AURORA, José Marzo

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JOSÉ MARZO, Aurora, Acvf Editorial, Madrid, 2006, 160 páginas.

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AHORA

   A los cinco minutos de haberse sentado en las gradas del estadio de futbol, Sonia se descalzó y se quitó disimuladamente las medias. Había acudido con su prima, socia del Real Madrid, pero en el tumulto de la entrada se habían separado. Eso carecía de importancia. Era maravilloso encontrarse allí con casi cien mil personas en una tarde soleada, contemplando las evoluciones de los jugadores en el terreno, las líneas blancas sobre el verde, la geometría perfecta.
   Sólo la insistencia de su prima había conseguido llevarla. En los dos últimos años, Sonia no salió de casa nada más que para dirigirse al hospital. Pruebas y más pruebas en el pabellón de oncología. Tenia veintiún años, aunque se sentia con dos menos. O veinte más. Dos menos porque para ella fueron dos años de los que no había gozado, veinte más porque aprendió de la vida y de sí misma lo que muchos no aprenden ni en veinte años. Pero todo había pasado. Había ganado peso y ya tenía diez dedos de pelo, el mismo cabello de siempre, más rojo si cabe.
   Lo último que Sonia escuchó, en el minuto cuarenta, fue el fuerte golpe de la bota contra el balón de cuero. El delantero falló el remate. Se había elevado a casi dos metros de altura, colocándose paralelo al terreno, y golpeó a tijera la pelota, rozó el larguero.
   Sonia tuvo la sensación de haber vivido antes ese momento. Lo habría soñado: veía al público a su alrededor abriendo boca y agitando banderas y pañuelos, pero no oía sus gritos. Una nube había tapado el sol. Los jugadores corrían absurdarmente por el campo. Sólo el sonido de su propia respiración, el latido de su corazón en el pecho, despacio, intenso.
   Había experimentado lo mismo antes, en varias ocasiones. La vida es una luz que se apaga y se enciende. A veces luce y sabes adónde dirigirte, pese a los obstáculos y dificultades. Otras se apaga y te quedas sola, tanteando en la oscuridad. En este momento, se había mitigado. Como una moneda puesta de canto, que puede caer de cualquier lado.
   La decisión estaba en su mano.
   Ahora.
   Ahora, se repitió.
   Se abrió paso entre el gentío, descalza, y descendió las escaleras. Buscó un paso entre las vallas que delimitaban el campo. Por el camino, se desabrochó la blusa y la falda. Se quitó las bragas y las dejó caer al suelo. Un policía la vio, asombrado, pero Sonia ya tenía un pie en el césped.
   Entonces corrió desnuda hacia el centro. El aire acariciaba su pelo, sus hombros, su vientre, sus piernas. Comenzó por oír un rumor, luego distinguió los gritos y los silbidos.
   Y la luz volvió a brillar.

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