EL NUEVO BESTIARIO, Javier Tomeo

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JAVIER TOMEO, El nuevo bestiario, Planeta, Barcelona, 1994, 249 páginas.

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EL PULPO

   —Mi amigo Ramoncito —le digo al pulpo de mirada hipnótica que cada mañana se asoma a la ventana de enfrente, al otro lado del patio, mientras las fregonas de la vecindad tararean interminables canciones me ha contado muchas cosas sobre vuestro pueblo. Me ha dicho, por ejemplo, que Vosotros, los pulpos, sois de natural pacífico y que os encanta escuchar música. Me ha contado incluso que algunas noches de verano, cuando la luna brilla sobre el mar, os acercáis a la playa y que allí, encaramados a cualquier roca, os pasáis las horas muertas escuchando cómo los hombres morenos tocan la guitarra.
   —Ese Ramoncito del que me hablas te engaña —responde el pulpo—. Cierto que alguna vez, empujados por las olas, llegamos a la costa, pero te aseguro que cuando estamos en tierra firme no perdemos el tiempo escuchando guitarras o violines. Lo que sí hacemos es colarnos en los huertos, trepar a los árboles frutales, rodear las ramas con los tentáculos y apoderarnos de todas las frutas maduras que encontremos. No importa si son melocotones, peras o manzanas. Nos da igual. Todas nos parecen muy sabrosas.
   —No sabía yo —le digo— que os gustase también la fruta. Yo pensaba que lo vuestro eran, sobre todo, las langostas, vuestras enemigas, a las que, según tengo entendido, asfixiáis con vuestros tentáculos y succionáis luego su carne.
   —Las langostas, en efecto, forman parte importante de nuestra dieta, pero nos alimentamos de muchas otras cosas. Gozamos de un apetito envidiable. Tanto es así que algunas veces, a falta de presas, no nos importa devorar nuestros propios tentáculos. Podemos hacerlo tranquilamente, sin temor a quedarnos mancos, porque sabemos que, con el tiempo, acabaremos recuperando todos los miembros perdidos.
   —¿Y de qué os viene —le pregunto— la necesidad de comer tanto?
   —Somos tal vez —me confiesa en un susurro, para que las vecinas chafarderas no puedan oírle— las criaturas marinas más rijosas e incontinentes. Navegamos por las profundidades del mar pensando siempre en el amor y en el modo de dar satisfacción a nuestros deseos. Ya sabes lo que decía Cervantes: el mejor ministro del amor es la ocasión, y te aseguro que a nosotros no nos faltan las ocasiones. Entre los restos de los viejos naufragios abundan los momentos propicios para la pasión. Debemos, pues, alimentarnos debidamente (yo diría incluso que debemos sobrealimentarnos),  si no queremos acabar convertidos en una piltrafa y servir de fácil alimento a otros peces de costumbres menos licenciosas, sobre todo a las espantosas murenas de dientes venenosos. De todas formas, por mucho que nos alimentemos, no podemos vivir más de un año. Al cabo de ese tiempo las hembras empiezan a languidecer a consecuencia de sus frecuentes partos, así que tanto ellas como nosotros solemos morir a consecuencia de nuestros excesos.
        

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