EN DOS TIEMPOS, Marino González Montero

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MARINO GONZÁLEZ MONTERO, En dos tiempos, De la Luna Libros, Mérida, 2004, 46 páginas.

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SHIRGAT, PARALELO TREINTA Y CINCO

   No fue la loneta de lienzo moreno de la ventana, que estuvo pañoleando durante las dos últimas horas al soltársele un viento. Ni las dos únicas gallinas que picoteaban hacía un rato en el umbral de la puerta confundiendo, estúpidas, las vetas de la pizarra con imaginarias y suculentas lombrices.
   No fue el levísimo desplome de la última tarama, ascua ya, que había estado calentando el habitáculo y la escudilla de latón toda la noche. Ni las trece cabras —once hembras, un macho, un cabrito mamón— que empezaban a remover esquilas, lejanas, como quien oye tocar a misa en otro pueblo.
   No fue la respiración profunda de su mujer que le acompañaba como el reloj que no tenían cuando lo de los insomnios. Ni el dolor que le curvaba y le punzaba la espalda cuando se removía en el jergón desde que levantó él solo aquellas paredes de adobe. 
   No fue el frío del desierto, que últimamente se agarraba tanto a sus riñones que no podía evitar salir a orinar junto al aprisco en mitad de la noche. Ni los ardores de estómago —demasiado orégano en las aceitunas de hogaño—. 
   No fue nada de eso lo que despertó a Yasar y sus cincuenta y cuatro años de carne enjuta, cubierta la cara de la tupida barba, blanquísima, que cuidaba con aceites y parsimonia de manos arrugadas en aquella madrugada de marzo. Sólo fue un sueño, aunque ni siquiera sabía si era malo. Un sueño que le llevó a tiempos remotos, más allá incluso de la llegada del Profeta. Allí vio a su padre, a su abuelo anciano y a sus hermanos. Era una tierra próspera aquella por la que viajaban sin cesar, bajando el Éufrates, remontando el Tigris, para volver a empezar al año siguiente llevando especias y maderas talladas a cuña por los mercados de toda Mesopotamia.
   Yasar se incorporó a pesar del dolor, se puso en pie y, moviéndose como una pantera huesuda, abrió la puerta, ladeó la cortina y una luna mora iluminó la estancia dejando ver a su nieto tan dormido como le permitían sus cuatro años. Salió fuera, respiró hondo... y se le llenó el pecho de silencio.
   
   Noche de marzo de 2003, mientras los primeros bombarderos estadounidenses volaban hacia Irak.

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