejas. Se dirigen a la iglesia. Hace ya mucho, a esta hora, que el alma ha sido disciplinada, y no quiero tener nada más que ver con ella.

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