EL ELEFANTE, Slawomir Mrozek

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SLAWOMIR MROZEK, El elefante, Acantilado, Barcelona, 2010, 176 páginas.

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REALMENTE
       
   —Ave María Purísima. .., me confieso de... Ay, no sé si podré... A lo mejor usted, padre... Tengo marido
   —¿...?
   —¿Diga? Ah, no, nada de eso. Claro que nos casamos. Sonaba el órgano y yo llevaba un largo velo blanco. Muy largo. Hubo incienso y lirios. Dije «sí», todo el mundo se puso contento, mi madre se deshizo en lágrimas y...
   —¿...? 
   —Ya, ya, enseguida. Yo era una muchacha joven y pobre. Tenía unos ojos enormes y unas trenzas muy largas. Él venía en coche. Era alto y fuerte. Me llevaba a la colina y me hablaba del futuro con su voz sonora y potente. ¡Hacía tantos planes...! Y yo me pegaba a los brillantes botones de metal de su americana. Me gustaba rozarlos con la mejilla, podía mirarme en ellos como en un espejo...
   —¿...?
   —Sí, sí, padre, naturalmente. Lo sé. Era vanidosa. Me arrepiento mucho. Luego nos casamos.
   —¿...?
   —¡Ay, no! Después de la boda no cambió. Siempre ha sido decidido, pero también delicado. Naturalmente, tuvimos nuestras diferencias, pero nada importante. No nos separábamos casi nunca por mucho tiempo...
   —¿...?      
   —¡Qué ocurrencias tiene usted, padre! Sí, he oído hablar de estas cosas, aunque él no, bueno... Nunca. Nada de eso. Ni hablar.
   —¿...?
   —Tal vez. No se lo sabría decir. Pero soy yo quien se confiesa y no él. Yo... Soy yo la que he venido... Soy yo la que necesita ayuda..., un consejo..., consue... No, no estoy llorando. Cójame de la mano, padre.
   —¿...?
   —¡Claro queme casé por amor! ¿Qué culpa tengo? Puede usted preguntárselo a cualquiera, todos lo respetaban, era tan listo, tan brillante.
   —¿...?
   —¡Qué dice?!
   —¿...?
   —¡Yo? ¡Jamás! Se lo prometo. No lo engañé nunca. Ni siquiera de pensamiento. Siempre le fui fiel. ¿Me cree, padre?
   —¿...?
   —No.
   —¿...?
   —No.
   —¿...?       
   —Tampoco.
   —¿...?
   —¿Que qué problema hay? Estoy aquí, porque... Parece increíble. Después de siete años de casados... Este verano hemos ido de vacaciones. Lo había convencido para que se tomara un descanso. Tiene un cargo importante: el trabajo, el país, las responsabilidades. Una mañana estábamos desayunando sentados uno delante del otro. Detrás de él había una ventana abierta que daba al jardín, a los árboles. El empapelado de la habitación tenía pequeñas flores de color rosa, decenas de miles de minúsculas flores rosadas. Cuando levantaba su taza de café, lo miré. Una de esas miradas sin ninguna intención. Y entonces, vi...
   —¿...?
   —Buena pregunta, ¿qué vi? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Por qué no antes, si ya hacía siete años que compartíamos lecho y mesa? Aconséjeme, padre, porque si esto es un pecado...
   —¿...?
   —Por primera vez vi que él era de plastilina.
   —¿...?
    —Sí. Enterito. Artificial. Me incliné sobre él. Debió de ver mis ojos muy abiertos, porque dejó la taza sobre la mesa y me preguntó con voz queda: «¿Ocurre algo?». Pero ahora estoy completamente segura de no haberme equivocado. Él siempre ha sido y sigue siendo de plastilina. ¡De ios pies a la cabeza! ¡De haberlo sabido antes! Y ahora, ¿qué hago?
   —¿...?
   —¿Anular el matrimonio? ¡Eso se dice pronto! ¡Pero si tenemos hijos!

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