FÁBULAS MORALES, Grassa Toro y Meritxell Duran

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CARLOS GRASSA TORO & MERITXELL DURÁN, Fábulas morales de una vez para siempre, A Buen Paso, Mataró, 2010, 96 páginas.

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FÁBULA DEL TIGRE QUE PASÓ DE LARGO

   Discutían un tigre y un jaguar acerca de quién era el más rápido de los dos y las palabras no les ayudaban a ponerse de acuerdo, pues no se mide la velocidad con adjetivos.
   —Será necesario que dirimamos nuestra controversia en una carrera—propuso el jaguar.
   —Estoy de acuerdo, corramos hasta donde pastan las gacelas —concretó el tigre—. Quien llegue primero, recibirá honores como animal más veloz de la estepa y se llenará el estómago con cuanta comida encuentre, bien merecido lo tendrá.
   Salieron a la de tres con calcado ímpetu, cabeza por cabeza, tan igualados que animal situado en la orilla del camino no distinguiera a su paso uno o dos cuerpos. Y así fue durante algunos kilómetros hasta que el jaguar empezó a reducir la velocidad para, al poco, frenar en seco.
   No se le habían acabado las fuerzas, tampoco una espina había atravesado su pie, ni siquiera la conciencia le había dictado en contra de la soberbia actitud; simplemente, acababa de ver una manada de gacelas y no había querido dejar pasar la ocasión. El jaguar comió abundantemente.
   Mientras tanto, el tigre siguió corriendo y era tanta la velocidad alcanzada que, por más que mirara a lado y lado, el paisaje se le presentaba como confusión de líneas y manchas, sin promesa ni distingo.
   Varias veces volvió a detenerse el jaguar en su camino; otras tantas comió mientras imaginaba la dicha del tigre arribando en solitario al refugio de las gacelas. No se equivocaba: cuando después de haber dado buena cuenta de gacelas, tapires, chigüiros y roedores de toda casta y condición, llegó a donde el tigre se encontraba desde hacía rato, lo encontró radiante y ávido de reconocimiento.
   —Ya no hay duda, eres el más rápido —aduló el jaguar mientras se limpiaba los labios.
   —Nunca la ha habido. Te veo cansado —se regocijó el tigre.
   —Mi cansancio honra todavía más tu victoria —adornó el jaguar.
   —Quiero que toda la estepa conozca y loe mi triunfo. Anúncialo—ordenó el tigre.
   —Así lo haré —obedeció el jaguar—. No veo huesos.
   —Las gacelas habían partido antes de que yo llegara. Tengo hambre—se lamentó el tigre.
   —Regresemos—invitó el jaguar.
   Regresaron sin prisa. A cada paso, se sorprendía el tigre de que todo el camino estuviera regado de despojos de animales.
   —Alguien ha debido de darse un festín —anheló el tigre.
   —¿Y cómo piensas festejar el triunfo? —desvió la atención el jaguar.
   —Ayunando, amigo, ayunando, no puedo perder esta excelente forma —concluyó el tigre, mientras en la ancha estepa resonaba el escandaloso vacío de sus tripas.      

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