EVOLUCIONES, José Moreno Villa

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JOSÉ MORENO VILLA, Evoluciones, Calleja, Madrid, 1918, 253 páginas.

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Subtitulado Cuentos, caprichos, Bestiario, epitafios y obras paralelas, está dividido en cuatro libros: el Libro I contiene Caprichos Románicos, Caprichos Góticos y Sabandijas humanas (pp. 27-89); el Libro II está íntegramente dedicado al Bestiario (pp. 95-158); el Libro III a los Epitafios (pp. 175-202) y el Libro IV, la Labor breve y paralela contiene poesías (pp. 215-245)
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LA VENGANZA
        
   Ante los mismos ojos de la infanta doña Sancha han dado muerte los Velas al infante don García, su prometido. Y esto después de la primera y última entrevista de amor; cuando aún jadeaban los pechos al acoso de las palabras íntimas. Nunca se habían visto, pero bastaron unas horas para encender aquellas almas púberes.
   Ante la ventana de doña Sancha abofetearon y acuchillaron al infante don García, su novio.
   La escena es un cuchillo venenoso en el corazón de la infanta.
   Pasan días y meses. Llega la hora de serle propuesto un nuevo esposo. Celebra Sancha su casamiento con don Fernando de Castilla y, al punto mismo de concluir la ceremonia, exige de su padre la persecución del criminal.
   «Si no me vengas —le dice— nunca mi cuerpo llegará al de don Fernando, tu hijo.»
   Entonces el rey don Sancho cercó y escudriñó los montes, apresó a Fernando Laynez, lo condujo ante la infanta y entregúndoselo, dijo:
   «Haz tú la justicia que tengas por bien».
   Y entonces, ella, hizo lo que sigue:
   Tomó un cuchillo en sus manos ella misma y tajóle las manos conque hirió al infante, después tajóle los pies conque anduvo en aquel hecho, después sacóle la lengua conque concertó la traición y los ojos conque lo viera todo. Concluido lo cual mandó traer una acémila y ponerlo en ella y pasearlo por las villas y mercados de Castilla y de León.
   Así se sacaba doña Sancha los cuchillos venenosos.

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NICOLASITO

   Doña Isabel de Velasco, que figura junto a Mari-Bárbola, hace poco le ha reñido seriamente a Nicolasito Pertusato, muñequito bailarín que, ahora, con precauciones, hostiga al soñoliento perrazo con su pie de juguete.
   Nicolasito había cometido un grave atentado. Figuráos que la Mari-Bárbola tendida, boca al techo, sobre un diván, estaba durmiendo. Esa postura hace que, en sueños, se abra la boca, y Nicolasito, corto, pero no perezoso, se la fue llenando con bolitas de papel.
   La pobre pepona se despertó falta de aliento, morados los mofletes, retorcida y espantada. A poco más, se ahoga.
   Por eso doña Isabel de Velasco le dió un tirón de orejas y le amonestó.
   Nicolasito ahora se divierte hostigando al perro, como si tal cosa. En su pequeña persona no duran mucho los sermones, y dentro de poco se esconderá tras un tapiz para dar un susto a don Felipe IV, cuando pase.
       

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EL OSO
        
   El oso es el oso porque adopta en ocasiones la postura del bípedo, que no le cuadra, y porque se pone a tocar la pandereta o a bailar al son de élla. No se da cuenta de nada: ni del largo de sus ancas, ni del ancho de su torso, ni de su divina gracia. Si se le ocurre dibujará en el aire, gentilmente una verónica belmontina.
   Es tan oso, tan oso —al fin, oriundo de países fríos—, mientras más al Norte menos se conoce el ridículo—, que no le preocupa ni su figura ni
el qué dirán. Hace lo que hace por el hecho mismo.

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ERA BELLA

Era de porcelana, fina y leve.
De su paso dejó transparencias,
gratos silencios, besos apuntados,
ritmos de marcha, sonrisas, bucles...
Monadas, que con ella se rompieron.

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