NO-CASAS, Jesús Gascón Bernal

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JESÚS GASCÓN BERNAL, No-Casas. Viaje a través de las utopías, Editorial Intangible, Valencia, 2011, 150 páginas.

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EL ORIGEN DE LA CASA

¿Hay algo más bello y más ingenuo que una casa concebida exclusivamente para ser feliz?


   En las conversaciones con los que sueñan, sobre el origen de la casa, he podido conocer algunas de sus creencias sobre este tema.
   Abusando de mi ingenuidad, o de mi ignorancia, me han contado como cuando nuestros antepasados cavernarios descubrieron su parte espiritual, su alma, levantaron algunos muros en el interior de la cueva o bajo la roca extraplomada que les servía de refugio, y con ellos compartimentaron sus diferentes necesidades cada vez más complejas. Estos primeros anacoretas, a mitad de camino entre el mundo terrestre y el del más allá, trataron de unificar los conceptos de protección y de contemplación de las estrellas. Me dicen los utópicos que, en un principio, estos muros llegaban hasta la cubierta del irregular techo de piedra que los protegía, y sus escasas habitaciones eran cerradas, pero el mágico bosque que había sobre la roca y que hundía sus raíces encima de la cueva, elevó la montaña y la separó de su incipiente arquitectura para que sus místicos habitantes, que ya soñaban con volar, tuviesen una predisposición adecuada para iniciar el vuelo. Éste, según ellos, es el nacimiento de la casa descubierta, cuyo origen se sitúa en la intersección de ambos mundos. Posteriormente, cuando el hombre perdió la capacidad de elevarse, aprendieron a construir los tejados.
   Otros, por el contrario, me han asegurado que la primera casa se construyó de forma casual. En los remotos tiempos en que el hombre vivía en contacto pleno con la naturaleza, existían unos árboles llamados domusarias, hoy desaparecidos, cuya enorme densidad de hojas hacía que sus ramas llegaran hasta el suelo, conformado un volumen tan tupido que era imposible cobijarse bajo ellos. Un alud sepultó algunos de estos árboles, y bajo el barro, que con el paso del tiempo se fue endureciendo, los hombres vieron como por algunos agujeros, a los que llamaron puertas, entraron los xilófagos y otros animales devoradores de hojas. En la siguiente estación, cuando los insectos abandonaron su despensa, descubrieron en su interior un gran espacio de sorprendente belleza, cuya forma abovedada se apoyaba en el pelado tronco y algunas de las antiguas ramas. Y lo habitaron. Según ellos nació así, a la vez, la casa y el poblado. Luego, a medida que fueron incrementando sus habilidades, aprendieron a construir estas estructuras que la naturaleza les había proporcionado.
   
   —Esto explica —dicen— por qué las primeras casas disponían siempre de un palo de madera en su centro.

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